Capítulo final:

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No eres mía completamente, Quinn... No eres mía completamente, Rachel.

Hacía un frío polar a pesar de que el día había amanecido bajo un sol implacable y el cielo estaba despejado completamente. 

Se levantó de su cama, y recorrió desnuda hasta el armario para colocarse un albornoz que iba amarrando mientras salía de la habitación. Su esposa, aún dormía.

Las persianas apenas dejaban colar algo de la claridad del día dentro del living. Subió un par de grados más la calefacción y fue a por una taza de café que se dispuso a preparar directamente en la Greca Italiana Clásica que estaba en la cocina.

Hacía ya un par de días, que recibió la invitación anual de congresistas a la que no había dejado de asistir desde hace ya dos años atrás. La misma descansaba sobre el microondas donde olvidó hasta que fuera el evento. Se le antojaban como siempre, ganas de ir.

Le gustaba el hecho de compartir ideas y proyectos con sus colegas. Tenía muchos en mente y unos tantos por concretar. No se quejaba de su vida.

El olor del café inundó sus sentidos haciéndola despabilar y desenfocar la mirada que apenas unos segundos atrás, tenía fija encima del sobre blanco que descansaba arriba el aparato eléctrico.

Se sirvió una poco del líquido oscuro en una taza grande y luego la endulzó. Escuchó a su esposa aclararse la garganta desde el umbral del recinto donde se encontraba.

— Hola, buenos días... ¿Me ofreces un poco? — Preguntó la castaña aún medio dormida tallando sus ojos, mientras trataba de que sus pupilas se acostumbraran a la luz.

— No bebes café... Al menos que estés...

— De muy buen humor y lo sabes — Dijo completando la frase con una sonrisa en sus labios al sentarse sobre una silla.

— Me alegra ser yo el motivo de tú buen humor, ¿o me equivoco? — Quinn terminó de servir el café de Ashley en una taza y se la ofreció. Ésta le dio un corto beso como agradecimiento.

— Siempre lo has sido Quinn Fabray. Lo fuiste más cuando me propusiste matrimonio y eso fue hace dos años. Por lo tanto, debo considerarme adicta al café — Ambas sonrieron por el comentario.

— Me iban a salir raíces si seguía esperando que te graduaras en la universidad. ¿Tres años de novias, Ashley? — Bufó — Ni mis padres que lleváis toda la vida casados creo que en dos semanas contrajeron matrimonio.

— Ven acá, cabezota — Dijo atrayendo a Quinn quien cayó sentada sobre sus piernas — Me has hecho muy feliz, ¿sabías? — La rubia asintió dejándose mimar con la mirada perdida en la nada — Ahora, dime. ¿Qué estás pensando? No me digas que estás nerviosa... Porque preparo mis valijas y me subo al avión contigo.

— No. ¿Cómo crees? No estoy nerviosa y solo te aburrirás allá.

— Como olvidarlo. El año pasado no hice nada más que estar encerrada en el hotel hasta que salieras. Casi conocí Roma yo sola — Dijo. Quinn se levantó y dejó la taza sobre el lava vajillas — ¿A qué hora vamos a la casa de tus padres? — Continuó Ashley luego de levantarse.

— Veinte horas. Cada que pasáis los años, a Judy le da por hacerme una despedida distinta. Que siempre le he dicho: No me voy a Júpiter, mamá!!!

— Eres su única hija — Beso — A parte, siempre anheló verte convertida en una profesional...

— Que estuviera día y noche atendiendo las empresas Fabray — Refutó.

— Son las empresas que heredarás algún día. Te guste o no. Solo que eres algo obstinada Quinn. Siempre te gusta llevarle la contraria a tú mamá.

— Ya me conoces cariño...

[...]

Cuando despertó, las luces de su habitación estaban encendidas. No recordaba tener el sueño tan pesado... Maldito tratamiento que aún tenía que cumplir.

Habían pasado tres meses desde que se sometió a una cirugía por el constante dolor que sentía en su pierna derecha. Los años no pasaban en vano y aún recordaba el accidente en su moto como si hubiese sido apenas hace unos días, nada más. Era un recuerdo que viviría fielmente con ella, como símbolo de que los problemas se enfrentan, no se les escapa.

Se estiró un poco en la cama y se sentó. La recuperación había sido todo un éxito.

Una niña de espesos cabellos negros y grandes ojos pardos, la miraba desde la puerta que se abrió sin ser anunciada. Llevaba un vestido largo azul pastel y su cabello sujeto con dos moños a cada lado. Su sonrisa hacía, que el más mínimo malestar se alejara de su mente. Se sentía complacida por la vida. Michelle Berry, era su razón de ser.

— Hola mami. ¿Ya despertaste? — Preguntó Mich corriendo a los brazos de Rachel. La morena la abrazó besando su cabecita.

— Si. Ya mami despertó. ¿Qué haces despierta tan temprano? — Dijo mirando el reloj de cabecera. Apenas eran las ocho y seis minutos de la mañana.

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