XX: Inmarcesible

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El paisaje más allá de la ventana era de ensueño. El cielo se mantenía claro, de un celeste suave y brillante, sin nubes que pudieran entristecer su visión. No habría lluvia ese día, tampoco frío. El calor era moderado, agradable a mediados de mayo.

Desde lo alto, al paisaje se teñía de rosa y un suave color lila que enmarcaba todo lo demás, haciéndole creer que veía el paraíso perdido que Dios alguna vez prometió al ser humano, pero en ese momento podía creer que aquel Edén siempre estuvo junto a ellos; tan solo necesitaban detenerse y observar. No era solo un lugar; era también un sentimiento, una canción, un poema, un viejo libro y la calma que venía de la mano de un largo camino lleno de aprendizaje. Todo y cada uno de ellos era el paraíso. El sentimiento de plenitud que, tal vez no duraba para siempre, pero que podrían experimentar varias veces a lo largo de su vida.

Alrededor del templo los arboles de cerezo se alzaban floridos después de la larga espera de la primavera. Los caminos estaban cubiertos de pétalos que caían con cada susurro del viento, volaban y danzaban entre los invitados que llegaban poco a poco.

El ambiente se sentía cálido, agradable, tan tranquilo como siempre lo imaginó. El sentimiento de plenitud que no podía quitarse del pecho se extendía mientras más miraba hacia el exterior y la extensión del cielo. ¿Tenía un final? Seguramente si habría un borde en el cielo, en el espacio, en el universo, pero para él, ese momento en específico, no se sentía como un final.

Miró a la persona a su lado, tan ensimismado en la imagen del más allá como él. Notó la calma en su rostro, la plenitud que compartían. La luz del sol golpeaba suavemente sobre su tez pálida, entregándole un resplandor casi de ensueño. El cabello bicolor estaba peinado hacia atrás, la cicatriz ya no importaba. El haori negro, con suaves patrones de rosas y enredaderas detalladas en blanco hilo en cada borde cubría perfectamente el montsuki.

Sin poder evitarlo, tomó su mano. Entrelazó sus dedos y atrajo su atención.

—Shouto —llamó, y la mirada bicolor se apartó del paisaje.

Los iris heterocromáticos recorrieron la figura a su lado, desde el cabello rubio ordenado; el flequillo ligeramente hacia la derecha, dejando ver parte de su frente y el resto cayendo perfectamente, pero sin cubrir los brillantes iris rubíes.

Meses atrás habían decido invertir los colores y Katsuki portaba el haori que comenzaba con un azul, casi blanco, en los hombros que se tomaba más y más colorido hasta llegar al final. El montsuki que cubría era igual, la parte superior ligeramente más clara que la inferior, mientras que el bicolor había mantenido la mayoría de los tonos tradicionales. Ambos haori portaban los mismos patrones de flores dibujadas con hilo blanco que se posaban en el borde inferior y las mangas holgadas.

Originalmente, Masaru había confeccionado aquel traje azul para Shouto, pero una vez que el bicolor expresó su deseo de que el rubio utilizara el color, Katsuki no pudo negarse. Maldita sea, no iba a negarse. Habían esperado casi dos años para ese día. Era su maldita boda y, bien, cualquier color que utilizara le venía bien incluso si seguía prefiriendo los tonos oscuros. De todas formas, Shouto se veía demasiado bien con el traje tradicional.

—Media hora más —comentó el rubio, sin la necesitad de explicar.

Shouto asintió. La mirada bicolor regresó al frente, su mano derecha apretó aquella que sostenía.

—Hemos esperado demasiado tiempo para esto, media hora más no es nada.

No era un año, ni diez, ni seiscientos. Solo media hora más y estarían contrayendo matrimonio frente a sus familiares y amigos.

Why are you so angry? [©]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora