Capítulo 23

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      Poco después estaban en el subterráneo donde se encontraban las puertas de hierro. Aquella era la tercera vez que ella las veía, aunque para los soldados era la primera vez. Ella no entendía el porqué, pero los soldados tenían prohibido acceder a las puertas y tan sólo después de hacer algo especialmente importante se les permitía el acceso a estas, quedándoles terminantemente prohibido describirlas, de tal manera que en circunstancias normales los soldados que bajaban se mostraban más o menos excitados dependiendo de su capacidad para controlarse, pero en aquella ocasión era diferente. Todos miraban la puerta con preocupación mientras escuchaban los mecanismos de siglos atrás, seguramente en parte construidos con ciencia prohibida, girar moviendo la puerta lentamente.

      Era la primera vez que se tenía constancia de que la puerta se abría, por lo que no podían asegurar que habría detrás, si un ejército, sólo negrura o algo que ni siquiera podían imaginar y la verdad es que no estaba muy segura de lo que prefería, ya que incluso si descubrían que en realidad detrás de aquella enorme puerta sólo había rocas y que estaban atrapados allí, una parte de ella se sentiría aliviada al tener claro su destino. Y es que aquella era una puerta que conducía a lo desconocido y eso, cuando llevaba una vida de plena organización con normas ancestrales, era algo, cuando menos, preocupante.

      Decidió fijarse en los detalles para olvidarse de la puerta y de lo que aquello significaba para ellos, de los cambios que iban a tener lugar en su vida, pero rápidamente las desechó. Tan sólo eran unas puertas de hierro, enormes, eso era cierto, situadas en una pared de una cueva que parecía demasiado pequeña para albergar aquella puerta y es que iba de una pared a otra y desde el suelo al techo, quizás simplemente las pusieron en medio de la cueva, pero lo cierto es que daban una sensación un poco desconcertante. Además, no tenía ningún grabado, sólo una enorme puerta de hierro que se abría colocando la piedra, símbolo de la ciudad, en un hueco situado en la pared de la izquierda.

      La cueva en sí tampoco tenía nada que destacar. Varios metros de alto, se podía ver el techo a pesar de la débil iluminación de las teas que brillaban en sujeciones colocadas allí hacía siglos. Detrás de ellos el hueco que conducía a las serpenteantes y escarpadas escaleras que construyeron para comunicar la ciudad con aquella cueva y nada más, de manera que centró su atención en sus compañeros.

      Finalmente 47 personas eran las que iban a formar el grupo que saldría de Xritt, algunos menos de los que en un principio fueron llamados y pocos eran los que coincidían con la lista inicial. Lo conformaban dos sanadores, los dos más prestigiosos y muy competentes a pesar de su edad; tres evaluadores: Rush, Pria, una joven evaluadora, que era toda una promesa y ella; y el resto eran soldados. Aparte de ellos también estaban los soldados de Liniven y el evaluador Tiam que, aunque permanecería en la ciudad, había ido para abrir y cerrar la puerta tras ellos.

      Y aunque en teoría el grupo parecía estar tranquilo, esperando pacientemente la apertura de una puerta que parecía moverse perezosa después de tanto años de inactividad, ella podía notar como todos, especialmente los soldados, estaban atentos a las escaleras en espera de un ataque, por lo que al menor ruido todos se ponían alerta. Y debía admitir que ella también lo hacía ya que no se podía descartar la posibilidad de un levantamiento por parte de todos los que quedaban atrás al ver como su última posibilidad de supervivencia desaparecía y una parte de ella deseó estar arriba, controlando a la gente y asegurándose de que nadie cometía una locura. Sólo una parte.

      Un temblor la devolvió a la realidad. Otro edificio había caído, seguramente una de las casas, pero debido a su proximidad hizo que del techo y de las angostas paredes cayese arenilla que por un momento hizo titilar las teas.

      Cada vez que una de las casas caía, especialmente si era cerca de la torre, aquel lugar se movía como si las piedras del techo fuesen a caer sobre ellos matándolos antes de conseguir salir de allí. Desde luego sería curioso. Todos los miembros de la ciudad muertos, incluso aquellos que de alguna manera la traicionaban escapando en lugar de desaparecer con ella tal y como juraron tantas veces hacer.

EvaluadoresWhere stories live. Discover now