62- Kaldor.

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 Kaldor jamás recordó sentir tanto frío, o sentir una temperatura, él era como un muerto que ni recordaba haber vivido. Pero el bucle lo hacía temblar, sus dientes castañeaban y el vello se le había erizado.

Al arrojarse al bucle el proceso fue veloz, a diferencia de lo que había creído. Supuso que era porque las nuevas sensaciones vienen tan rápido y se quedan tan poco... solo notas que la sentiste cuando ya no la sientes. Así había sido toda su vida, darse cuenta de lo que tenía cuando ya no lo tenía.

De la misma forma ocurrió con el bucle.

Él esperaba caer por un pozo hondo, pero fue igual de veloz que cruzar una puerta, por un momento frío y oscuridad, al otro estaba cayendo sobre una cama de doble plaza. La cama incluso tenía techo ¿Qué clase de cama tenía techo? ¿Se le decía dosel? ¿Acaso esperaban que lloviera o algo como eso? Daba igual, estar acostado allí era sensacional.

Olivia aterrizó sobre él. Había sido expulsada por el vacío del aire.

Kaldor la empujó y ella rodó hasta su lado, los dos estaban tendidos en aquella habitación. Olivia jadeaba, tenía las mejillas rojas y la nariz rubicunda por el frío. Su cabello se le abría como el papel de un cigarro sobre las sábanas de algodón.

Al estar rodeados de tantas fragancias agradables como el aroma a jabón de la cama o las flores de la mesa de noche, descubrió que la manta de Jora que cubría los hombros de Olivia olía a naftalina y humedad y que ellos despedían una peste a sudor, tierra, sangre y metal.

Kaldor notó que la habitación era tan amplia como toda la casa de Pepa, los ventanales tenían pesadas cortinas bordadas de dorado, el suelo era de linóleo, las paredes eran claras, de yeso y empleaban adornos con formas de hoja de canto y volutas de pan de oro. Cada pared era un mural de arabescos dorados. Las luces del techo eran arañas de cristal apagadas. Había un escritorio y una puerta amplia que conducía al tocador o el baño. Los trofeos de las estanterías brillaban bajo la escasa luz de la luna y las estrellas. Había más de veinte trofeos o diplomas, además de algunas armaduras y armas.

Kaldor jamás había sentido algo tan suave como esas sábanas, se las restregó en la cara y soltó una carcajada, la sensación le hacía reír porque lo ponía de buen humor, pero lo que más feliz lo hacía era que Cer estaba con vida. Tenía otra oportunidad con ella.

La llevaría a una cita real. Normal. Y luego, cuando tuviera tiempo se lo iría a presumir a Robin, si es que le permitían entrar a la cárcel para visitar sus viejos enemigos algo amigos.

La idea de otros mundos no cabía en su cabeza, como todas las grandes ideas su cerebro era muy estrecho para darle un lugar.

Lo alegraba saber que existían otros sitios, mundos, que no fueran Reino, nunca se había sentido parte de esa tierra y desde que había escuchado que tan solo con saltar a un bucle podía desaparecer para siempre y estar en otra parte, estaba convencido de que su viaje, esa aventura, acabaría con él marchándose.

Le suplicaría a Cer que se fuera con él, juntos. Ella no tendría que volver a vender su amor, podría dárselo a quien quisiera, gratis, incluso si esa persona no era él. La quería lejos de toda la inmundicia de Reino. Solo ansiaba huir con ella y volver a empezar en un piadoso sitio donde no existieran sus nombres.

Olivia también soltó una risita tonta, se incorporó y miró anonadada el lugar.

—Es la vieja habitación de Darius, mi hermano —Sus ojos recorrieron la habitación—. Antes de que se prometiera y fuera a otra habitación más digna de un futuro rey.

Kaldor miró a su derredor, no tenía idea de qué era digno de un matrimonio. Lo pensó, pero no se le ocurrió.

Él jamás había tenido esos lujos, había mucha pobreza en Reino como para que ellos se preocuparan en tener las mejores sábanas ¿Qué había hecho Darius para merecerse esa riqueza? ¿Qué había hecho Kaldor para merecerla? ¿Quién la merecía realmente? Ay, ay, Kaldor jamás aprendiste a ser feliz por más de dos segundos ¿Verdad?

Tu muerte de abrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora