Capítulo 19

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      Al día siguiente para cuando el sol salió, Aisdal ya llevaba varias horas recorriendo la ciudad. En esos momentos más que nunca, la presencia de los evaluadores era necesaria como figuras de autoridad para evitar desmanes tanto por una como por otra parte. Era curioso, pero cuando era evidente que el final estaba cerca, la gente, en lugar de colaborar, se volvían unos contra otros sin sentido, como si aquello fuese a servir de algo y ahí era donde intervenían ellos.

      Desde que se levantó había evitado más de una veintena de altercados y es que la solución era siempre muy fácil: actividad. Las mentes ociosas eran un problema dada la situación, de manera que separaba a los alborotadores y los mandaba a hacer las tareas más desagradables como escarmiento para los demás.

      Afortunadamente su autoridad aún era aceptada, y esperaba que aquello siguiese así o mejor abrían las puertas a los atacantes.


      Dos horas después estaba evitando que un grupo atacase las reservas de comida. Al parecer habían decidido por su cuenta que, ya que iban a morir, al menos lo harían con el estómago lleno y no parecían querer entender que dado que no se sabía cuando se iba a producir la ofensiva de los atacantes, era mejor ser prudentes en ese sentido. Sobre todo cuando los cultivos habían sido destruidos.

      En esos momentos tenía tres cuerpos a sus pies. Uno, de los soldados que la estaban ayudando y dos de los que intentaban entrar y aquello no tenía buen aspecto.

—Lo que estáis haciendo es una tontería —les advirtió intentando mantener la autoridad.

—¿Tontería? Vamos a morir —repicó el jefe del grupo de alborotadores—. ¿Qué más da comer un poco?

—Vamos a morir, pero aún no estamos muertos —replicó ella—. Y eso supone que debemos comer. Todos.

—Ya ha muerto una tercera parte de la ciudad.

—Apenas una cuarta parte, y los que quedan no morirán fácilmente. Además, aún podemos aguantar días, tal vez semanas, y entonces toda esta comida será muy valiosa.

—No se sabe de nadie que haya sobrevivido tanto tiempo ante una ofensiva de los atacantes.

—Nosotros hemos sobrevivido a un ataque suyo— le recordó ella— y Liniven soportó su sitio varios años.

—¿Y tú cómo lo sabes? —Le preguntó el hombre retador— ¿Acaso estuviste allí?

—Ella no, pero yo sí —contestó alguien y al volverse vio a Zul y el soldado con el que estaba hablando se disponía a replicar cuando al ver de quien se trataba, se detuvo en seco—. La comida es demasiado valiosa para desperdiciarla —prosiguió Zul en un tono tranquilo que a ella le recordó al que usaba el Sr. Medkiavar siempre para hablar. Sospechosamente parecido, pero no fue capaz de encontrarle ningún significado a aquello—. Además esto es Xritt, ¿verdad? —El hombre asintió—. Y los evaluadores de Xritt tienen fama de ser de los más sensatos dentro del concilio, de manera que yo, en vuestro lugar, le haría caso.

—De acuerdo —aceptó el hombre marchándose prácticamente corriendo y los demás, después de un momento, lo siguieron.

—Espero no haberme entrometido —se disculpó Zul.

—No, en absoluto —replicó ella—. Por el contrario, os estoy muy agradecida. Lo único que lamento es que hayáis presenciado esto.

—No importa —negó Zul sonriendo levemente cuando de repente la cara le cambió volviéndose más fiera—. Lo lamento— se disculpó haciendo una leve inclinación antes de desaparecer sin más.

—Ya te dije que eran muy raros —escuchó que le decía un soldado a otro, pero ella fingió no oírlo.

—Esperad aquí, os enviaré refuerzos —les ordenó ella justo antes de irse mientras pensaba que si Zul estaba allí, eso significaba que la reunión ya había terminado y que, por fin, sería del dominio público porqué habían enviado emisarios de Liniven a Xritt a pesar de la situación.

—Aisdal —la llamó Lena poco después mientras avanzaba por los pasillos.

—No deberías estar aquí —la regañó.

—No podía soportar más tiempo estar allí dentro —le explicó Lena sombría y ella asintió. La situación allí dentro con los niños debía ser deprimente.

—En cualquier caso, deberías buscar un lugar tranquilo y descansar allí.

—Eso no existe. Además —añadió antes de que ella pudiese replicar—, vengo para ver si tú sabes algo de lo que ha traído a esos soldados de Liniven hasta aquí.

—¿Yo? ¿Y por qué iba yo a saberlo?

—Porque parecías conocer al representante de Liniven.

—Y lo conozco —admitió—. Pero no tengo ni idea de qué es lo que les ha traído por aquí, aunque no creo que te cueste mucho saberlo. La reunión acabó y ya debe ser de dominio público que ha pasado.

—Tienes razón, la reunión acabó, pero nadie ha dicho nada. Por eso he acudido a ti, pero si tú tampoco lo sabes...

—¿Qué ha pasado? —Inquirió cada vez más preocupada.

—No se sabe—negó Lena—. Hace una hora acabó la reunión, pero ninguno de los cinco mayores que estuvo presente ha dicho nada, tan sólo se han retirado a descansar, pero se dice que después de comer retomarán la reunión.

—¿No han acabado? —Exclamó sorprendida y Lena negó con la cabeza— Vete a descansar —le advirtió y Lena suspiró.

—Sí, evaluadora —respondió burlona antes de marcharse. ¿La reunión iba a continuar? Se preguntó mientras negaba con la cabeza y luego suspiró mientras miraba la lista de soldados con heridas curadas pero que aún no estaban en plena forma. Otra tarea desagradable que hacer.

EvaluadoresWhere stories live. Discover now