Capítulo 41: Mía y de nadie más!!!

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Rachel Berry llegó a New York cuando el reloj marcaba las 23:37 pm. Bajó de su camioneta y se quedó un rato, en silencio junto a ella, jugando con las llaves en la mano. Pensando. Alzó la vista y las luces de la habitación de su esposa estaban encendidas.

Un guardia de seguridad la sacó de sus pensamientos cuando pasó a unos cuantos metros de ella, haciendo la ronda. Éste le saludó moviendo la cabeza, ella, le dio una mueca como sonrisa que en dos segundos, borró de su rostro.

Entró y su perro Luke la recibió muy alegre.

— Hola Lukito! ¿Cómo estás?... ¿Bien? — Dijo mientras pasaba la mano por el suave pelaje de su fiel amigo. Éste, movía la cola alegremente.

El servicio ya estaba descansando así que nadie más la recibió en casa. Pasó por su estudio y se detuvo frente a la puerta, con la perilla en la mano. Agudizó su oído y escuchó ruidos desde arriba. Suspiró y después de pensarlo unos segundos, decidió ponerse en marcha y subir las escaleras.

Al llegar al tope, se detuvo unos segundos en la mitad del amplio corredor que albergaba varias habitaciones. Estaban polo a polo pero esta vez, sus pasos no recorrieron el mismo y rutinario camino de siempre.

Al entrar a la habitación, no había nadie visible. Luego, vio salir a Santana del cuarto de baño con una toalla en las manos y el rostro un tanto demacrado. Le llamó aquello la atención.

— Hola...

— Hola... ¿Qué haces aquí? — Dijo la latina dejando la toalla sobre una silla.

— Te ves mal... ¿Sucede algo? — Preguntó obviando la pregunta.

— Me siento un tanto indispuesta. Nada grave. Tú, supongo que vienes de la oficina.

Rachel desvió la mirada asintiendo desinteresadamente. Sabía que Santana conocía toda la verdad, según lo que Quinn le había dicho respecto a la visita.

— Debes acostarte un rato, te ves bastante decaída.
— Gracias por preocuparte pero estoy bien — Concluyó para sentarse inmediatamente sobre la cama. Llevó su mano a la cabeza. Rachel corrió hasta su lado.

— ¿Qué pasa, San? — Preguntó — Es primera vez que te veo así.

— Ya lo has dicho. Siempre hay una primera vez. Ha sido un día muy concurrido en la galería y ya se me pasará.

Rachel volvió asentir mientras veía que su esposa se recostaba en la cama. Contempló un rato la figura de Santana en la oscuridad cuando ésta apagó la luz de la lámpara de noche y con un suave caminar, se dirigió hasta la puerta. Giró el picaporte y se quedó unos segundos allí, con todas las intenciones que acabar con toda aquella farsa, pero decidió continuar su camino y descansar un poco.

Cerró la puerta de su habitación y se desnudó para acabar así dentro de las sábanas. La oscuridad rondaba las cuatro paredes de su lecho mientras se dedicaba a contemplar el techo, débilmente iluminado por la luz de la luna que se colaba entre las cortinas color champagne que vestían elegantemente cada ventana.

Pensaba en su vida, pensaba en Quinn Fabray y en el giro que había dado todo con aquella confesión que la rubia le había hecho aquella tarde.

De pronto, se levantó rápidamente lanzando todo a un lado y colocándose un albornoz sobre su desnudo y terso cuerpo.

Comenzó a caminar apresuradamente por el pasillo. Su cabello golpeaba su rostro sin detenerse ni un solo instante.

Abrió la puerta de la habitación de Santana y encontró una luz tenue saliendo del cuarto de baño. Encendió la luz central y se detuvo frente a la puerta. Sus puños se apretaban cada vez más, haciendo que la circulación se cerrara y sus manos se tornaran blancas.

Al abrirse la puerta, Santana emitió un gemido. No esperaba tener a su esposa de pie frente a ella, con la palabra indignación grabada en su rostro.

— No tenías derecho hacerlo, Santana! — Le dijo tomándola del brazo con fuerza.

— Tengo todo el derecho Rachel, soy tú esposa...y suéltame que me haces daño.

— Cuándo ibas a decírmelo, ¿ah? Dime...

— Lo mismo pregunto yo, Rachel. ¿Cuándo carajos ibas a decirme que te revuelcas con la hija de los Berry? — Rachel inmediatamente soltó a su mujer alejándose de ella.

— Esa fue la razón por la que te embarazaste, ¿cierto?

Silencio.

Rachel se detuvo frente a la ventana, viendo a lo lejos como los árboles del jardín se movían gracias a la brisa nocturna. Santana le daba la espalda, de pie junto a la cama.

— No iba a permitir que te siguieras burlando de mí. Eres una...

— No tienes derecho de hacer las cosas a mis espaldas, Santana! — Gritó mirando por encima de su hombro hacia donde se encontraba su mujer — Un hijo, es algo que teníamos que discutir entre las dos, se supone que somos un matrimonio, ¿o no?

— Esa misma pregunta tuviste que habértela hecho cuando te veías con esa puta. ¿Hasta cuándo ibas a verme la cara de idiota, Rachel? Dime, cuánto te iba a durar el papelito de amante de una niña que puede ser hasta tú...

— Cállate!! No sigas... ¿Por qué lo hiciste por Dios?? Podíamos hablar y llegar a un acuerdo.

— ¿Acuerdo? — Dijo girándose y caminando hasta llegar a donde Rachel estaba — Que más acuerdo que este matrimonio, Rachel. Acaso no te das cuenta que ante el mundo somos la pareja feliz y dentro de estas paredes, somos una farsa??

— Precisamente por esto!! Por esta farsa que tenemos desde hace tres años, Santana. Ni tú ni yo somos felices...

— No lo eres porque no te da la gana.

— No!!! Tú fuiste la que acabó con todo el amor que sentía por ti o se te olvida la cagada que me hiciste? Me fuiste infiel cuando más amor sentía por ti!!

— ¿Y ahora te estás vengando? ¿Es eso? Ahora te vengas porque una vez te fallé? Rachel, te busqué a ti, te pedí perdón y te pedí una oportunidad.

— Lo hiciste porque no podías con tu ego!!
Sintió el ardor apoderarse de su cara en ese instante. Llevó su mano derecha hasta la mejilla donde aún sentía el latido de la bofetada que Santana le había propinado. La latina apretó los puños hasta que comenzaron a dolerle y las lágrimas no se hicieron esperar.

— No voy a darte el divorcio, Rachel. No esperes más de mi. No vas a ser feliz con ella, me entiendes? No vas a burlarte de mi tan fácilmente.... Este hijo... — Se llevó las manos al vientre — Es tuyo y mío.

Hubo un silencio sepulcral. Rachel, no dejaba de mirar el vientre de su mujer mientras los ojos se le comenzaban a cristalizar con gotas saladas que contenía para no dejarlas salir. Santana caminó hasta quedar cerca de la ventana, la cual abrió y dejó que la brisa corriera entre ellas.

— Hace algunos meses, sentí la necesidad de ser madre. Nunca estabas presente. Nuestra relación jamás fue como la de hace más de diez años atrás y quería darte una sorpresa, algo que nos ayudara a salvar este matrimonio... — Hizo una corta pausa — y luego fui a realizarme exámenes, pidiendo que todo quedara bajo un estricto secreto... Hasta, que comencé a sospechar que eras infiel. No fue hasta hace muchas semanas que escuché una conversación con tú hermana, cuando descubrí todo.

— ¿Por qué fuiste a verla? Dime.

— Quería saber quien era. Quise... saber que clase de mujer es... Maldita sea Rachel es una niña!!!

— No es una niña, Santana!! — Rachel se llevó las manos a la boca — Dime, cuánto tiempo tienes?

— Dos meses.

Rachel no pudo seguir escuchando más a su mujer y salió de la habitación dando un portazo. Comenzaba a sentirse nerviosa y el dolor de cabeza se intensificaba. Agarró su cabeza con sus manos y sintió la imperiosa necesidad de gritar.

Amigas Con DerechosWhere stories live. Discover now