trentasei

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Aquella misma noche vuelven a hacer el amor, incluso un poco más duro que la vez anterior cuando al fotógrafo se le antoja marcar la piel morena, haciéndole saber que le pertenece en cuerpo y alma en esta vida y probablemente en todas las próximas.

Amélie lo ha comprendido casi al instante, y se ha dejado poseer sin disturbio alguno, al contrario, lo ha gozado como nada y ha permitido que las pequeñas lágrimas de placer salieran despavoridas de las esquinas de sus ojos hasta que se han quedado dormido en el cuerpo del otro, enredados y sin las más mínimas ganas de apartarse.

A la mañana siguiente, Luke se encarga de preparar el desayuno, algo ligero para ambos que consiste básicamente en un par de sándwiches con jugo de naranja, y unos cuantos besos de buenos días que logran relajar q Amélie por lo menos un instante, aun cuando todavía puede escuchar en sus oídos a modo de susurro las palabras de esas modelos una y otra vez cuando no consigue superarlo.

Amélie se siente atormentada, y el señor Rinaldi se da cuenta de todos y cada uno de los indicios, y quiere tantísimo preguntarle al respecto, desea saber qué está yendo mal, qué ha pasado que desde entonces ya no es la misma y que ahora sólo se encuentra distraída y triste la mayor parte del tiempo.

Aquello le parte tanto el alma, y no puede estar tranquilo hasta no recuperarla. El problema es que no tiene demasiado en claro cómo es que puede ayudar en algo de lo que no tiene idea, así que simplemente se dedica a acomodarla entre sus piernas y acercarle los labios al oído para dejarle todos estos besos debajo del lóbulo al mismo tiempo en el que apoya la mejilla de su hombro moreno.

—Podría beber café de tu boca, beber tequila de tu clavícula, embriagarme con té de tu abdomen— Murmura en voz muy baja por su cercanía, en un recital que sale con toda sinceridad de su corazón. —Podría y puedo convertirte en mi bebida favorita, en mi medicamento de por vida.

Sí, el señor Rinaldi es un experto en el arte de las palabras además del arte de la inmortalidad plasmada del mundo, siempre ha sido bueno, con la ventaja del verbo con respecto a todo.  Aquello de cierta forma le ha abierto puertas en la vida y espera, honestamente aguarda a que aquello le pueda servir para hacer que Amélie abra su alma a él.

Una sonrisa vergonzosa se dibuja en los labios de la morena y cierra los ojos cuando la nariz de su amante roza la piel de su mejilla.

—No puedo ser una bebida— Razona ella, con una pequeña risa porque la dermis le hace cosquillas, porque le ha gustado lo que el fotógrafo ha dicho sólo para ella hasta el punto de avergonzarla aunque sea un poco.

—Debes tener en cuenta de que te he tomado, Vénus— Dice él sin subir el volumen, con una sonrisa ahora bailando en las esquinas de sus comisuras. —He tomado cada parte de tu cuerpo, saboreado cada esquina, rincón, mis papilas gustativas han absorbido tu esencia hasta la última gota. Así que no creo que puedas decir que no eres bebida cuando tienes el néctar más dulce que he probado jamás.

A Amélie le parece graciosa la comparación de su cuerpo, del hecho de que ya le ha hecho el amor en tantas ocasiones, con el beber de todos los días. Está segura de que nadie hace cosas como esas, pero él señor Rinaldi es de esos que ya no hay y que andan un poco escondidos para que las mañas y malas costumbres antirrománticas que ha desarrollado el ser humano no se les contagiara.

Amélie se gira en el regazo de su amante, le acaricia el cabello, las mejillas, y lo mira a los ojos justo antes de preguntar en voz lo que puede ser un susurro cuando casi habla más para sí misma que para él.

—¿Qué habré hecho yo para merecer a alguien como tú?

La mirada del fotógrafo se suaviza en ese mismo instante.

—La verdadera pregunta aquí es qué habré hecho yo para que la mismísima Vénus repose en mis brazos.

A la morena siempre le ha parecido curioso como suele llamarla Vénus, como hace referencias con aquella diosa romana antigua y piensa en ella como si hubiese escapado de alguna dimensión divina que probablemente no existe. Amélie sabe que no era cierto, pero le gusta cuando al fotógrafo se le iluminan los ojos al llamarla de esa forma y las ganas de ser besada que le provoca.

Se inclina hacia adelante y le da un beso en los labios, algo suave y tranquilo, que provoca que ambos suspiren en medio del contacto y aspiren el aire del otro.

Cuando se separan, Luke lo vuelve a mirar con la misma consternación que no parece querer abandonarlo.

—No importa cuántos besos le dé, mi Vénus sigue estando muy triste— Le acaricia la esquina de la mejilla en un tipo de consuelo. —Cuéntame qué ocurre.

—No pasa nada. Pronto estaré bien, lo prometo. Siempre lo estoy.

Es un comentario bastante positivo que Luke no se cree ni un poco, pero no sigue insistiendo, cuando no le apetece incomodarla.

Decide cambiar de tema.

—Debemos ir a hacer unas fotografías hoy, tengo una idea bastante buena sobre diferentes etnias y tallas, te va a encantar ¿sí?

Amélie está un poco segura de que no le va a gustar demasiado, pero se obliga a sí misma a asentir y sonreír a medias, porque se dice que después de todo es su trabajo y no puede negarse cuando el fotógrafo parece entusiasmado.

El hombre vuelve a tomar la palabra.

—Vamos a tomar un baño entonces, y ahí nos marchamos. Podemos pasar por Petunia para darle un paseo si gustas.

—Sí— Sonríe de verdad esta vez. —Me gusta Petunia, es un amor.

—¿Más de lo que te gusta su dueño?— Ronronea con coquetería, sobre su boca y aprovecha para darle un beso.

—No. Claro que no.

—Perfecto. Vamos, Vénus, el baño nos espera y el arte también.

Amélie se pone de pie, respira con cierta profundidad y sigue al artista hacia su propio cuarto de baño, llenando su mente de palabras alentadoras de que en aquel día todo va a estar bien.

Pero Amélie no tiene ni un ápice de idea de lo que en realidad le espera.

Body art [#2] | ✓Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ