Capítulo 24

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      Se detuvieron para descansar algún tiempo después, pero no sabía si era mucho o poco. Sus músculos le decían que era mucho, pero dado que no estaba acostumbrada a viajar, su opinión no era del todo fiable y en cuanto a sus relojes internos hacía un par de horas que habían empezado a dudar debido a la absoluta falta de luz. Estaba segura de que si viese el sol tan sólo por un momento volvería a ser capaz de calcular el tiempo, pero por ahora aquello era imposible. Y lo mismo pasaba con su orientación. Allí no parecía haber nada para guiarse, sólo un zigzagueante camino que había girado tantas veces que ya no estaba segura de hacia donde iban por lo que rezaba porque aquello no fuese un laberinto o acabarían perdidos sin remisión en él. Lo único que la consolaba es que no había rastro ni del grupo que iba delante ni de posibles perseguidores. Lo único, pensó mirando a su alrededor.

      Se encontraban en una pequeña cueva natural, de forma alargada y los evaluadores habían acabado en medio de dos grupos formados por una parte por los soldados de Liniven y por otra por los de Xritt y aunque los de Xritt eran muchos más, estos parecían ser los más interesados en mantenerse alejados de sus, en teoría, admirados colegas. Y ella debía confesar que lo entendía.

      El comportamiento de los soldados de Liniven era, cuando menos, extraño, y ahora comprendía porqué en las reuniones y en las partidas de caza se mantenían al margen y es que aunque normalmente su mirada y su comportamiento eran normales, de vez en cuando algo parecía cambiar en ellos y sabía que no era imaginación suya ya que en más de una ocasión había visto al Sr. Medkiavar regañar con la mirada a alguno de sus soldados, incluso una vez había cogido a uno sin causa aparente y lo había apartado de los demás, al parecer para decirle algo, algo referente a ellos ya que desde entonces no se había vuelto a acercar.

—No son normales —murmuró Pria que observaba a los soldados de Liniven sin ningún disimulo mientras estos fingían no darse cuenta.

—Tal vez —admitió ella—. Pero esa no es razón para que los mires así —añadió de manera que Pria volvió a su comida.

—Aun así, hay algo raro en ellos y lo cierto es que no sé que es.

—Lo que ocurre es que son peligrosos —terció Rush interviniendo en la conversación.

—Ciertamente lo son —asintió Pria mirándolos de nuevo, pero antes de que ella pudiese decirle nada apartó la vista—. La cuestión es ¿para nosotros también?

—Si quisieran hacernos algo, ya lo habrían hecho —contestó Rush negando con la cabeza.

—¿Y si tienen planes? —Inquirió Pria pensativa.

—¿Planes como qué?

—Tal vez pretenden matarnos y dejar nuestros cuerpos como cebo.

—Demasiado complicado —negó Rush—. Para eso hubiese sido más fácil un grupo que tuviese el mismo número de miembros que ellos, no un grupo que los supera siete a uno formado por soldados. Y no olvidemos que ya hay otro grupo que hará de cebo.

—¿Entonces confías en ellos? —Le preguntó Pria a Rush.

—Yo no he dicho eso —negó Rush—. Sólo he dicho que no creo que nos vayan a usar de cebo, serían demasiadas molestias para una ventaja tan pequeña.

—¿Entonces qué quieren de nosotros? Porque es evidente que algo quieren, sacarnos de allí es demasiado trabajo, trabajo que no compensa esa piedra, sobre todo cuando para conseguirla no tendrían más que haberla robado y desaparecer. En nuestras condiciones no podríamos haber hecho nada para recuperarla y nadie lo hubiese descubierto.

—Desde luego, esa sí que es una pregunta interesante, ¿tú qué opinas? —Le preguntó Rush a Aisdal volviéndose hacia ella.

—Que sea lo que sea lo que quieren de nosotros, les conviene más que estemos vivos que el que estemos muertos, de manera que, por ahora, no tengo motivo de queja —contestó antes de volver a comer.

EvaluadoresWhere stories live. Discover now