quindici

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Para Amélie resulta ser una gran vista la que le ofrece el fotógrafo mientras se mueve en la cocina de un lado a otro, dedicándose a servir los platos con la comida que han ordenado de aquel restaurante que ha mencionado con anterioridad. Han llegado a decidirse por pasta, por lo que ahora tienen estos dos servicios de espagueti bañados en salsa blanca supuestamente acompañados por rebanadas de panes con ajo.

Amélie se ha ofrecido a ayudarlo, pero el artista se ha negado rotundamente bajo la excusa de que ella es su invitada y que debe consentirla con buena comida, hospitalidad y una buena compañía. Ha logrado sacarle una sonrisa vergonzosa con la última parte, porque recuerda lo complicado que es para ella el siempre estar sola durante sus comidas, y aunque ciertamente prefiere hacer ese tipo de cosas sola teniendo en cuenta que jamás ha sido demasiado buena recibiendo miradas mientras se llena el paladar; nunca ha disfrutado la soledad como tal, ni de ninguna manera.

Evita concentrarse en los malos pensamientos cuando ya siente el nudo formarse en su garganta y se la aclara suavemente en el mismo instante en el que el señor Rinaldi se acerca a la mesa con el par de platos.

Deja uno delante de ella, justo encima del mantel que ha colocado con anterioridad en conjunto a un par de cubiertos. Amélie alza las cejas cuando ve el aspecto que tiene la pasta, y es posible que sus tripas se revuelvan en su interior cuando en serio tiene hambre. Supone que ha sido una mala idea el haberse saltado el desayuno, pero sinceramente no ha podido evitarlo, y ahora la sensación de vacío eterno parece estar queriendo pasarle factura.

—Huele muy bien, ¿no lo crees?— Cuestiona el fotógrafo de repente, llamando la atención de una Amélie que se ha perdido en sus propias cavilaciones por milésima vez en ese solitario día.

La muchacha alza la mirada y termina asintiendo suavemente mientras coge el tenedor entre sus manos. Se fija en como Petunia se coloca junto a Luke, sentada con el hocico abierto a la espera de algo, cualquier cosa.

El fotógrafo le ofrece un pedazo de su rebanada de pan antes de devolver su atención hacia ella.

—Si— Murmura, enrolla los fideos en el tenedor con un pequeño sonrojo subiendo a sus mejillas. —Huele rico.

—Esperemos que sepan así de bien— Comenta el rubio.

Y entonces da este buen bocado a su pasta tan sólo para cerrar los ojos y soltar un tarareo satisfecho. Luce bastante cómico de esa manera, pero Amélie lo encuentra tan atractivo que es posible que se distraiga un poco con él, con su apariencia, con el mechón rizado que le cae en la frente con tanta gracia que casi ni parece real.

Se llena la boca en un intento por disimular su fascinación por el fotógrafo, porque si el hombre llega a darse cuenta de que en serio está desarrollando un enamoramiento por él así de rápido, así de sencillo, ella podría desfallecer por completo.

La preocupación se llega a desvanecer tan pronto como sus papilas gustativas captan el sabor de la comida y se derrite un poco por la exquisitez sorprendente que posee aquel platillo. Asiente para sí misma y traga todo lo que tiene en la boca tan sólo para volver a llenársela.

No se da cuenta de que el señor Rinaldi la está mirando con cierto brillo en los ojos, probablemente fascinado por la belleza que Amélie posee y que definitivamente desconoce. Y es mejor así, que sea ignorante ante su mirada, porque está tan sumida en su deleite que para él sería una verdadera lástima el simplemente interrumpirla de esa manera.

La muchacha traga tan pronto como termina de masticar, y tiene intenciones de dar un nuevo bocado cuando de repente Petunia se acerca a ella. Agarra una servilleta y se limpia los labios tan sólo para echarse hacia atrás y ver al animal, el cual se coloca sobre sus dos patas, colocando las delanteras encima de los muslos rellenos de Amélie.

Body art [#2] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora