24- Olivia

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Ella estaba soñando con papá. Era un sueño difuso y superficial, como papel de nilón.

Ella todavía sentía las ásperas sábanas del hotel y el olor a madera podrida del pasillo, pero tenía trece años y estaba acostada con su padre, en su cama, él no iba a leerle un cuento, eso hacían sus criadoras. Estaba ahí para otra cosa. Siempre venía para otra cosa.

Cuatro años después él moriría y Olivia lo echaría de menos. Envenenamiento había dicho su madre. El funeral fue privado, ni siquiera sus hijos pudieron acudir, solo Darius, mamá y algunos funcionarios de la monarquía. A pesar de que ella tenía casi trece le habían dicho que era muy pequeña para ver el cuerpo, no, esa palabra no habían usado, la palabra fue inmadura. Ella era muy inmadura para pararse frente al cuerpo de su difunto padre, llorarlo, velarlo y despedirse de él, como era lo correcto.

Darius ni siquiera le había contado cómo había sido la conmemoración, la había mirado con reproche, como si fuera culpa de Olivia que él estuviera muerto.

Pero Darius no sabía que había un lugar donde papá nunca moría y era en los sueños más difusos de Olivia.

Ella soñaba que estaba acostada en su cama y papá caminaba lentamente en su dirección después de cerrar la puerta, cargaba una linterna y se veía apesadumbrado.

—Olivia. Yo...

Despertó con el silbido de un cuchillo ante ella. Habían errado el tiro, el asesino quiso clavárselo en el ojo, pero solamente había logrado apuñalar el duro colchón. Estaba inclinado sobre ella, sosteniéndose de la cabecera de la cama. Sus caras separadas a treinta centímetros.

Una parte de Olivia, la que solía zambullirse en la profundidad y rara vez estaba en la superficie, le resultó extremadamente cómico que quisieran asesinarla de la misma manera que ella había matado a Mike Lana. Incluso, ese pedacito oculto y perverso, quiso que la acuchillaran de la misma forma para averiguar si Mike había sufrido tanto como se merecía.

El cuchillo del sicario, que había atravesado el colchón, se había clavado como un dardo en la tabla inferior de la cama.

Todos los sentidos de Olivia se encendieron alarmados, aulló de la sorpresa, inesperadamente logró encertarle una patada en el pecho al asesino y alejarlo de ella. El impulso le permitió arrancar la hoja. El hombre, o mujer, retrocedió a trompicones para no caerse de culo con el cuchillo aferrado en el puño cerrado.

La hoja medía quince centímetros, era filosa y aserruchada. El sicario traía un uniforme negro, pantalón, camisa y capa, estaba oculto bajo el manto y solo se veía ligeramente la hebilla de su cinturón que asomaba con timidez cuando la capa ondeaba. Llevaba calada la capucha hasta el mentón, pero cuando se movía dejaba al descubierto una máscara de madera pintada de blanco, con manchones borgoña sobre los ojos, la rendija que representaba los labios y las dos ondulaciones que marcaban los pómulos. Era una grotesca imitación de una calavera roja, de la máscara de maquillaje que se ponía la reina o el rey para el Ritual.

—¡Aléjate! —aulló Olivia.

Pero el sicario pudo plantar sus pies sobre el suelo, alzó el cuchillo en ristre y arremetió contra ella. Sus pisadas sonaban como puñetazos. Olivia estaba corralada contra la ventana. Arrancó el barral de la cortina y lo blandió como un bate, golpeando en la cabeza al sicario, pero este, como si no sintiera el dolor, arremetió contra ella, esquivando el segundo golpe.

De repente la puerta fue volcada de una patada, Kaldor traía el arma de Mike Lana desenfundada en las manos. Avanzó con grandes sacadas al interior de la habitación. Sus manchas se agitaban velozmente, enardecidas, densas y oscuras, Olivia casi jura escucharlas bisbisear por lo bajo, pero en la tensión del momento no atinó a oír qué decían. Había una mueca de dolor en Kaldor.

Tu muerte de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora