Capítulo 20: Tu propia medicina

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Agustín sale de la casa de sus padres abatido.

Tiene una mezcla de sentimientos que parecen un coctel de bronca, decepción, incredulidad y pena.

La bronca hacia toda la situación en sí, a que se haya mentido y engañado. La decepción de haber sido testigo directo de 12 años de amor que parecía indestructible, y sin embargo se había hecho pedazos. La incredulidad de ver a Peter en ese papel que no le cabe, que nunca demostró que podía representar. Pero por sobre todas las cosas, lo sobrecoge la pena.

Pena por su prima, por la situación en general, por Allegra. Piensa en todo lo que se está perdiendo ella de compartir con su papá, y un poco quizá porque él, a pesar de sus 33 años, sigue pensando como un niño al que hay que cuidar y preservar de todo lo malo.

Camina unos metros hasta la siguiente cuadra y para un taxi. Le dá la dirección de su casa por inercia y menos mal que cuando llega allí, lo recibe Martita, moviendo la cola con desesperación, y él se tira en el sofá para que ella lo llene de besos.

Abre la heladera y busca algo que comer, pero tiene esa sensación en el estómago de vacío que no es hambre, y por eso cierra la puerta sin sacar nada que le complazca.

Marta lo mira desde el suelo, y cuando él le sonríe, ella le mueve la cola instintivamente, entonces, se saca la ropa de la oficina, se pone un joggin, se abriga y toma la correa de Marta.

- ¿vamos a pasear? – a lo que ella responde (sí, responde) pegando un saltito y moviendo la cola feliz.

No vá a ser un paseo por el barrio, porque ella ama el pasto, y entonces la va a complacer por todo su amor incondicional.

Sube a su auto, lo pone en marcha, pero no sabe a dónde ir. Siente como si necesitara hablar con alguien, compartir lo que ahora sabe, o quizá tiene ganas de cagar a trompadas a Peter.

La computadora del auto empieza a pitar indicando que se abroche el cinturón, pero él no la registra hasta que llega a la esquina.

- ¡Paraaá mierda con el pitito!... ¡ya sé que no me lo puse! ¿O vos también te pensas que soy un pelotudo que no se dá cuenta de las cosas?

Se abrocha el cinturón y pone primera, hacia los bosques de Palermo. No piensa ir de Lali, pero es un lugar lindo para que Marta corra libre.

Se sienta en un banco y mira como su niña entabla vínculos con otros perritos chetos de la zona. Saca su móvil del bolsillo y escribe un texto. Primero mira la hora y cuenta con los dedos +5 y aunque escribe sin esperar respuesta, por la diferencia horaria que lo separa de su destinatario, igual se lanza.

- ¡Hola! ¿Dormís?

Después de unos minutos, y para su total asombro, Candela le responde al otro lado del mar.

- Hola... ¿a vos que te parece?... son casi las dos de la madrugada... ¿pasó algo?

-Naaa... quería hablar con alguien...

- ¿Qué pasó en el hemisferio Sur?... ¿se extinguió la vida humana que no tenés con quien hablar?

Agustín se ríe porque la está imaginando, pero quizá no es que se extinguió la vida humana cercana, ni que "quería hablar con alguien", sino que quería hablar con ella, porque cuando estás mal, siempre necesitás volver al lugar donde alguna vez fuiste feliz.

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El martes de la semana siguiente, mientras Lali está en su clase de funcional, que le está devolviendo poco a poco mucha de la energía que fué perdiendo en todos estos meses de angustia, su móvil suena insistente dentro del casillero.

Una vez más...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora