16- Olivia

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Una mancha maligna, sin forma y asquerosa palpitó en su boca que se tiño de negro. El mundo se movió con mayor lentitud para que Olivia pudiera padecer cada micro segundo.

El muchacho desvió sus ojos verdes hacia el espejo cuadrado que sostenía en sus dedos. Ella iba a quitárselo de la mano cuando el cristal reventó en cientos de pedazos como un fuego artificial. Vidente tuvo que ladear el rostro para que los fragmentos no lo hirieran. El sonido que provocó al romperse fue el de una botella al ser descorchada.

Aunque el hecho de que se le hubiera agotado los espejos a ese demente la tranquilizaba Olivia no podía evitar preguntarse quién había sido. Giró la cabeza hacia la puerta y notó que un guardia se aproximaba a ella con una pistola en ristre.

Era un humano joven, de tan solo veinticinco años. En su hombro llevaba abrochada una radio que tenía apagada. Los policías nunca apagaban sus radios y este se había quitado la placa, es más no iba vestido de uniforme, estaba con un chubasquero negro a pesar de que no hacía frío ni llovía. Olivia reconoció que era un policía porque a veces solía montar guardia en las puertas del castillo.

Se llamaba Mike. Mike Lana. Su amigo. Ella a veces le llevaba café a la puerta, cuando era invierno y muy de noche. Unas cuantas veces habían entablado conversación, por supuesto que charlas superficiales, pero siempre amenas y simpáticas.

Pero esa noche Mike Lana iba de agente encubierto. Encubierto no para salvarla sino para... el segundo disparo que dio fue destinado al vidrio de la ventana. Los cristales gritaron de dolor y cayeron al suelo donde se quebraron hasta quedar irreconocibles. Vidente alzó las manos forradas por mitones y soltó una navaja blanca que había desenfundado. Olivia parpadeó.

Mike Lana, con su silencio amenazador, continuaba avanzando hacia ellos, poniendo el arma a tiro y había disparado para que Vidente no tratara de defenderse. Porque el chico parecía dispuesto a todo, incluso de luchar hasta la muerte. No le había temblado el pulso al desenfundar la navaja y querer acuchillar a Mike, incluso se veía emocionado, como si hubiera estado esperando hace mucho tiempo la posibilidad de morir o asesinar.

De todos modos, él había pensado más rápido que ella, actuado. Y Olivia se había quedado paralizada, como una de sus plantas sin vida.

Vidente estaba en lo cierto, no tenía carácter, era una chiquilla asustadiza que solo sabía sonreír y amar. Y nadie ese día podía devolverle sonrisas ni quererla.

—Mike qué haces... —susurró porque si hablaba hubiera llorado como una chiquilla triste.

—Lo siento, Olivia, pero debes morir. Ordenes de allá arriba —explicó él como si hablara con un extraño, como si no la quisiera ni un poco.

Y es que no la quería, la estaba tratando como a un perro callejero, ni siquiera tenía esa gentileza porque uno no mata a un perro si alguien se lo ordena, primero pregunta por qué. Pero Mike no aparentaba haberse cuestionado esa orden, de otro modo habría asco o al menos compasión en sus ojos si supiera un poco la verdad. Tan solo un pedacito de la verdad y Mike hubiera traído otros ojos.

Mátala o entrégala a nosotros, Mike, le había ordenado su familia. Y Mike, como todo soldado sin corazón había obedecido, sin conocer razones, sin historia de fondo, solo orden y ejecución.

Eso se proponía él, matarla o secuestrarla y ya. Se acabó el asunto.

Maldito hijo de perra. Ni siquiera era leal, a ella, que había sido tan amable con Mike, dudaba que su madre le alcanzara café a ese empleaducho pretencioso mientras montaba guardia. Ja. Ella seguro ni siquiera sabía su nombre ¿Y Darius? Él era una farsa aún más grade, solo era amable con alguien si había espectadores.

¡Ella siempre había sido amable con los sirvientes! ¿Y qué recibía a cambio? Nada. Todo el castillo la buscaba, no tenía ni un aliado.

Sin ser consciente de sus movimientos, Olivia aferró una maceta con tierra y se la arrojó a Mike Lana a la cara. Él accionó el gatillo y disparó al suelo por el susto, en realidad su intención fue cubrirse la cara con los antebrazos para que el impacto, la tierra o la cerámica, no entrara a sus ojos. El golpe casi lo derribó.

Olivia se inclinó, cogió la navaja que se le había caído a Vidente, agarró con torpeza de las piernas a Mike y lo tumbó al suelo.

El arma rodó por el piso, lejos de sus dedos, incapaz de alcanzarla una segunda vez. De todos modos, Mike no tenía mucho tiempo para tratar de armarse porque Olivia trepó sobre su cuerpo extendido, acostado, como un cadáver, de la misma manera que una garrapata se sube al cuerpo de un animal. Llegó con sus manos histéricas y rencorosas hasta su cara y lo acuchillo con fuerza.

En la mejilla, sí, ahí donde ella lo saludaba. Se despedía y recibía a todas sus empleadas y empleados con besos, así que le dio uno a Mike, el último beso, con los labios de la navaja.

A la primera puñalada Mike continuaba vivo, sus brazos fueron recorridos por impulsos eléctricos de dolor, tenía el cuerpo crispado, los dedos rígidos, trató de apartarla, pero ella desenterró la navaja de su carnosa mejilla, dejándole de herida un segundo labio y le acuchilló el ojo derecho. Ahí acabó todo para Mike. Ni más cafés, ni charlas, noches de incógnito u órdenes, solo una oscuridad poderosamente hambrienta que primero engulló el dolor y luego a él.

El cuerpo quedó inerte, como un tapete abultado y sangrante. Olivia tenía la cara empapada de aquella sustancia roja, caliente y pegajosa, se le derramaba por gran parte de su cuello y clavícula, como un babero.

Y aunque él estaba muerto no fue suficiente. Siguió con su cara hasta no dejar rastro de ella, perdió la noción del tiempo, solo se contentó con el ruido que provocaba su carne al rasgarse una y otra vez.

Tenía que seguir porque eso era lo que se merecía Darius... digo Mike.

Se detuvo. Miró asustada a su alrededor. Vidente salía por la puerta guardando en su bolsillo la pistola de Mike, un nuevo regalo. Había perdido interés en ella y se marchaba.

Olivia sintió algo rígido en sus dedos, era recto, descendió la mirada hacia allí. Tenía una navaja, un hueso con punta letal y ensangrentado aferrado en su puño. Lo soltó profiriendo un grito ronco. Estaba montada sobre un hombre en chubasquero con la cara deformara y hundida como un hormiguero aplastado por la lluvia.

 Se puso de pie emitiendo un chillido ahogado. Era Mike. Él había tratado de asesinarla, pero Vidente lo detuvo. Eso había ocurrido. Las ideas fueron encajándose en su cabeza y tranquilizándola.

 Y, aunque le resultaba repugnante la idea de un homicida y un criminal, él la había salvado asesinado a Mike, de todos modos, la fuente la había pedido que la protegiera, el muchacho solo estaba cumpliendo con su destino porque era dueño de su reducida y desdichada vida, o algo así.

 Mamá y Darius habían tratado de aniquilarla. Ese lugar ya no era seguro.

 A pesar de que tampoco era seguro seguir los pasos de Vidente ella lo hizo, porque la pobre e inocente Olivia no sabía qué otra cosa hacer.

Tu muerte de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora