Capítulo 32: En algún lugar de New York

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Un silencio incómodo cayó entre las dos. Rachel, entrelazó sus manos y las colocó sobre la tabla de madera que estaba siendo cubierta por un mantel unicolor.

Ninguna decía nada. Quinn también estaba callada detallando el rostro de la morena que tenía sentada frente a ella, con un semblante triste. Ella también se sentía morir por dentro.

Se quitó la bufanda que cubría parte de su cabeza y la colocó a un lado junto a las gafas. Rachel vio aquellos objetos sin alzar la vista, agarrando un poco de aire y acomodándose más en la silla.

— ¿Por qué, Quinn? — Cuestionó al fin mirando el frío rostro de la rubia que ahora tenía la cabeza agachada, mirando la mesa mientras jugaba con la servilleta de tela.

— Rachel, lo siento, pero estás casada y sé que no terminarás tú matrimonio para estar conmigo.

— Por dios Quinn, ¿tú qué sabes?

— Lo que la vida me ha enseñado — Dijo. Una lágrima rodó por su mejilla secándola de inmediato. No quería sentir dolor, más del que a su corazón golpeaba — Vivimos a distancia. Muchas horas de distancia y cada que tienes tiempo para mí es que puedes y no...

— Quinn... Me conociste así — Interrumpió — Sabías que estoy casada y yo también te conocí con alguien, con tú novia y así decidimos aceptarnos. ¿Qué pasa? — Intentó tomarle una de las manos pero Quinn la apartó de inmediato. Alzó la vista para ahora mirar aquellos ojos marrones que tenían lágrimas empozadas esperando salir.

— Ese es el problema. Que nos estamos haciendo daño, Rachel... Estamos haciéndoles daño a terceras personas que son inocentes en todo este asunto. ¿Qué hago yo, dime? Dejo a mi novia y espero a que tú te divorcies y vivimos felices? NO! — Golpeó con el puño la mesa llamando la atención de algunos comensales.

— Vamos a otro sitio, por favor — Quinn no respondió, solo asintió con la cabeza. Rachel sacó un billete y lo dejó sobre la mesa. La rubia tomó sus cosas y ambas se pusieron de pie para salir del Café.

— Traje mi auto.

— Bien. Iremos a un sitio donde estemos más tranquilas y podamos conversar.

— ¿A dónde vamos? No conozco mucho New York.

— Sólo sígueme por favor — Dijo.

Ambas llegaron a sus respectivos coches. La rubia fue la primera en abordar el suyo, colocando sus objetos personales en el asiento trasero mientras se ponía el cinturón de seguridad. Rachel subió a su camioneta y sé quedó un rato mirando a la nada. Sus manos temblaban, suspirando hondo una y otra vez para poder controlarse un poco.

Estaba muy prendada a Quinn. La amaba demasiado. Aquella chica había logrado despertarle sentimientos que tenía dormidos hace muchísimo tiempo pero no entendía a donde quería llegar la ojiverde con aquella decisión tan drástica. Ahora no. Ahora que tenía todas las intenciones de luchar por ella.

El sonido del claxon del coche de Quinn la sacó de sus cavilaciones logrando al fin encender el motor del mismo para salir de allí seguida de la rubia.

Conducían a más de 80 km por hora el recto camino lleno de campos verdes y árboles del mismo color. La vista era impresionante para Quinn que muy poco conocía de la ciudad. En varias oportunidades, había escuchado a Rachel nombrar la casa que tenía fuera de la misma, donde a veces iba a escapar un poco de la realidad. Supuso entonces que se dirigían allí.

Al cabo de más una hora de carretera, Rachel se detuvo frente a un portón muy grande de rejas blancas. Un señor rubio y de sombrero, al que Quinn fácilmente lo distinguió como una especie de capataz, se acercó a las mismas, abriéndolas de par en par y saludando a la judía quien bajó el vidrio del auto y saludó al gentil hombre también.

Después de haberse dicho algunas palabras las cuales a Quinn no le importó, vio que el coche de Rachel siguió camino adentro y el rubio, al mirarla por el vidrio de su coche, asintió a manera de saludo, siendo una media sonrisa la respuesta de la rubia.

Dos minutos más y al fin llegaron a una casa bastante lujosa como para estar en medio de tantos árboles, pasto, hierba, pero a su vez contrarrestaba lo rural del lugar haciéndola lucir simplemente portentosa delante de la naturaleza.

Las chicas bajaron cada una de sus vehículos sin cruzar palabra alguna. Quinn con gafas en la mano, se las colocó y caminó unos cuantos metros sin quitar la vista del hermoso paisaje. Rachel lo hacía de igual manera, salvo que la vista no la quitaba de encima de la rubia que se veía disfrutando completamente de todo aquello.

Caminó la misma distancia que había recorrido Quinn, sólo que ella se colocó a unos pocos metros de su cuerpo. Podía sentir su perfume entre sus fosas nasales como la primera vez que se conocieron. Aquella chica era preciosa, en todo sentido de la palabra. Le había enseñado algunas lecciones con su corta edad y ahora temía perderla, porque la estaba amando más que a nada en el mundo.

— Buenas tardes, Sra. Rachel — Saludó una mujer robusta que salía en ese preciso momento de la casa. Quinn giró al escuchar la voz sintiendo la mirada lRachel de pena de Rachel sobre la de ella. La morena giró sobre sus pies hasta llegar al encuentro con la mujer.

— Buenas tardes Ivana, cómo le va?

— Muy bien señora. ¿Qué le trae por acá? — Dijo lanzando una discreta mirada a Quinn que se acercaba despacio.

— Sólo vine a chequear algunas cosas Ivana no se preocupe, no pasa nada. Por cierto — Viendo que la rubia llegaba a su lado — Ella es la Señorita Quinn Fabray — La rubia inmediatamente estiró su mano, la cual recibió Ivana con mucho respeto — Ella se quedará esta noche aquí, en la casa — Ivana asintió. Quinn abrió los ojos como plato.

— Como usted diga, señora. ¿Desean cenar algo en específico? — Rachel de inmediato volteó a ver a Quinn quien se alzó de hombros sin saber que decir al respecto. No era su casa. No eran sus reglas.

— Claro que si. Nos puedes preparar unos sándwiches de atún y vegetales, por favor...

— Sin vegetales — Contestó Quinn sin chistar. Rachel sonrió.

— Sin vegetales para la señorita, Ivana.

— Y sin corteza en el pan — Ivana esta vez sonrió al ver la picardía y lo muy niña que podía ser aquella chica. Se preguntaba sinceramente quien era aquella jovencita que había traído su patrona.

— Ya la escuchó — Dijo Rachel haciendo que Ivana asintiera por tercera vez para luego marcharse dentro.

— Podría jurar que te has comportado como toda una esposa.

— Ya para eso tienes a tú señora, Berry — Hizo énfasis en el apellido refiriéndose con toda seguridad a Santana. Rachel rodó los ojos.

— ¿Quieres entrar?

— Vinimos a hablar Rachel, no hacer un picnic. Y no voy a quedarme en tú casa, contigo. Debo regresar a la ciudad porque tengo deberes que cumplir — Se cruzó de brazos tratando de que las facciones de su cara se vieran serias, sólo que el sol comenzaba a molestarle a la cara y trataba de cubrirse con las manos, a pesar de llevar gafas.

— Bien. A ver Quinn, vinimos hablar, perfecto. No vamos hablar en el medio del campo como si estuviéramos charlando del tiempo, para eso tengo un estudio dentro de la casa y segundo, ya casi va anochecer y no me gusta conducir de noche y no te sabes el camino de regreso.

— Claro que me lo sé, sólo vinimos siempre en una recta y no voy a quedarme aquí. Me iré contigo o sin ti.

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