trentasette

453 35 3
                                    

Así que, cuando llegan a Bella Donna, existe la posibilidad de que Luke Rinaldi se apresure a ir directo a su estudio con Amélie tomada de la mano, justo después de dejar a Petunia con Ashton, quien no se cansa de decir cuánto adora a aquella mascota y no parece ni un poco fastidiado ante el hecho de que lo pongan de algo así como, un niñero. Van subiendo las escaleras rápidamente, y aunque Amélie no está segura de por qué no han utilizado el ascensor en primer lugar, decide preguntar por algo más.

—¿Por qué tanta prisa?— Inquiere la morena, intentando llevarle el ritmo del paso por los numerosos peldaños, sintiéndose un poco fatigada de pronto por la prisa ejercida.

El señor Rinaldi le dedica una breve mirada opaca cuando tiene, de alguna forma, las pupilas enormes.

—Esos pantalones que llevas me están volviendo loco— Comenta.

Y eso es todo, es la única respuesta que le ofrece, como si esas palabras fuesen capaces de explicar absolutamente todo, cosa que de cierta manera no funciona porque al final Amélie no consigue comprender qué ocurre con sus pantalones. No puede evitar echarse un vistazo con brevedad, apuntando en el hecho de que quizás son un poco más ajustados de lo que le gustaría, que se han tratado de esas prendas que guarda en su armario que ya no le gustan ni un poco porque resaltan el volumen de sus piernas y todo el contorno de la parte inferior de su cuerpo.

En su defensa, no ha tenido más opción que usar esos, porque los que normalmente utiliza se encuentran en el cesto de la ropa para lavar y no le ha quedado ningún otro capaz de disimular su figura. Piensa que la razón por la que supuestamente aquellos pantalones están desquiciando al artista es porque deben de quedarle espantosos.

Se llega a sentir mal. Sin embargo, no lo demuestra.

Consiguen llegar al estudio, el fotógrafo cierra la puerta tan rápido como la cruzan sin llegar a bloquearla con el pestillo, y no duda ni un solo segundo cuando toma a Amélie por la nuca tan solo para unir sus labios con los de la morena. Los mueve con fuerza, afincado los dientes en la piel tierna de su boca, justo en el inferior, provocando que a la muchacha se le escape un pequeño gemido, algo más sorpresivo que cualquier otra cosa. Y es que la besa con fuerza, no se toma el tiempo para tratar su cavidad con la delicadeza habitual, es que siempre utiliza y es casi como si estuviera queriendo comerse a Amélie en un santiamén, ansioso por tenerla bajo la aparente creencia de que en cualquier instante se le puede escapar.

Y a ella le gusta, en el inicio de su estómago se instala un remolino de satisfacción que solo él puede provocar, y lo adora, quizás un poco más que cuando la toma con aquel cariño inmenso, cosa que realmente no es un gran disturbio cuando sigue encantada con la forma en la que la trata como si fuera de cristal ni mucho menos.

Las manos firmes del fotógrafo alzan su cintura en un movimiento desprevenido para Amélie, y completamente motivado por el éxtasis. la pega a su cuerpo con insistencia, y en una especie de acto reflejo cuando siente que se va a caer, la morena le rodea las caderas con las piernas, abrazándose a su cuello con los brazos, sin llegar a despegar la boca de la suya ni un solo centímetro.

No le agrada del todo aquella posición, pero lo cierto es que, en los brazos del fotógrafo, Amélie no tiene un peso excesivo, de hecho, está bastante bien para la fuerza que conserva en sus brazos hasta el punto en el que considera que se siente incluso ligera, pero eso Amélie no lo sabe y el pensamiento de estar haciéndole daño al fotógrafo con su masa corporal no deja de pasar por su cabeza en esos instantes.

Sus lenguas bailan en aquella danza insonora, y un ruidito casi inaudible pero ligeramente vulgar es provocado por el movimiento que ejercen sus labios, algo que resuena en los oídos de Amélie que se siente acalorada de pronto. Percibe al fotógrafo caminar a ciegas por el estudio y Amélie termina sentada a horcajadas sobre él en un pequeño mueble individual que ha visto varias veces y en el que incluso ha tomado café mientras el artista ha estado trabajando en alguna otra sesión. No abandona su boca en cuanto se sientan y la sigue besando con la misma profundidad e intensidad asfixiante y calurosa, hasta el punto en el que sienten como todo les arde tan pronto como involucran el tacto de sus dedos, que solo impulsan al rubio a continuar.

Se encuentra cargado de deseo, ansioso por tomar cada centímetro del cuerpo de su Vénus, pero cuando los pulmones le dan un pinchazo de advertencia, tiene la desdicha de necesitar apartarse de ella para tomar una rápida bocanada. La mira, y cierra los ojos con una suave respiración cuando ella le dedica una caricia en la esquina de la mejilla, con tanto cariño que llega a ser ligeramente agobiante, tan solo para quedar sorprendido cuando se inclina sobre él para besarlo con iniciativa.

Sus labios vuelven al tironeo de fuerza y presión, con precisión incluso, la boca del fotógrafo reclama la de Amélie con posesión asfixiante, y ella hace todo lo que puede por llevarle el ritmo sin incidentes. Sus dígitos se hunden en aquel claro cuero cabelludo y con la otra mano se aferra a la tela de su camiseta. El beso se quiebra de pronto, en un movimiento Luke aparta la parte superior de su cuerpo y sus yemas se enroscan en la blusa de Amélie, dejándola en el suelo para hacer lo mismo con su sostén sin ningún tipo de recelo de por medio.

Aquel par de faroles celestiales se posan sobre la desnudez de su amante y Amélie puede notar como sus pupilas se dilatan un poco más de lo que de por sí ya están.

Con la punta de los dedos acaricia la curva de sus senos, ambos, recorriendo aquel valle tan solo para apretarle los costados, provocando que la muchacha apriete los labios para reprimir el pequeño gemido que se le quiere salir por la estimulación que le causa el que le hunde la piel en la carne, lo suficiente como para que se le quede una ligera marca enrojecida por la presión que ejerce sobre ella.

Amélie se siente avergonzada al estar así de expuesta, pero el fotógrafo le besa las clavículas en una especie de distracción antes de murmurarle:

—Te voy a hacer el amor, de la forma más sucia y exquisita que existe.

Es un aviso que llega a descolocarla casi por completo, y Amélie llega a temblar cuando percibe como aquellos largos dígitos se cierran alrededor de la cinturilla de su pantalón, hasta tirar de ellos hacia abajo con la misma rapidez que ha utilizado para deshacerse de su camiseta, con un poco de dificultad en este caso cuando la posición que mantienen no resulta ser demasiado conveniente. El fotógrafo se relame los labios, le acaricia los muslos con la palma abierta, las caderas, los costados y el pecho, y lo hace con tanta lentitud que es casi como si quisiera memorizarse cada una de sus esquinas en la piel.

Le deja un casto beso en la boca, y con agilidad sorprendente, se deshace de sus propios pantalones, hasta dejarlos a la altura de sus tobillos. No espera un solo segundo más, y completamente excitado por la presencia de su amante, se hunde en ella tan pronto como le hace a un lado la ropa interior. Le cuela las manos en las caderas, la mantienen en su lugar con firmeza y empieza a moverse en su contra.

Brusco, certero, estocadas firmes y profundas que le arrebatan a Amélie un chillido, sus brazos se aferran al cuello del artista y se permite a sí misma gemir contra su propia piel. Luke suelta varios gruñidos, moviendo las caderas con la rapidez que se le es permitida por la fuerza de sus propios músculos, una pequeña capa de sudor formándose en su frente y una sensación ardiente en la boca de su estómago.

El ritmo empieza descender un poco, pero la misma intensidad sigue vigente con vigor, así que Amélie, armada de valor y con la excitación bailándole en el organismo en un anhelo por conseguir todo lo que la maravillosa magnitud íntima que el señor Rinaldi puede ofrecerle, decide mover las caderas, provocando que el rubio tiemble en una reacción involuntario y se aferre a sus caderas.

—Eso es, así— Gruñe, completamente encantado con sus acciones. —Mi Vénus. Mía. Así. Sí.

No son más que monosílabos incoherentes, pero ninguno de los dos piensa en nada más que en la necesidad de fundir sus cuerpos en el otro.

De pronto, la puerta es tocada levemente y con toda la falta de respeto en el mundo una de las modelos de la revista entra.

—Señor Rinaldi, me...

—¡Largo! — Se queja en un rugido, casi como una bestia hundida en las entrañas de su preciada presa. —¡Ahora!

Amélie se sacude con él.

Body art [#2] | ✓Where stories live. Discover now