82- Kaldor.

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 Notó que Cer tenía los labios ligeramente separados y respiraba silbando, casi roncando. Eso le hizo mucha gracia.

Tenía tan buen humor cuando estaba con Cerezo.

Ella se había bajado la parte superior del overol de la prisión hasta la cadera, tenía una remera gris sin mangas. Debería de tener frío porque se le habría movido el edredón cuando se agitó al escuchar la voz de Olivia y de él susurrar. Los pechos de Cer se apretaban por debajo del esternón de él y una de sus manos caía en la clavícula de Kaldor. Había perdido casi todas las uñas en su último episodio, al rasquetear la pared, Kaldor le había limpiado la sangre con un paño frío cuando se durmió, pero todavía tenía las yemas arañadas y horribles.

Le dio un beso en la frente y la miró para averiguar si eso la había despertado. Agitó las pestañas, pero seguía profundamente dormida. Kaldor jamás imaginó ser una almohada tan cómoda.

La sacudió levemente, sin dejar de abrazarla.

—Eh, Cer, nos vamos, Cer.

Ella abrió los ojos, parpadeó, lo observó aturdida, se incorporó, aún con las manos sobre el pecho de él. Inspeccionó las frazadas amontonadas en el suelo y el cabello despeinado de Kaldor y ella. Sonrió de lado, había regresado y aunque estaba perdida, triste y agotada, aun así, sonrió para él.

Su optimismo era lo único que tenía para darle a Kaldor y se lo regalaba, él jamás desaprovecharía un obsequio tan valioso como ese. Quería comerla a besos, verla era estremecerse y perder la cabeza.

—Hice el ridículo ¿verdad?

—¿Tú? Jamás.

Ella arqueó una ceja.

—¿Un bebé en la pared que se iba a ahogar si un niño viejo no desviaba una bala enorme llamada misil? ¿Hablas en serio? —estaba recordando su episodio demente como si hablara con sus amigas en la hora del té, lo normalizó porque no sabía que otra cosa hacer.

Kaldor le siguió el juego y actuó de forma natural. Fingió sorpresa, miró la pared arañada que estaba tras su espalda, y escondió su labio superior.

—Al final tenías razón, vi salir a un bebé calvo de ahí, dijo que vino a combatir las plagas de moho, pero que debía irse porque llegaba tarde al baby shower de su esposa.

Cer soltó una risa cálida y fluida, pero luego se puso seria repentinamente.

—Ese infeliz, me dijo que no tenía esposa cuando me ofreció su número —comentó entretenida, aplastando el pliegue de una manta roja.

Le temblaron los labios y los ojos se le humedecieron, se esforzó por endurecer la mirada, no era una chica de lágrimas.

—Era todo un mujeriego, yo escuché que hablaba por teléfono con dos novias diferentes y que...

Ella volvió a reír, gateó hacia él y lo besó rapidamente en los labios con la velocidad del pique de una pelota. Cer se puso de pie y se levantó, pero Kaldor la sujetó de la mano con gentileza y la empujó ligeramente al suelo, le suplicó con la mirada que regresara a ese lecho y se quedara un segundo más con él. O dos. O tres. O lo que hiciera falta para que todo se esfumara como el humo y solo quedaran ellos dos.

Cer se sentó a horcajadas sobre su entrepierna, apoyó los codos en los hombros de Kaldor, le rodeó la cadera con los mulos. Lo miró penetrante y esperó.

Kaldor depositó sus manos en la cintura de Cer, la atrajo hacia sí y le devolvió el beso fugaz. Aunque casi la había tocado con los labios sentía que ella era como electricidad, cada toque dejaba cosquilleos cautivadores en el cuerpo.

Tu muerte de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora