46- Kaldor.

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 Las plantas se marchitan, las mejillas se arrugan, los ríos se secan, los inocentes se corrompen, los justos pecan y las almas que no mueren están presas bajo carne que perece.

 Ese era el mundo donde caminaba Kaldor, era un mundo solitario, triste y frío. Sus pasos se acompasaban con el sonido de su corazón. Babum, babum, babum. Él caminaba por aquellas desoladas tierras con los hombros hundidos por el peso de su cabeza, lo único de su cuerpo que parecía realmente lleno.

 Amigos. Es una palabra que muchos codician y pocos tienen.

 Cuando alguien piensa en amigos, nunca encuentran connotaciones negativas en la palabra. Caen en el pecado del dichoso, del feliz, que es una ignorante soberbia: creen que las cosas siempre se van a mantener igual de bien. El ignorante ignora que lo que se tiene se pierde.

 Si no tienes nada, no puedes perder nada y estás tranquilo, en paz, eres intocable para el destino. Pero el que tiene... es mejor que duerma con un ojo abierto por las noches.

 Kaldor sabía que la gente solo piensa en risas, diversión, apoyo y sinceridad cuando se habla de amigos. Nadie se detiene a observar la otra cara de la modera: tener y perderlos. Lo cual es mucho peor que no haber tenido jamás.

 Así como una nube se dispersa, las vidas se distancian, los jóvenes se mueren y los viejos viven hasta que no quieren.

 Había dos maneras de perder un amigo y Kaldor las había atravesado a ambas.

 Primero murió Fany. Un ser lleno de juventud que no pudo derrochar. Falleció a causa, no de un asesinato, de un destino injusto, macabro y cruel que consume a los inocentes y protege a los injustos. Tal vez sí fue un asesinato, ese cabrón del destino. Tenía contadas más muertes que el cielo estrellas.

 Kaldor debía estar muerto, Fany no.

Cuando consideró nuevamente tener amigos ellos lo abandonaron. Deslealtad. Ellos deberían estar muertos, Kaldor también.

 Pero no podía desearles el mal. Se odió, se había convertido en un putín, una muñequita de sentimientos, como diría Robín, un tarado ¿Dónde había perdido su descontrolada sed por venganza? ¿Acaso la había extraviado en el bar de Melvin o en la feria del castillo? ¿Acaso la había olvidado cuando Cer le dio un beso? El Kaldor de antes no hubiera olvidado jamás esa traición hasta hacer justicia. El antiguo él habría matado a los cuatro desleales por abandonarlo.

 Los trabajadores sociales deberían estar orgullosos, después de tantos grupos de apoyo para enseñarle a controlar la ira o a sociabilizar, había conseguido, primera vez, no tener ganas de desquitarse con nadie. Al final solo fue necesario cuatro necios para hacerlo cambiar.

 Allá le habían enseñado a serenarse recitando un mantra, el cual era: «Tú eres mejor que el contexto»

 El contexto podía ser la situación, un cabrón o a veces hasta él mismo. Sin embargo, Kaldor había cambiado el mantra y siempre, cuando lo hacían ponerse de pie, tomarse de las manos con los otros presos y repetir religiosamente esas palabrerías sentimentales él recitaba mentalmente su propio mantra: «Babum, babum, babum»

 Era el sonido que haría el corazón de sus enemigos cuando se lo arrancara del pecho.

 Pero ahora, no quería arrancar corazones, sentía que se le habían adelantado.

 No los echaba de menos pero no sabía qué verga hacer en Sombras, lejos de Muro Verde, de Reino y de la familia real, a la que les debía una muerte horrible.

 Estaba literalmente en medio de la nada. Babum, babum, babum.

 La noche había caído y Sillo no mintió, de la tierra comenzaron a exhumar manos grises, primero se asomaron sus dedos como gusanos retorcidos. Delgadas y cadavéricas, trataban de enterrarlo vivo, pero él las envenenó con indiferencia cuando lo sujetaron de los talones.

 Caminaba asesinando todo a su paso, árboles, animales, manos cadavéricas, hongos y monstruos enanos y pálidos que salían de sus madrigueras a morir bajo la luz distante y fría de las estrellas. Ya no caminaba por un bosque, estaba en un campo yerto, repleto hasta el horizonte de cuerpos quemados, achicharrados y podridos.

 Seguramente sus amigos... esos ingratos mal agradecidos, estarían en un banquete de bienvenida en Santuario. Kaldor jamás fue a un banquete, de hecho, había probado con suerte diez platillos diferentes en toda su vida. Once, si contaba la cena de ayer que preparó Cer.

 La comida de la prisión no tenía sabor.

 Para Kaldor el mundo era una comida que ya se cansó de comer, era delicioso pero agotador. Estaba cansado. Eh, la rama de ese árbol estaba pidiendo a gritos que alguien se colgara de ahí, el río aquel quería tragar a un joven atado de manos y pies.

 Se sujetó de un árbol robusto para emprender regreso hacia Villa Contruri, tal vez la vieja de las alas estaba interesada en una aventura. No le resultaba atractiva, era una bestia un poco asquerosa, pero él también, así que entre monstruos horribles se entendían.

 Babum. Babum. Babum.

 De repente sus ojos giraron hacia la superficie de la corteza del árbol. Luego de leer el nombre inscripto, de que se le congelara el corazón y apretara los puños, se preguntó si había mirado en esa dirección por voluntad propia o si el destino, una fuerza poderosa que lo movía a él como si fuera una marioneta, había hecho que prestara sus ojos a ese rincón minúsculo del bosque.

 En la corteza alguien había escrito hace tantos años que la madera se había curado:

«Regresa y sálvalos, prisionero manchado» 





¡Espero que tengan un lindo viernes y fin de semana!

¡Nos vemos en siete días!

Tu muerte de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora