Capítulo 6

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      Apenas dos días después cruzaba las puertas de su ciudad por segunda vez en su vida. Por tradición todos los evaluadores tenían que salir al menos una vez para saber que era lo que sentían los soldados cuando abandonaban la seguridad de los muros de la ciudad y ella estaba de acuerdo con aquella medida, ya que era muy diferente ver las cosas desde lo alto de los muros y andar por la arena cliente mientras escuchabas el ruido de las grandes puertas cerrarse detrás de ti sin estar seguro de si a la vuelta se abrirían o no.

      Estaba asustada, pero no dio muestras de ello, ya que los soldados no toleraban aquel tipo de comportamientos y si la despreciaban, no la protegerían, de manera que continuó andando sin volverse ni siquiera una vez confiando en que podría verla a la vuelta. Para entonces sus ideas, su concepción de las cosas habría cambiado radicalmente al entrar en contacto con las otras ciudades y sus costumbres, sobre todo con Liniven, y esperaba que aquel cambio fuese para bien.

      Miró a su alrededor sin ver nada en medio de aquella tierra yerma, tan sólo arena. Lo único que iban a encontrar en el camino para comer era lo que llevaban ellos, provisiones cuidadosamente medidas para permitirles llegar vivos a Lexta. Lo cierto es que eran bastante exiguas, tanto que en caso de que se perdiesen o por cualquier causa se demorasen más de un día, morirían de hambre y de sed y aquello se reflejaba en el hecho de que sus acompañantes avanzaban a un buen ritmo, conscientes de que cuanto más recorriesen, más posibilidades tendrían de sobrevivir y aunque ella no estaba acostumbrada a mantener aquel ritmo, no se quejó y siguió andando.

      No estaba acostumbrada a aquel ritmo ni a aquellas ropas. Para hacer el viaje le proporcionaron ropas de soldado, y hacía mucho que no vestía así. Eran cómodas, eso debía reconocerlo, mucho más que su túnica, pero lo cierto es que se sentía demasiado... aprisionada. Los evaluadores, así como los curanderos y los niños, iban vestidos con unas túnicas sueltas de color verde oscuro, a veces se ceñían con un cinto, pero no era habitual. Sin embargo, los soldados, debido a que salían fuera de la ciudad, llevaban una ropa que los protegía del sol y de las inclemencias que podían encontrar fuera. El traje consistía en pantalones ajustados que iban dentro de unas botas bajas, una camisa fina y encima otra camisa de manga larga hasta medio muslo que se llevaba abrochada desde el cuello hasta abajo para evitar que el inclemente sol les quemase y para protegerse la cabeza se llevaba envuelto un fino y largo trozo de tela que por las noches hacía las veces de cama.

      No, lo cierto es que ella no estaba acostumbrada a notar la ropa sobre su cuerpo, afortunadamente sólo tendría que llevar aquella ropa hasta que llegase a Lexta y una vez allí volvería a llevar su túnica. Y aquella era otra diferencia con los soldados. Los evaluadores estaban deseando quitarse aquellas ropas cuando se veían obligados a ponérselas, ya que les resultaban incómodas, mientras que los soldados no se ponían las túnicas cuando estaban dentro de la ciudad por sentirse demasiado vulnerables con ellas. Si, muy diferentes. Tanto como su manera de pensar.

      Miró a su alrededor y observó el grupo que eligió Rush para ella. Estaba compuesto por diez personas, se decía que cinco eran elegidos para perecer a la ida y cinco a la vuelta. Todo el que sobreviviese, podía considerarse afortunado, ya que sólo había un miembro importante en ese grupo: ella. Los demás eran sacrificables y por eso era tan importante que el grupo estuviese dispuesto a morir por ella. De hecho, se consideraba una deshora que el grupo volviese sin el emisario y no se recordaba ni una sola vez que esto hubiese ocurrido. Si el emisario se perdía, el grupo desaparecía con él.

      Continuó andando en silencio intentando mantener el ritmo mientras se centraba en los miembros del grupo e intentaba descubrir por qué los eligió Rush, si había alguna trampa en su elección y cuál era el motivo que les llevó a aceptar.

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