Capítulo 4

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      Se sentó en su lugar y miró a su alrededor observando las caras conocidas. Vio como los niños, vestidos con la túnica de evaluador, iban entrando ordenadamente y ocupando sus asientos y a medida que iban creciendo, su número disminuía hasta que al llegar a los once años apenas si quedaba un puñado de ellos. Lo cierto es que si se pensaba fríamente aquello no tenía demasiada lógica ya que ellos eran los que tomaban las decisiones, los que gobernaban realmente la ciudad, de manera que la ilusión de todos los niños debería ser convertirse en evaluadores, pero la realidad era muy distinta ya que los evaluadores no estaban bien vistos, al contrario. Pero no era esta la única razón ni la más poderosa. La mayoría de los niños apenas podía soportar las clases y los estudios, prefiriendo con mucho las clases de defensa, de manera que en cuanto se les daba la oportunidad, abandonaban los libros. Muy pocos eran los que sentían verdadera curiosidad y la mayoría pasaba el día estudiando a regañadientes, esperando con ilusión los entrenamientos y pasando sus horas libres hablando de las hazañas de antiguos héroes y eso lo podía ver ahora en la cara de aburrimiento de los niños que estaban sentados frente a ella, tan sólo en algunos de ellos percibía cierto interés de manera que se centró en ellos ya que seguramente estos serían sus nuevos compañeros dentro de algunos años, si es que sobrevivía tanto tiempo, claro.

      La sala de reuniones consistía en unos bancos escalonados realizados en piedra, dividida en tres áreas claramente diferenciadas separadas por unos escalones del mismo material, a la que se accedía desde dos puertas situadas a los lados de un espacio central. La mayor de aquellas tres áreas era la de los alumnos, que estaba formada por niños de edades comprendidas entre los cinco años, que era cuando entraban y once, edad máxima en la que todavía se podía no haber elegido ninguna de las disciplinas de la ciudad. A su derecha estaba el área de los soldados, la segunda en importancia, pero que muy raramente era ocupada, sin embargo, en aquella ocasión había un par de oficiales. Todo un honor, pensó con sorna. También vio en aquella zona a algunos sanadores. En realidad, los sanadores no tenían representación allí, nadie sabía la razón, pero debido a que los soldados muy raramente acudían, y nunca llegaban a ocupar todos los asientos disponibles, los sanadores interesados en las reuniones solían sentarse en aquel lugar para asistir. Lo cierto es que no existía un código establecido, por lo que ella sentía auténtica curiosidad por saber qué pasaría en el caso de que todos los soldados acudiesen a una reunión, ocupando todos los asientos y no quedasen para los curanderos. Si, desde luego sería una cuestión de protocolo muy interesante.

      El tercer grupo de asientos estaba ocupado por los evaluadores, cuanto más joven, más alto el asiento, ya que se solía hablar en el hueco central formado por los tres grupos de asientos y dado que los que solían salir eran los evaluadores de mayor edad, y por lo tanto experiencia, hubiese sido para ellos demasiado cansado tener que bajar y subir cada vez que tenían que intervenir. En cualquier caso, ella no se quejaba, en los cuatro años que llevaba como evaluadora apenas si había bajado un par de veces y desde allí tenía una vista más que aceptable de la sala y, en cualquier caso, ya estaba ocupando la tercera fila empezando por el final.

      Vio como un nuevo grupo de oficiales entraba acompañado por algún soldado joven mirando aquello sorprendida, no había visto aquello desde... se detuvo. Desde luego que estaban acudido, los soldados debían estar impacientes por saber quién era el elegido como representante ya que el tiempo se les había agotado. Además, este debía elegir a su escolta y los soldados tenían algo más que un ligero interés en saber quiénes eran los elegidos, los que entrarían a formar parte de la leyenda de los que habían acudido a una reunión con las otras ciudades, cuyos nombres serían grabados en una de las piedras que formaban aquella habitación, lo único que para los soldados tenía valor de todo aquel edificio. Nombres en una piedra. Los soldados tenían su ilusión en cosas tan duras como inútiles. Ella prefería las leyes que estaban grabadas en las columnas que sobresalían de las paredes, leyes aprobadas y olvidadas, que demostraban que no siempre se había dado una misma respuesta a los problemas que ellos tenían, que siempre existían varias soluciones. Allí estaba resumida su esencia como pueblo, su manera de ver la vida, de concebirla a lo largo de generaciones y sin embargo a los solados tan sólo les interesaban unos nombres grabados en una piedra.

EvaluadoresWhere stories live. Discover now