Capítulo 18

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      Avanzó por las calles con rapidez. De alguna manera habían conseguido detenerlos, pero aquello sólo era una tregua momentánea. En cualquier momento los volverían a atacar y aquella vez no podrían defenderse. Eran los últimos días de su ciudad y ella tenía el cuestionable honor de verlo.

      Apartó aquellos pensamientos y, como siempre, se centró en lo importante. La ciudad iba a caer y aquello requería ciertos preparativos y dado que la mayoría de sus compañeros o estaban muertos o en la reunión con los enviados de Liniven, ella era una de las pocas que podía centrarse organizar el final. De nuevo otro dudable honor.

      Entró en la habitación y en cuanto los curanderos vieron a los soldados que la seguían bajaron la cabeza mientras uno de ellos se acercaba.

—¿De verdad es necesario? —Le preguntó el hombre.

—Ya es inevitable. Podéis escoger entre cualquiera de los dos cometidos que prefiráis, aunque sinceramente, preferiría que os encargaseis de la leña para las piras ya que sois de los pocos que estáis en condiciones de hacerlo. Usad cualquier cosa que encontréis, especialmente si es valioso.

—Entendido —asintió el hombre mientras los soldados entraban comenzando a rematar a los heridos y ella salió.

      Aquello no era agradable, nadie quería seguir los protocolos, ordenar cada uno de aquellos pasos que significaban, inevitablemente, que la ciudad estaba condenada. Sin embargo, había llegado el momento de hacerlo.

      Ya habían muerto los enfermos, los que tenían heridas más graves y los más ancianos, un reconocimiento por sus años de servicio a la ciudad y las piras donde se quemaban sus cuerpos ardían a buen ritmo, pero aquello era algo que no preocupó a nadie, ya que aquella era la gente prescindible, su presencia no significaba ninguna diferencia para el futuro de la ciudad, incluso en cierta manera era un alivio deshacerse de algo que podía acabar convirtiéndose en un lastre.

    Sin embargo, ahora era el turno de los que tenían heridas, cualquier tipo de herida que les impidiese combatir, aunque se curase en los próximos días y aquella era la señal oficial de que la ciudad se daba por perdida, comenzando los suicidios de los sanadores, cuya misión ya no tenía sentido, y el sacrifico de los niños. Y aunque aún no había órdenes todo el mundo sabía que si al amanecer eran los heridos, al atardecer eran los niños. Los únicos que debían resistir hasta el final eran los soldados y los evaluadores; y todos rezaban porque la suerte no les condenase a una eternidad de sufrimiento a manos de los atacantes.

      Al pasar por una pira que ardía con los cuerpos de los muertos acarició la idea de unirse a ellos, ya que tenía la seguridad de que ella sería una de las almas atormentadas por los atacantes, pero apartó aquella idea y siguió caminando. Todo aquello no eran más que aprensiones, ideas absurdas, y en cualquier caso, aunque fuese cierto, quedaba demasiado por hacer: Ya habría tiempo más adelante.

—Ahí va la primera —murmuró el evaluador que la acompañaba. Un chico joven al que acababa de sacar de una situación bastante comprometida y es que si bien los evaluadores aún tenían autoridad, esta estaba en relación directa con la edad y la experiencia.

—Esto va a complicar aún más las cosas —murmuró mientras veía a la mujer acercarse con un niño en los brazos a la hoguera, pero al llegar al filo, en lugar de detenerse entró comenzando a arder.

—¿Acaso no se supone que es esto lo que tiene que pasar? —Le preguntó el chico confuso al oírla—. ¿Que los padres deben matar a sus hijos para evitarles el sufrimiento de ser convertidos en recipientes o sacrificios de los atacantes? ¿Que es lo último que pueden hacer por ellos?

—Cierto, pero eso significa que ya no hay esperanza y cuando todo está perdido es más difícil controlar a la gente, por eso hubiese preferido que la primera hubiese esperado un par de horas más, hasta que los trabajos estuviesen más avanzados. Pero ya no se puede hacer nada —añadió dejando de mirar el cuerpo que se quemaba lentamente—. Vamos, aún hay muchas cosas que hacer antes de que caiga esta ciudad.


      Entró en la torre. Allí se concentraba casi toda la actividad de la ciudad y no sólo porque se estuviesen organizando los planes, sino porque la llegada de los enviados de Liniven había centrado la atención de todos. Aquella llegada fue providencial, ya que gracias a ella sus soldados recuperaron suficiente empuje como para detener a los atacantes y darles a ellos el tiempo suficiente como para organizar el final de una manera más aceptable.

      Después de dar un breve informe sobre su actividad aquel día y comer un poco, se dirigió a lo alto de la torre y miró a su alrededor, pero al ver a los atacantes moviéndose en las sombras, se sentó en el suelo y se puso a mirar el cielo. Aquello era lo único que se mantenía igual desde la llegada de los atacantes, lo único que estos no habían podido destruir, de manera que se aisló del exterior centrándose tan sólo en aquello mientras intentaba obviar todos los sonidos y el olor de los cuerpos al ser quemados. Aquella seguramente era la última vez que iba a poder hacer eso, de manera que quería disfrutar de aquel espectáculo una última vez.

      Finalmente se levantó antes de quedarse dormida y bajó las escaleras descubriendo que el movimiento seguía a pesar de lo avanzado de la noche.

—¿Aún sigue la entrevista con los soldados de Liniven? —Les preguntó a unos evaluadores más jóvenes al pasar por su lado.

—Y aún falta. Según algunos mayores la reunión no acabará hasta que no amanezca.

—¿Por qué? —Preguntó extrañada.

—Nadie lo sabe —contestó el chico encogiéndose de hombros.

—Comprendo —asintió mientrascontinuaba andando preguntándose qué importante asunto había llevado a Liniven amandar a un emisario y su escolta hasta allí importarle el hecho de que era unsuicidio y hacía que una reunión se prolongase tantas horas a pesar de la situaciónen la que se encontraba la ciudad.


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