11- Olivia

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Su hermano estaba regañándola, decepcionado y acalorado como si hubiera aterrizado en una pesadilla. No dejaba de secarse los labios o masajearse los párpados como si tuviera fuertes dolores de cabeza.

Gaspar, el padre de Abbi, su padrastro, estaba cruzado de brazos. Molesto, sin decir nada, no era un hombre de palabras.

Ella estaba sentada en el rincón del despacho de los sacerdotes, rodeándose las rodillas con los brazos, sosteniendo el papel con su destino y llorando desconsoladamente en silencio.

Sus ojos podían liberar un torrente de lágrimas y contemplar el papel al mismo tiempo y eso hacía que las cosas fueron un poco peor. Tenía que admitir que la fuente escribía con una caligrafía exquisita, las letras eran curvas y elegantes, plasmadas con tinta negra.

Esa hoja había aparecido escrita de la nada, por arte de magia.

Su amiga Cacto podía hacer cosas igual de extraordinarias, ahora como era joven solo conocía algunos trucos; sabía hacer que una pluma escribiera sola o podía levitar objetos con encantamientos, pero no mucho más. Las brujas se vuelven más poderosos con el correr del tiempo, las octogenarias son casi invencibles. Cacto presumía que cuando tuviera veinte podría realizar curaciones y a los treinta sería capaz de volar, ni hablar a los cincuenta que podría alterar la mente humana.

Habían esperado ansiosas esos tiempos gloriosos, pero Olivia comprendía que nunca llegarían porque moriría en cuestión de días. No podía envejecer ni ir a la universidad o casarse, no podría enamorarse otra vez. Abbi jamás la recordaría, era una simple bebé, nunca llegaría a conocer cuánto la quería, ni siquiera sabría cómo era el sonido de su voz.

—¡Olivia! ¿Me estás escuchando? —preguntó Darius.

Ella alzó sus llorosos ojos hacia él.

—¿Qué quieres que escuche, Darius?

Él se inclinó hacia ella y la cogió de las rodillas.

—Que acabas de poner a la familia en peligro —comentó disgustado—. ¿Crees que un periodista no creerá que tu destino es inusual? Algún metido iniciará una investigación ¡Nos expusiste!

—¿Qué quieres que haga? —preguntó enjugándose las lágrimas con las mangas de su vestido y respirando espasmódicamente, su pecho estaba cerrado, el aire descendía denso y pesado como hielo molido.

—¡Por qué no seguiste las instrucciones de mamá! ¡Tenías que mentir!

—¿Y que otro se llevara mi maldición?

Darius rodeó el rostro de Olivia con sus manos suaves.

—Hubiera sido un don nadie, la gente te necesita, viste cómo te aman. Le abriste una herida en la memoria. Ellos, de saberlo, estarían de acuerdo con mamá, matarían a un desconocido por ti. Tu maldición se la hubiera llevado alguien que nadie extrañaría. Alguien malo. Verdaderamente malo. Qué has hecho Oli, querida.

—No podía vivir con la carga —musitó, consternada porque su hermano se había echado a llorar.

Lo abrazó, ambos sentados sobre el suelo. Pocas veces había visto a Darius así de desecho, solo cuando murió su papá había llorado. Olivia respiró el perfume de Darius, olía a tabaco.

Lo amaba tanto, era el mejor hermano que podía tener porque él siempre se preocupaba por ella. Pero ella no se había detenido a pensar en él, de haber pensado en cómo afectaría a Darius que ella tuviera otro destino hubiera asesinado a un desconocido. Pero no, había elegido el camino en donde no pensaba ni en Darius, ni en su madre, hermanas ni en Reino.

Tu muerte de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora