20- Kaldor

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La mujer sacó un folleto del pilón de propaganda que apretaba contra el pecho, le tendió uno a Kaldor y luego otro a Olivia. Estaba impreso en tinta negra y el papel era un poco precario. La primera página rezaba: «Bienvenido a Muro Verde, el lugar donde podrá descansar»

Detrás se ubicaba un mapa detallado de la ciudad.

Kaldor arqueó una ceja, la urbanización era mucho más grande de lo que había imaginado, contenía diez manzanas residenciales, tres plazas y un arco de comercios y negocios, más allá había acceso a un lago extenso y después más bosque que lo plasmaron en la cartografía como pinos amontonados y la indicación «Nada divertido, aléjese»

Olivia continuaba observando en silencio el mapa y leyendo la información aburrida del folleto, Kaldor dobló la propaganda en dos, se la guardó en el bolcillo trasero, se inclinó ante ella y fue a lo que verdaderamente le importaba:

—Espejos —pidió Kaldor y se humedeció lo labios—. Espejos ¿Tienes espejos? Necesito un puto espejo.

Le Brun meneó confundida con la cabeza.

—No, pero puedo ser su guía y ofrecerles un recorrido, tal vez. Es lo que hacemos en el ayuntamiento, órdenes del alcalde.

—¿Tienen un alcalde? —se interesó Olivia, deseosa de hablar con una persona diplomática.

—Teníamos —se lamentó Le Brun e hizo una mueca—. Murió hace una semana —Sus ojos se alegraron—. Pero estamos en período de elecciones, pueden postularse si gustan —Se inclinó ligeramente y les guiñó el ojo—, la única condición es encontrarse vivo.

—¿Cuándo te mueres Chloé? —preguntó Kaldor.

Esa mujer tenía pinta de llevar más de veinte años viviendo ahí, sabía que la maldición podía demorarse en llegar, pero ella se había pasado de la raya, como diría Robín, le había tocado su hora y Le Brun no miraba el reloj.

Olivia se horrorizó de su descortés pregunta, retrocedió un paso y le lanzó una mirada de reproche, sin embargo, Chloé la tomó con simpatía, volvió a sonreír, dichosa de tener que unos turistas con los que platicar. Kaldor ya no soportaba a ninguna de las dos, nunca había sido una persona... monstruo paciente.

—Aquí destierran a gente de dieciocho o diecinueve años, jovencito, no hay preservativos de calidad como del otro lado, digamos que a veces alguno cocina un bollo y lo hornea antes de morir.

Kaldor se contuvo para golpearse en la cara, eran de los que usaban metáforas para hablar de sexo, mierda santa, solo di que cogen y ya, mujer.

Olivia aspiró aire anonadada y abrió enormemente los ojos.

—¿Naciste aquí?

Chloe asintió con un orgullo demencial.

—Así es y no soy la única. Hay mucha gente que nació aquí, la mayoría somos huérfanos porque —Se encogió de hombros—, nuestros padres estaban malditos. Mi mamá falleció cuando yo tenía un año y medio. Pero mi esposo Casca no, sus padres también eran nativos de Muro Verde, mis suegros todavía viven, lamentablemente —rio y agitó una mano con rapidez—, estoy bromeando, los adoro, nos llevamos de maravilla.

—Así que es verdad que nadie puede salir de Muro Verde —advirtió Kaldor.

—No, te mata el muro, si tratas de escalarlo o te arroja, te aplasta o te atraviesa, una pena, jamás veré Reino, pero cada año llegan muchachitos de allí, así que hay un poco de contacto —reconoció la mujer—. ¿Hay alguna novedad en Reino? ¿Cómo está la familia real?

Tu muerte de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora