77- Kaldor.

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Kaldor recordaba momentos en su vida en donde el tiempo había sido tan perezoso e injustamente lento. Mientras caminó hacia la sala de baile en donde estaba Calvin, flanqueado por Cer y Olivia, sintió que no llegaría nunca hacia el humano para preguntarle todo lo que quería saber.

Estaba al tanto de que Calvin tal vez no era completamente humano, él había sido perseguido por gente de traje, por La Sociedad, aquellas personas que cazaban trotamundos, viajeros de manchas. Lo último que le había dicho Calvin era que estaba maldito, que él traía manchas, ahora él sabía que eso significaba que eran puertas a otros mundos. Calvin abría esos accesos, aunque todavía no entendía qué lo había llevado hasta allí.

Debajo del cuadro de la mujer rubia, de la supuesta amiga de Jora que sospechosamente se veía como... no importaba eso ¿Acaso Kaldor estaba triste? Claro que no. Él no era Olivia, no se preocupaba por cosas que no podía controlar, solo por sus amigos, uno estaba muerto, había recuperado a Cer y Calvin estaba despierto. Eso era en todo lo que debería ocupar su cabeza. Eso y nada más.

Tendido a los pies del retrato de la mujer rubia estaba un bulto bajo sábanas. Calvin, ahora, mejor dicho, Yabal...

Kaldor se mordió la mano para no echar un grito de sorpresa. Lo que había en el suelo ya no era Calvin, era una criatura digna de un circo de fenómenos. Si Río hubiera continuado vivo entre los tres habrían hecho un gran show. El derretido, el manchado y el blanco.

Decide cuál te perturba más, querido espectador, pensó Kaldor con ironía.

Porque ni siquiera era un blanco normal como el blanco hueso, el blanco de las nubes o el blanco de los ojos. Era deslumbrante, frío y cortante, era un color mágico. Igual de horripilante que el bosque. Todo en Calvin era un vacío, una ausencia, sus labios no eran de otro tono de blancura ni sus mejillas o sus uñas. Cada extremo de su cuerpo era de la misma tonalidad, desde sus pestañas hasta sus ojos lechosos, sus orejas, el cabello y el pecho.

Se veía un poco más pequeño, como si tuviera dieciséis. La buena noticia era que había recuperado su brazo, pero ya no estaba seguro de si valía la pena. Buscó a Jora en la habitación. Ese horrible monstruo.

Lo despreció. Jora sabía lo que le haría, lo fatal que sería, no lo había ayudado, se había aprovechado ¿Es que no pudo hacerles un favor? ¿Acaso no podía hacer magia sin cobrarles? Aquella bestia de pacotilla había añadido los hermosos colores de Calvin a su colección de pinturas para acabar ese infame cuadro.

Kaldor se ubicó de cuclillas a los pies de Calvin, Olivia le sujetó la mano mientas él abría los ojos y parpadeaba al momento que Cer se arrodillaba cerca de la cabeza del humano y pequeñas flores creían bajo su piel. De repente Calvin... Yabal estaba apoyando la cabeza en una almohada de azafranes.

—Calvin... ya estás a salvo —susurró Cer.

—Yabal —pidió Calvin—, cuando me llamas así no puedo oírte. Solo te veo mover los labios.

—¿Qué? —preguntó Kaldor.

Apretó los puños. Mataría a Jora. Abrazó la lata que contenía a Río, la apretó contra el pecho, impotente. No sabía qué hacer.

—Es magia negra, Kaldor, me dieron un nombre a cambio de mi color y yo di mi color para que me pongan un brazo. Ahora debes llamarme Yabal, ese es mi verdadero nombre, de otro modo no podré oír nada de lo que digan. Es el trato...

—No tiene sentido.

Había tenido que entregar su color para sobrevivir ¿En qué clase de mundo despiadado sucedían cosas como esas?

Tu muerte de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora