Capítulo 44

9 4 2
                                    

      Se levantaron, le gustaría decir que a la mañana siguiente, pero no estaba segura. Sólo sabía que el Sr. Medkiavar ordenó ponerse en marcha. Este volvió en algún momento mientras el resto dormía y en cuanto se despertó le comunicó que mataron a un total de quince malditos, pero que no estaba seguro de si logró escapar alguno o no. En cualquier caso, y como quedarse allí no iba a servir de nada, iban a seguir y ella no tuvo nada que objetar. Tal vez hubiese escapado alguno, pero en esos momentos no podían perder más tiempo en su búsqueda. Lo más importante era la supervivencia del grupo, no sus sentimientos.

      Además, ella no podía hablar, Rush despertó con fiebre y Pria era demasiado inexperta para dirigir una partida de caza, de manera que no les quedaba más remedio que seguir y desear que, si quedaba algún maldito, los siguiese, cosa no tan descabellada si tenían en cuenta que eran la única comida que estos podrían encontrar en la zona.

      Y en aquellos momentos, cuando el número les daba mayor seguridad y por primera vez no se notaba la diferencia entre los dos grupos, encontraron una bifurcación en el camino que iba en la dirección correcta y que, según el Sr. Flearen era un camino fiable, de manera que, sin más ceremonia, se separaron. Miró al grupo preocupada mientras avanzaba, habían quedado reducidos a prácticamente a la mitad y aquella sensación de indefensión y soledad que le dejaba la división del grupo no le gustó nada ya que si ella se sentía así, ¿cómo se sentirían los soldados?

      Las siguientes horas de marcha resultaron agotadoras para ella y al detenerse, pudo comprobar que tenía algo de fiebre, pero se guardó aquella información por tres razones: primero, porque con Rush, con una fiebre más alta, ya tenían suficiente trabajo en el grupo, segundo, porque aunque lo dijese, no tenían más medicina para la fiebre, prefirieron traer cosas para las heridas, cosa mucho más lógica dada la situación y por último, seguía sin querer hablar. En aquellos momentos el dolor de garganta era un picor de fondo, de manera que estaba segura de que si quisiese podría hablar, pero dado que aquello sólo le serviría para recaer, prefería continuar así. Aquella noche se tomaría sus dos medicinas, dormiría y rezaría por que la suerte le siguiese sonriendo y no tuviese necesidad de hablar, mientras su garganta se recuperaba un poco más.

—¿No crees que deberías ayudarla? —le preguntó la Sra. Alnea y Aisdal se volvió hacia ella. Era la primera vez que se dirigía a ella desde que salieron de Lexta—. Esa chica necesita ayuda, cada vez le hacen menos caso —al escuchar aquello sonrió y luego negó con la cabeza—. Pero como siga así va a perder su autoridad completamente —le advirtió Sra. Alnea.

—Yo estoy de acuerdo con la Sra. Aisdal —intervino el Sr. Flearen que estaba sentado cerca—. Esa chica tiene que conseguir su propia autoridad, si la Sra. Aisdal interviene ahora, lo único que conseguirá es que pierda cualquier oportunidad de ser una evaluadora competente y si no sirve para eso, su utilidad para el grupo quedará en entredicho.

—Es demasiado joven —negó la Sra. Alnea—. Nunca le harán caso. Para eso tiene que ganarse su respeto, cosa nada fácil dada la situación.

—Nadie dijo que fuese fácil —asintió el Sr. Flearen—. Tiene que ganarse su respeto en unas condiciones adversas, pero precisamente por eso es tan importante que lo haga. Ya se ha demostrado lo fácil que es perder al Sr. Rush y a la Sra. Aisdal, y si bien es cierto que esta vez han tenido suerte, no podemos descartar que la próxima vez sea diferente. Y entonces todo dependerá de esa chica y su capacidad, por más joven que sea.

La Sra. Alnea miró a Pria y finalmente suspiró mientras se marchaba.

—¿Realmente no vais a hacer nada? —le preguntó el Sr. Flearen y ella negó con la cabeza.

      Tenía confianza en Pria, la había visto actuar varias veces en los ejercicios y era mucho más rápida que la mayoría. En aquellos momentos lo que esta tenía era un problema de seguridad, por eso se dejaba avasallar. Pero en cuanto comprendiese que no era cuestión de edad ni de experiencia, sino que la cuestión era que ella era la evaluadora al cargo, la única que podía tomar ciertas decisiones; en cuanto comprendiese que el respeto que le diesen los demás dependía, en su mayor parte, de la seguridad que demostrase en lo que estaba haciendo, tomaría su lugar y estaba segura de que sólo era cuestión de tiempo que lo hiciese. Ahora mismo parecía estar al borde del desastre, pero sabía que antes de que este se produjese, Pria demostraría por qué fue elegida para ir en aquel grupo y lo sabía porque a todos les ocurría lo mismo la primera vez.

EvaluadoresWhere stories live. Discover now