69- Olivia.

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 Matar a mamá fue como limpiar una mancha con saliva: quitar una asquerosidad con otra. Perder a Abbi fue como irse a dormir y despertar sin las piernas. Tenía tantas sensaciones en la cabeza que se sentía confundida, pero ese desconcierto no era nada comparado a lo que había hecho su familia.

Presentía que los errores y secretos familiares no se limitaban a traspasarle la maldición a otra persona. Había algo más.

Quién le había dado la idea a Thelonius. Kaldor dijo que su antepasado no pudo descubrir a los dieciocho que la diosa se podía engañar. Sobre todo, si era zapatero y humano, dos cosas que tienen tanta magia como un bostezo.

Quién, quién, quién, quién.

Si su familia no le había pagado al hombre de mascara para que la asechara, ya no se le ocurría quién demonios era el sicario y por qué los quería muertos. Sobre todo, por qué estaba tratando de matarlos en los últimos días, cuando ella había decidido decir la verdad en la fuente ¿Acaso podía ser alguien contratado por Thelonious? Pero él había muerto hace cientos de años.

Estaba esperando que Calvin despertara, sentada en la puerta del salón de baile donde se ubicaba el cuadro de la dama, la amante de Jora. La mujer continuaba observando el exterior, con su media cara sin acabar, como si se preguntara para qué sería pintada en ese mundo. Calvin y Cer descansaban en unas colchonetas que habían tirado cerca del lienzo, entre los toneles de pintura y las latas.

Kaldor estaba a su lado en silencio, apretando los puños, escudriñando sus pies descalzos, controlando los deseos de no despertar a Cer o no molestar a Calvin. Había venido cargando una lata de chapa y la había colocado cuidadosamente a su lado, como si fuera su amigo.

Calvin. Oh, Calvin... ahora ya no se llamaba así.

Olivia sabía que todo tenía un precio. En la economía se le llamaba costo-beneficio, para obtener un beneficio había que perder algo, invertir. Lo bueno cuesta.

Jora no hacía favores gratis, le ensambló el brazo a Calvin, pero a cambio le pidió el color de su cuerpo. «Adelante» Concedió Calvin, creyendo que sería sencillo, menos doloroso. Cuando Jora le quitaba el tizne a las rocas o las tonalidades a las flores lo hacía dando algo a cambio, las bautizaba con un nuevo nombre. Así funcionaba la magia de esas criaturas. No podía solo arrebatar, la magia de los manes era una balanza. Solo podían quitar si daban algo a cambio, o eso había leído Olivia.

Pudo haberle hecho el favor gratis y solo colocarle el brazo, pero esa alimaña era más interesada de lo que parecía.

Si quería tomarle los colores, debía realizar un intercambio, dar algo a cambio, en ese caso, le dio un nuevo nombre.

Ahora Calvin se llamaba... Yabal, pero para ella siempre sería Calvin, aunque para la magia los nombres eran poderosos. Olivia solo había visto una parte del ritual, el final, de hecho, cuando cada color de Calvin, desde el negro de su cabello, hasta el café de su piel o el marrón de sus ojos, se desvanecía como arena, era arrastrado por viento fantasmal y quedaba acumulado en las manos de Jora.

Recordaba los gritos de dolor, Cer lo había sujetado contra el suelo, pero Calvin se revolvía entre mantas amontonadas y sudorosas. Fue lamentable. Las velas habían temblado y la mujer del cuadro parecía interesada en el tullido, con los ojos crípticamente puestos en el mane y el humano que bramaba.

Cuando Olivia arribó a la habitación el cuerpo de Calvin empalideció como la nieve, más blanco que el papel, era como mirar directamente al sol. Incluso parecía de menos años, como si tuviera dieciséis, no sabía si podría deberse a un efecto óptico o verdaderamente los tenía. Tampoco quería preguntar si el mane le había arrebatado vejez.

Tu muerte de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora