Capítulo 43

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—¿No piensas decir nada? —preguntó alguien saliendo de las sombras y a pesar de que la falta de luz convertía a la figura en una sombra difusa, la reconoció en seguida—. Pensaba que dirías algo al verme, ¿es que te han cortado la lengua los atacantes? Desde luego nunca he podido acertar contigo —rezongó divertida acercándose. Estaba completamente tapada, con su uniforme de soldado, una espada en una mano y en la otra, algo descuidado, encontró el bulto que estaba buscando—. Pensé que cuando me vieras, me preguntarías cómo había conseguido llegar hasta aquí, cómo sobreviví sin comida, qué había sido de mi hija, pero en lugar de eso te quedas mirando juzgando lo que he hecho, ¿verdad? —exigió y cuando avanzó otro paso, Aisdal no tuvo ninguna duda de lo que había pasado. Esa manera de moverse era inconfundible.

—Aisdal no te está juzgando —negó Rush acercándose por detrás—. Tan sólo no puede hablar.

—¿No puede hablar? —preguntó Lena divertida—. Eso sí que no me lo esperaba, ¿qué utilidad tiene un evaluador que no puede hablar? —inquirió burlona.

—Te estábamos buscando —le dijo Rush a Aisdal ignorando a Lena y ella asintió levemente sin dejar de mirar al bebe, o al menos esperaba que aún estuviese ahí.

—¿Qué miras? —exigió Lena y al darse cuenta cogió el fardo y lo apretó contra su pecho—. ¿Por qué quieres saber ahora cómo está? ¿Por qué la miras? Cuando te pedí ayuda no quisiste dárnosla, entonces, ¿por qué te interesa ahora?

—¿Interesarle el qué? ¿Qué tienes ahí?

—No —negó Lena retrocediendo mientras ella sujetaba a Rush antes de que la siguiese y en cuanto Lena regresó a las sombras, estas se llenaron de figuras. Ya sabían el destino del segundo grupo en que se dividieron los traidores—. No nos miréis así —exigió Lena disgustada—. Vosotros fuisteis los elegidos, tuviste suerte, pero nosotros...

—Estáis malditos —la acusó Rush.

—Cállate —exigió Lena—. Tú no sabes lo que fue aquello. Nosotros llevábamos algo de comida, pero cuando los otros se marcharon, se lo llevaron todo, apenas si nos quedaron unos cuchillos inútiles y aunque avanzamos, finalmente nos vimos perdidos, sin comida, ni agua ni nada y entonces la niña comenzó llorar— al escuchar aquello Aisdal la miró, ¿no habría sido capaz?

—¿La niña? —preguntó Rush tan alarmado como ella— ¿Qué niña? No me digas que... —comenzó al entenderlo.

—Ahora entiendo porqué se dice que nunca se debía sacar a un bebe de la ciudad y es que un bebe no entiende, cuando tiene hambre, sólo sabe que tiene hambre, no entiende lo que es esperar, lo que significa estar en una situación peligrosa, no entiende nada, sólo llora y llora y llora... —se detuvo.

—Lena, ¿qué pasó con la niña? —La instó Rush que, como ella, se temía lo peor.

—Me estaba volviendo loca —contestó Lena rabiosa—. No hacía más que llorar y llorar, hora tras hora. No se callaba. Sólo lloraba y aquello me sacaba de quicio, con sus llantos repetidos con los ecos, sabiendo que los iba a atraer hasta nosotros, volviéndome loca. Yo intenté que se callase, de verdad que si —les aseguró— pero no podía. Esta niña estúpida sólo lloraba y lloraba —dijo cambiando el tono—. Sólo eso. Yo intenté explicarle que si no se callaba, no sólo no conseguiría comida, sino todo lo contrario, pero no lo entendía —dijo comenzando a reírse.

—Se ha vuelto loca —murmuró Rush y ella asintió levemente mientras se preparaba, consciente de que en cualquier momento los atacarían para conseguir más comida— ¿Qué pasó con la niña? —insistió Rush.

—¿Por qué quieres saberlo? —exigió a la defensiva—. Yo no hice nada, ellos... Yo al principio la defendí, cuando empezó todo, cuando se volvieron locos, cuando empezaron a atacar a los que estaban más débiles... Yo sabía que debía hacer algo, que debía ayudar, pero... Lo primero era mi niña, ¿no? —Les explicó buscando su aprobación—. Ellos enloquecieron y yo hui con mi pequeña, varios lo hicimos, corrimos, corrimos tanto como pudimos, pero la niña seguía llorando. Yo intenté callarla, pero los demás se asustaron y nos dejaron, porque decían que atraeríamos a los demás, y me refugié e intenté que se callase, pero no podía. Cuando se cansaba, sólo lloraba más débil, pero no cesaba —dijo apretando el fardo tan fuerte que no le hizo falta más para saber que pasó—. Y finalmente nos encontraron y ellos me dijeron, me dijeron... "lo que perjudica al grupo hay que sacrificarlo para obtener algún beneficio" —al escuchar aquello Aisdal recordó las clases de pequeñas, cuando aquello se lo repitieron hasta la saciedad—. Y yo pensé que tenían razón. Después de todo, era una carga, ya la había llevado suficiente tiempo, de manera que si ella se alimentó de mi hasta que no quedó nada, ¿entonces por qué no...? —Se detuvo—. ¿Por qué me miráis así? Vosotros no sabéis lo que fueron aquellos días, aquellas largas horas, aquel tiempo, sin poder dormir, sin poder comer, sin poder beber. Sólo con el ruido de la niña, el llanto de los débiles, las lamentaciones, y aquel olor....

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