35- Olivia.

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¿Los había escuchado?

Aunque la casa era invisible para el ojo que no era un amigo o un visitante, y estaba rodeada por un circulo de faroles enanos que, supuso ella, marcaban el límite de seguridad, Olivia se sintió desprotegida. Fascinante sensación, había estado ahí toda su vida, pero solo la descubrió cuando latió con desesperación.

Ambos permanecieron quietos hasta que el asesino, que había estado caminando derecho hacia ellos, se desvío ligeramente y buscó más a la izquierda, olfateando las raíces de un viejo abeto. Asechaba sin lucero, bajo el abrigo de las estrellas, solo, como un animal de caza.

Fue rodeando el límite de faroles como si fuera idea suya, pero Olivia sabía que los muros de protección mágicos podían repeler de diferentes maneras. Algunos impelían como si un soldado con escudo empujara a los intrusos, otros campos protectores desintegraban a los que quisieran atravesarlos y los más pasivos les hacían pensar a los visitantes inesperados que era mejor rodear esa zona o desviarse del camino.

Kaldor la soltó lentamente, cuando supo que no podría verlos.

—Nos siguió —susurró, porque no estaba seguro si el asesino a sueldo podía oírlos.

Olivia arqueó una ceja.

—Creí que solo me quería matar a mí.

Él la observó con reproche.

—No es el momento, Olivia —respondió él, encogiéndose sobre la alfombra de hojas y rebuscando entre la tierra.

—Mejor entremos a la casa —sugirió ella.

—¿Correrás al baño, cagona? —preguntó recogiendo una piedra.

Olivia predijo su movimiento, alzó el perdigón sobre su hombro, detrás de su nuca, estaba a punto de arrojárselo a Mascarán. No tenía sentido, era un acto suicida. Ella se abalanzó sobre su brazo colocado en ángulo de catapulta y le arrancó el perdigón de los dedos.

—¿Qué haces? —preguntó Kaldor molesto.

—Lo mismo iba a preguntarte a ti.

—Voy a enseñarle a Macarán que nadie trata de asesinar a mi destino —respondió, pero al igual que todo lo que decía sonaba a una burla.

El sicario ya se había alejado lo suficiente, internándose en el bosque, buscando unas presas que ya había perdido.

—Espero que no llegue a Villa Cardena —explicó Calvin.

Olivia giró y lo notó parado tras su espalda, contemplando también al asesino caminar por el bosque. No se había inmutado ni sorprendido, como si lo hubiera estado esperando.

Ella se alejó rapidamente de Kaldor con las mejillas encendidas en un intenso color rojo, estaba abochornada, como si la hubieran encontrado haciendo algo erróneo. Claro que había hecho algo erróneo, se había abalanzado sobre el monstruo con la gracia de un arreador de cerdos. Aclaró su garganta y se peinó el cabello, ella era una chica diplomática, elegante, y justa, pero Kaldor sacaba lo peor de Olivia, sentía que las manchas del otro revelaban las suyas, lo más sucio y vil.

—Calvin, no te vi entrar —balbuceó.

—No entró, estúpida, estamos en el patio —notó Kaldor.

Calvin ignoró los comentarios de ambos, era tan amable.

—¿Qué es Villa Cardena? —preguntó Olivia recogiendo su cabello detrás de la oreja.

—Es el límite —respondió él con su voz calma y triste—. No se debe entrar a Sombras, como dije, pero los fantasmas no atacan en la entrada de la casa. Por eso la gente se arriesga y visita a Pepa o va al Estanque de los Tritones que cantan bastante bien. Pero hay un límite, sería como la escalera que te lleva a los pisos embrujados, ese lugar es Villa Cerdena, un pueblo atestado de... gente enojada.

Tu muerte de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora