Capítulo 25: Un calendario muy particular (3era parte) / Te amo

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Día Domingo. ROMA – ITALIA


Se había levantado muy temprano, como siempre solía hacerlo a donde quiera que fuese su destino. Le gustaba aprovechar el tiempo y disfrutar de lo que le deparara el día, fuera bueno o malo, siempre trataba de disfrutar lo más que podía.

Su esposa y todos los que habitaban aquella casa, se encontraban aún dormidos. Considerando que la primera ya mencionada, había tenido una noche bastante particular ya que se había excedido un poco de tragos por los acontecimientos y el triunfo de la velada anterior, así que decidió colocarse algo deportivo y fresco y abandonar la casa con el fin de, gozar de la ciudad eterna.

Cuanto extrañaba a su fiel amigo Luke para que la acompañara en sus caminatas donde siempre solía despejar su mente, limpiar su cuerpo y espíritu de lo que le traía pesar y dolor.

Pero sabía que por alguna razón no estaba sola en aquel momento, sentía toda una ciudad entera a sus espaldas, dispuesta a resguardarla y guiarla como cada año lo hacía cuando frecuentaba dicho país.

Estaba en deuda con él, sobre todo con su ciudad principal que desde, por cuestiones laborales, decidió alejarse un tiempo recordando así su última visita aproximadamente tres años atrás. Cuanta falta le hacía estar allí, rodeada de tanta historia y belleza, de arquitectura y naturaleza que aunque muy poco rodeaba esta última a la ciudad, conocía de principio a fin, a la natura humana que bendecía a cada uno de los romanos.

Llegó a la calle "Corso Vittorio Emanuele II", que se extiende desde la Plaza Venecia hasta el puente del mismo nombre. Se detuvo frente al monumento Vittorio Emanuele II, viendo la poca afluencia del tránsito rodear el lugar. Chequeó su reloj de pulsera y pudo concluir que era muy temprano para que al menos, los turistas llegaran a concurrir el monumento. Apenas podía divisar a los guardias que aseguraban la zona.

Tantas veces había frecuentado aquel sitio, aquella calle. Todo se le hacía tan familiar, incluso, podía decir que aquellas pocas personas que a esa hora se encontraban por allí, habían estado las veces anteriores y que nada malo le podría pasar si se sentía en familia, en casa... como siempre había considerado estando ahí.

Cruzó la calle y con su teléfono móvil en mano, comenzó a tomar varias fotografías que siempre guardaba con sentimiento en su portátil. Tenía una belleza delante de sus ojos y sentía que sus pulmones comenzaban a llenarse del fresco olor del clima que se mezclaba con el de los primeros panecillos adobados con orégano, que inundaban sus sentidos haciéndola una italiana más, esperando que terminara de apuntar el alba, para degustar de un buen desayuno.
Nunca en New York había podido disfrutar de un amanecer, de un día como el que estaba comenzando a tener en ese entonces. Alejada del ruido del tráfico, del colapso de las calles, del olor a smog y el correr que a diario vivía, esto simplemente era el antónimo de lo que se había perdido durante algún tiempo y sí, se encontraba sola, tal vez como siempre solía encontrarse, pero siempre manteniendo aquella sensación de que a su lado estaba alguien más alentándola a sentirse viva, tan llena de vida.

Quería gritar en ese momento mientras caminaba por las calles empedradas de Roma. Gritar de alegría, gritar porque volvía a tener veinte años, así de simple. Se sentía tan distinta y renovada como nunca antes y aunque varias personas conocidas habían notado su cambio, ella simplemente estaba renuente a sentirse así. Solo bastó que la noche anterior, el destino la topara con Isabella para que la trajera de nuevo a la realidad.

Su andar la llevó hasta el Café Sant'Eustachio a una cuadra de la Piazza Sant'Eustachio, 82. Al entrar a aquel lugar, respiró profundo sintiéndose invadida por el olor a café recién hecho y a los cornettos que de seguro ya estaban por salir del horno. Un chico con todas las descripciones italianas en su anatomía, se acercó a ella, apenas se sentó a la mesa.

Pidió un Capuccino y un croissant para comenzar el día con un delicioso desayuno. Apenas eran las ocho menos diez de la mañana y sentía como su estómago amenazaba con hacer una huelga si no era alimentado. Sonrió, mientras que un chiquillo de apenas unos nueve años de edad, le vendía el primer periódico de la mañana. Le dio unas cuantas monedas y colocó el mismo sobre la mesa. Iba a esperar los 10 minutos que de seguro por tradición particular, servirían su pedido, dándole tiempo para enterarse de lo que acontecía en la ciudad.

Sus pensamientos volvieron a la noche anterior, cuando aquella chica de tan solo 19 años se sentía tan entusiasmada por vivir un romance que a ciencia cierta era tan prohibido y que para muchos, era un tema tabú y un comportamiento desconsiderado que acentuaría sin duda alguna, la deshonra de una inocente que sin pensarlo de la noche a la mañana, sentía nacer en su corazón un sentimiento que no era bien visto por muchos, donde seguramente ya había tenido que acostumbrarse a las miradas de desaprobación y a los dedos que la juzgaban sin al menos, colocarse en sus zapatos y pensar todo lo que ella estaría viviendo por dentro.

Deliberadamente tomó su teléfono móvil y buscó una imagen de Quinn, su Quinn como le llamaba con el corazón en la mano y con los sentimientos a flor de piel. Algo le estaba sucediendo y ella misma no podía descifrarlo con palabras, solo el fuerte latido que se formaba en su pecho cada que la veía le hacían constatar que sus afectos iban creciendo cada día más con el transcurrir del tiempo.

Checaba la foto de arriba a abajo con tanta ternura, pasión y... Amor. Sí, aquella era la palabra apropiada para lo que verdaderamente estaba comenzando a sentir por la rubia de ojos avellana, tan verdes como el reflejo de un bello amanecer, tan fugaces como dos luceros en la oscura noche. Se había enamorado de ella desde la primera vez que la vio allí, en esa misma fotografía que por primera vez le había enviado a su correo, esa misma, donde la calidez de su juventud iluminaron sus ojos, trayéndola de inmediato a quedarse tatuada por siempre en su mente e interior.

La voz del chico que la atendía la sacó de sus cavilaciones profundas cuando colocó encima de su mesa el desayuno que había pedido, regalándole una sonrisa de agradecimiento mientras daba la última mirada a la foto de la chica que sin saber como ni cuando, le había robado mucho más que los pensamientos.

Comió sin prisa, dejando que el tiempo pasara a su alrededor mientras despreocupadamente ojeaba el periódico que simplemente era testigo de como pasaban sus páginas sin siquiera ser leídas. Estaba tontamente divagando en el único pensamiento que para ella comenzaba a tener sentido cada vez más, ahogando una risa tonta mientras bebía de la taza de su espumante y dulce café.

Al salir del local, siguió su camino a donde quería que la llevaran sus pies. Solo quería pertenecer a esa ciudad nuevamente, no quería saber nada más. Hizo de sus cabellos castaños una coleta mientras veía su propio reflejo en la estantería de alguna vieja tienda de souveniers. Al mirar atentamente más allá de lo que su reflejo le permitió ver a través de la vidriera, pudo detallar algo que le llamó la atención haciéndola dirigirse de inmediato dentro del pequeño local y detenerse para contemplar más aquello. Era una hermosa cadena de plata, en la que pendía un dije con la peculiar forma de un lobo bañado también con el mismo material y que simulaba estar aullándole a una luna ficticia, una luna que ella había visto muchas veces que gritaba su nombre, quizás la misma que ambas soñaban compartir.

De inmediato sacó de su bolsillo trasero algunos billetes y antes de que la envolvieran discretamente, le solicitó a la dependienta que le hicieran grabar algunas palabras en la parte trasera de la agraciada figura. Una vez con ella en manos, la guardó en el bolsillo interior de su chaqueta y continuó su camino. El sol comenzaba a despuntar en todo lo alto del cielo romano y sin darse cuenta, ya se encontraba cerca de la estación del metro Spagna.

Amigas Con DerechosWhere stories live. Discover now