ventinove

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El suelo no es el mejor lugar para estar, mucho menos para dormir, pero la profundidad con la que el sueño abarca  aquel par de amantes resulta ser casi sorprendente. La mañana se hace presente con los primeros rayos del sol alumbrando por debajo del cielo nublado, que deja caer estas pequeñas gotas que sirven como llovizna para el asfalto en las calles italianas, ayudando con el rocío matutino sin esperar absolutamente nada a cambio.

Amélie consigue despabilarse por un segundo, saliendo de manera repentina de aquella ensoñación en la que ha estado sumergida por todo este tiempo. Intenta moverse con la intención de buscar una posición un poco más cómoda, pero se da cuenta de que se encuentra cautiva, y que sus intenciones de movilizarse se ven interrumpidas por un peso externo que desconoce.

Frunce ligeramente las cejas y lentamente, y con pereza, abre los ojos al mismo tiempo en el que un bostezo se cruza por su boca sin remedio. Sacude las pestañas y solo entonces realiza que el fotógrafo se encuentra sobre su cuerpo, con la cabeza apoyada en su pecho y el pelo desparramado por la piel que sirve como valle de sus senos, justo en donde se puede escuchar cada latido que da el corazón de la morena que todavía se encuentra medio aturdida por el sueño.

Le está dando la cara, por lo que ella tiene esta vista de una expresión suave en conjunto a su calmada respiración, la inocencia destilando de la relajación que lo aborda, y si no le hubiese hecho el amor la noche anterior de la forma en la que lo ha hecho, Amélie podría llegar a creer que aquel hombre no es capaz de sucumbir ante la lujuria ni el deseo carnal por nada del mundo, cosa que ha pasado justamente.

Se relame los labios resecos, y sin ganas de despertarlo, trata de no moverse demasiado. Le hunde los dedos en el cabello en un gesto inconsciente y gira el rostro tan solo para encontrarse con Petunia en la distancia, dormida al igual que su dueño.

Una suave sonrisa se extiende por el borde de sus comisuras y los párpados se le caen cuando el fotógrafo se enreda más en ella, con el brazo ahora apretando su cintura, con la pierna entre las suyas, y la desnudez bailando entre ellos sin el más mínimo vestigio de pudor existente.

Sin embargo, aquella ternura se desvanece en un chasquido de dedos cuando Amélie empieza sentirse terriblemente insegura de su piel descubierta, de sus muslos rellenos y caderas repletas de estas marcas de estiramiento, sin mencionar la masa que obra y que le provoca estas nauseas que nunca puede soportar.

Se muerde el labio inferior, y calla a su mente, lo intenta porque recuerda cómo el señor Rinaldi le ha hecho el amor, porque él le ha demostrado que no le molesta en absoluto sus libras de más, que la ha adorado aun cuando no es delgada como las modelos con las que siempre trabaja. Y Amélie en serio hace todo lo que puede para no pensar en todos estos atributos espantosos que carga, en lo ordinaria que se considera a sí misma, porque ha visto cómo el fotógrafo la mira, como si fuese la misma luna delante de sus ojos.

Y no lo entiende, sin embargo, aunque lo nota, no comprende cómo es que aquel hombre es capaz de pensar en ella de esa manera cuando tiene esta terrible percepción de sí misma.

—Buenos días, Vénus— Murmura el fotógrafo, con la voz ronca, todavía medio dormido. Amélie lo mira casi de inmediato. —¿Cómo amaneces, amor mío?

El apodo le retuerce las tripas y respira con suavidad en un intento por calmarse.

—Creo que me dolerá la espalda más tarde.

Hay una suave risa bailando en los labios del fotógrafo, quien se inclina hacia adelante para atrapar su barbilla y dejarle un pequeño beso en aquella sección de piel.

—¿Qué te gustaría desayunar?— Cuestiona en voz baja.

La morena le hunde los dedos en el cabello de oro, y lo escucha tararear levemente.

—Lo que tú quieras.

El señor Rinaldi arrastra los labios hacia la esquina de la parte de su mejilla, acomodándose un poco más junto a ella, todavía encima sin llegar a aplastarla.

—Vénus, si fuera por mi desayunaría tus labios— Le confiesa sin recelo, sin la más mínima pizca de disimulo. —O me serviría entre tus piernas.

La picardía en sus palabras provoca que a la morena se le pongan los vellos de punta, y agradece en silencio el beso que le brinda porque sinceramente no cuenta con una respuesta coherente para lo que dice.

De pronto, el rizado se pone de pie, y Amélie tiene la oportunidad de girarse sobre su pecho antes de verlo desaparecer por el pasillo, con el cuerpo largo y desnudo, espectacular. Se muerde el labio inferior, aunque el agarre no dura demasiado cuando ve como Petunia corre detrás de él.

Luke regresa casi de inmediato, esta vez con ropa interior puesta y una camisa entre las manos. Se acerca a ella una vez más, y la ayuda a levantarse antes de cubrir sus hombros con la prenda, dejándole un beso en la frente de paso que ella aprecia con toda la sinceridad de su corazón. Es bastante sencillo el desplazarse hacia la cocina, y la preparación del desayuno sucede entre besos, unas cuantas caricias, alguna que otra anécdota y diminutas risas que llegan a ser casi imperceptibles.

Amélie come sentada en el regazo de su amante aun cuando tiene todo este remordimiento dentro de ella, y no le llega a molestar demasiado cuando el fotógrafo hace una foto de ella tan solo para besarla en el hombro y abrazarla por la cintura.

—¿Tienes que ir a trabajar hoy?— Le pregunta con suavidad. Amélie asiente lentamente, con la boca llena como para responder. —¿El mismo horario de ayer?

La morena consigue tragar justo a tiempo, y se limpia las migajas de aquella tostada francesa con la punta de la lengua.

—Sí. Solo los martes son mis días libres— Informa, porque cree conveniente que el señor Rinaldi sepa algo como eso.

El rubio asiente con entendimiento, y le apoya la mejilla en la curva del hombro antes de cerrar los ojos y respirar con profundidad. Un escalofrío la recorre ante su cercanía, pero no se aparta de él por nada del mundo.

—Hace unos días descubrí una repostería cerca de aquí— Comenta en un suave murmullo, como si se encontrara medio ausente en esos momentos. —Venden estos pasteles de queso increíbles. ¿Te parece si compro uno para ti antes de que vayas a trabajar? Puedo guardarlo para la noche.

Amélie se encoge de hombros ligeramente.

—Si quieres. ¿Tú también comerás?

—Oh no, no— Sacude la cabeza, provocando que aquellos rizos de oro se restrieguen contra su piel haciéndole cosquillas. —Ese no será mi postre.

—¿Y cuál es entonces?— Frunce ligeramente las cejas cuando en su cabeza aquello no tiene demasiado sentido.

Luke se muerde la esquina del labio, y se acerca a su oído tan solo para susurrar:

—Tú, mi amor.

Y es posible que Amélie no se concentre el resto del día cuando espera con ansias la llegada de la noche.

Body art [#2] | ✓Where stories live. Discover now