36- Kaldor.

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 A pesar de que tuvo que compartir cama con Río y Calvin, él durmió como un tronco. Era la primera vez que dormía con dos hombres que por la noche no trataban de violarlo, un avance en su vida, sus padres podrían estar orgullosos.

 Las manchas ese día estaban traviesas, y cuando abrió los ojos pudo verlas jugueteando en sus dedos, enroscándose como espirales. El aire olía a pinos, las alas de las paredes se agitaban y retozaban bajo el sol, había una pluma en la punta de su nariz.

 Trató de levantarse sin tocar a Río, no quería herir su piel de porcelana, el fauno estaba escondido bajo centenares de vendas que habían colocado torpemente la noche anterior. Se veía horrible, pero no estaban en un concurso de belleza, precisamente, así que no importaba.

Calvin se encontraba abrazando su bíceps manchado, lo aferraba como si fuera un oso de peluche. Al maldito humano lo empujó lentamente para despertarlo, pero cuando comprobó que continuaba sumido en un obstinado sueño lo tumbó de la cama.

—Tócate el pito, pervertido.

Calvin parpadeó sin comprender, se veía herido y cubrió sus ojos ante el exceso de luz. Kaldor lo saltó, fue hasta el baño y se tomó una deliciosa ducha de agua caliente.

Había un espejo en el baño, pero alguien lo había rayado con una lija hace mucho tiempo. No entendía qué clase de monstruo podía hacerle algo así a un hermoso e inocente espejo. Si tuviera al responsable frente a él le rompería la cara a puñetazos.

Estuvo tentado a juntar un poco de agua en sus manos y tratar de llamar a reflejo, pero desestimó la idea, la proyección sería turbia e ininteligible, no tenía ánimos de llamar otra vez a Malo.

Notó que sobre las cortinas de la ducha había musgo. Lo tocó. Eran pequeñas florcitas verdes e inmaduras creciendo sobre el plástico. Sonrió. Cer había pasado por ahí y estaba más sana, porque en su traje de presidiaria ella tenía los mismos retoños, era como una especie de sudor o perfume que emanaba su cuerpo. Donde ella pasaba las flores florecían, el musgo crecía y las plantas se enderezaban como soldados. Era una mujer mágica. Y sudorosa.

Trató de cortarse las esposas con una pinza que encontró, pero tampoco tuvo éxito. Tuvo que vestirse otra vez con el uniforme azul de preso. Aburrido fue a desayunar, a ver si las personas de la mesa no eran tan decepcionantes como el día anterior.

Comer frente a la lujuriosa de las alas resultaba escalofriante para Cer, Río y Olivia, tenían la misma expresión que la noche anterior, cuando cenaron en la mesa redonda de la cocina y la mujer se paró a la izquierda para verlos detenidamente mientras masticaban: estaban rígidos y derechos como balas, comiendo en silencio, mirando de reojo a la señora.

Calvin estaba extrañamente acostumbrado a ese episodio. Kaldor también, era como desayunar en la prisión donde siempre había un puto guardia mirándote.

Kaldor estaba preguntándose si la señora tendría alas en lugar de pezones bajo el vestido o si escondería una especie de pico monstruoso entre las piernas, eso sería divertido, cuando notó que Calvin estudiaba el mapa mientras sorbía un poco de té con vino. Té con vino, fuente misericordiosa, llévatelo ahora.

Había estado toda la noche anterior y esa mañana leyendo el mapa, de seguro ya se lo sabía de memoria. Kaldor le arrancó el papel de la mano y lo estudió.

—¡Oye!

Los humanos siempre querían ser más listos que el resto de las criaturas, pero Kaldor escondía muchos dones bajo la manga, siempre había tenido buena memoria con las imágenes o los textos, bastaba una sola vez con ver una persona, un mapa o una ilustración para que la recordara para siempre.

Tu muerte de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora