14- Kaldor.

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 Al final de la hora Kaldor tenía el espejo de Victoria, que medía diez centímetros y era circular, como una manzana madura. También se había alejado de las tierras reales y adentrado al pueblo. Allí robó un nuevo abrigo con capucha que podía esconder su cara, también arrancó de la soga de secado un par de mitones de cuero que utilizó para ocultar sus manos manchadas.

 Había logrado cortar la cadena de las esposas utilizando una sierra que robó en una carnicería a la que se pudo filtrar cuando rompió el escaparate con una piedra. Había muy poca gente en el pueblo. Las casas cerradas a cal y canto. Todos estaban revolviéndose en los jardines reales. Divirtiéndose. Todavía cargaba las esposas, colgando de sus muñecas, pero al menos había cortado la cadena y podía separar las manos. Se llevó el dinero de la caja registradora y regresó a la feria por un aperitivo.

 Pidió lo más raro que encontró en el menú de un camión de comida, se llamaba perro caliente pero no tenía forma de can, era carne en un palito. Lo tiró decepcionado y se conformó con una hamburguesa y un refresco de cola. Se sentó en un estrecho corredor formado por atracciones de feria a engullir con hambre voraz.

 Se había cortado los dedos con el espejo redondo, tal como le advirtió Victoria, pero a él no le importaba. Ella le dio todo su estuche de maquillaje, horrorizada de su aspecto. Al final de todo, Kaldor ni siquiera había tenido que usar armas para asaltarla, bastaba con ponerse ante la luz. Su futuro en citas estaba descontado con toda seguridad.

 Ella, además del espejo redondo que llevaba en su mano chorreante de sangre, le había dado uno cuadrado que guardó como reserva en el bolcillo de su uniforme de preso. Se había ofrecido temblorosa, alzando desprotegida las manos, suplicándole que se ocultara otra vez. Él era muy horrible para ser visto.

 —¿Qué vio Victoria en mi piel, Reflejo? —preguntó Kaldor absorbiendo el refresco por la pajilla con tranquilidad.

 Hace años que no se sentía así de tranquilo, a gusto.

 —Vio a su tía muerta, estaba en toda tu piel, hinchada y fétida ¿Quieres que la traiga? ¡Eh, Beatriz!

 Una mujer con el rostro abotargado, morado y deformado por la descomposición de meses enterrada, apareció en el espejo. Sus ojos eran dos masas blancas y pegajosas que estaban a punto de verterse como manteca por sus cuencas rodeadas de larvas que la cubrían como si fuera maquillaje. Su cabello eran una mata pajosa y húmeda, como pasto aplastado por las lluvias, que se aferraba inútilmente a un cráneo hundido. Kaldor desvió la mirada arrugando el ceño, disgustado y asqueado, pero no lo suficiente para no darle otro bocado a la hamburguesa.

 —¡Llévate a esa vieja de aquí! —chilló con la boca llena.

 Reflejo partió en risa y empujó a Beatriz fuera del espejo, que comenzaba a presentarse alzando tímida una mano hinchada y podrida, diciendo algo como «Qué te pasó en la cara manchada...»

 —Nunca te gustan mis amigos —Se quejó Reflejo, pero con una mueca de verdadera risa entre las mejillas con hoyuelos.

 —¿Conoces a Cer? —preguntó Kaldor desviando el tema y abandonando la hamburguesa empapelada sobre el césped lodoso del estrecho pasillo.

 —¿La lechuga esa? —inquirió reflejo aburrido.

 —No es una lechuga, es una dríada.

 —Es como un árbol, una planta o una fruta, pero peor porque habla. Es comida para gusanos.

 —Todos somos comida para gusanos.

 —Pero ella es una planta, tiene más oportunidad de ser comida por bichos de jardín ¿Usará insecticida en lugar de desodorante?

Tu muerte de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora