073 | #DESPERTAR

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-Hazlo-ordena Magda.

Y sé que todo se habrá ido al demonio. Estoy viendo a Natalie entrar en acción de acuerdo con la persona que realmente es.

La conocí de esta manera, al fin y al cabo.La metí en problemas, intenté todo lo posible por mantenerla apartada, sin conocerla. Sin saber que basta provocarla para que ella demuestre siempre lo contrario. Si hubiese tenido nociones de que era una hacker obstinada con indagar en la privacidad de las personas, jamás me hubiese involucrado en cualquier clase de interés más allá del hospital. Debería haberle asignado mi rol a Amber desde el primer comienzo, desde la primera noche que tuve relaciones sexuales con otras mujeres y debí pensar en ella para llegar al climax.

Primero fue alumna, nunca de las mejores, jamás intentó sobresalir. Ella es de esa clase de personas que sienten comodidad por vivir en la oscuridad.

Sabía que tratar de sostener un currículum impecable significaba no ceder a los intentos de los alumnos. Porque más de uno o una en la universidad intenta salirse con la suya haciendo alusión de ciertos encantos. Podemos poner a Beatrice como ejemplo...bueno, nunca pensé que Beatrice sería un ejemplo.

Pero en este caso, Natalie era exactamente lo contrario. Provocadora, silenciosa, metiéndose constantemente en mis ideas.

Una noche que estuve con Ammber, me reclamó que abriera los ojos. Ella es jodidamente preciosa, su cabello rojizo, sus pechos pálidos y prominentes, sus labios anchos y con brillo.

Pero no eran los labios ni los pechos ni el cabello que yo quería mirar, que deseaba tener arriba de mi pene cogiéndome duro.

Me costó mucho llegar a acabar, una vez que ella terminó, quiso hacerme una felación, morderme, mientras más se esforzaba, peor era para mí. Lo intentaba y lo intentaba y lo intentaba, pero yo debí cerrar nuevamente los ojos y pensar en Natalie vestida con cuero y cogiéndomela duro. Así fue que empezó la desgracia.

En vida encarnaba un demonio constantemente presente. En mis fantasías, volvía. En mis sueños, era pura pesadilla.

Pesadillas que se hicieron realidad.

Caí tentado hacia ella.

No se apartó de mí.

Quise hacerlo.

Quise con todo mi ser, pero se obstinó.

Yo también.


Y ya los dos estábamos perdidos.


-Para ti.

Natalie viste un camisolín blanco. Estamos en una casa preciosa, con paredes forradas y ventanales abiertos. Se respira una deliciosa brisa marina.

-¿Que?

La observo, un poco exaltado.

Ella esboza una risita y se muestra cálida, divertida, genuina. Me hace pensar en la Natalie que estuvo hace tiempo conmigo, tratando de hacerme creer que podría llegar a era una persona de bien.

No tiene idea de lo que soy.

O lo sabe y aun así decida estar a mi lado en la cama tendiéndome un tazón de cocoa caliente.

-¿Lo vas a recibir o te vas a quedar pálido, observándome?

-Yo... Claro. Lo siento.

No sé qué carajos sea lo que está ocurriendo, pero en mi abdomen ya no hay ninguna herida.

Santo cielo, qué ha sido lo que ha pasado.

Tomo el tazón y bebo. Está delicioso.

-Anabel me cedió la cocina un momento, pero ya tenía unas galletas en el horno-anuncia.

-¿Anabel?

-La misma.

-¿Ella...está aquí?

Nat frunce el entrecejo.

-Hace tres años que ella está aquí-anuncia.

-¿Tres años? Y...donde se supone que estamos nosotros.

Esta vez se preocupa y me toma la fiebre con el dorso de la mano derecha, mientras sostiene un tazón para ella con la izquierda.

-¿Te has golpeado la cabeza?-me pregunta.

-No que yo recuerde.

¿O si? Al menos, no siento dolor, más que un estado confusional terrible.

-¿Por qué todo parece tan...calmo?-le digo.

-Si tu piensas que llevar adelante una casa es calmo, bien. Quizá sea hora de que vuelvas a trabajar, si eso te parece más eficiente.

-Natalie, por favor. No estoy entendiendo por qué...

-¿Mami?

Un nene habla desde la puerta. Ha de tener unos dos años y medio. Ha articulado la palabra con dificultad, pero parece no saber otra, además de que camina torpemente.

Quedo gélido al verlo avanzar hasta Natalie quien se apresura a recibirlo en sus brazos.

Tiene el mismo cabello negro que ella, su piel pálida, sus mejillas sonrosadas.

Y mis ojos.

La luz del ventanal los ilumina como la gran jodida obra maestra del siglo. Ella ha dejado su cocoa caliente sobre la mesa de noche.

Una sensación de congoja infla mi pecho y desata un sentimiento de alegría que me tiene a punto de estallar.

-Dile buen día a papi-le dice Nat al niño.

Él me mira, pero solo ríe y tiende sus brazos alrededor de ella, como si me la fuese a robar.

-No te pongas celoso, chiquitín. Papi nos quiere a los dos-dice ella.

Y está hablando de mí.

-Natalie-mi voz es apenas un murmullo desarticulado. Algo presiona mi garganta y no me deja en paz.

-¿No vas a hablarle a tu hijo?-me provoca.

Se sienta a mi lado y me acaricia el cabello. Me mira como si estuviese enfermo, como si en verdad le preocupase de manera genuina.

Parece haber amor en sus ojos, en los del niño, en los...tres.

-Te quiero, Nick-me dice ella al tiempo que acaricia mi cabello-. No puedo dejarte ir.

Y su voz se vuelve difusa.

Hasta desaparecer.

La luz es tan grande que envidia la belleza verdadera de las cosas.

Algo tan magnífico no puede ser parte de nuestro mundo bestial.

Por ello es que la voz de Magda me arranca de mis sueños:

-No puedo dejarte ir-insiste.

Y despierto.

Solo.

En la misma cárcel de siempre.

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#LasMentirasDelJefe

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+18 Las Mentiras del JefeWhere stories live. Discover now