ventitré

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Sus cuerpos reposan sobre la cama de Amélie, ambos desnudos en una oscuridad que solo la luna es capaz de opacar. Hay una toalla húmeda en el suelo y unas sábanas que se enredan entre sus piernas mientras aquellos dedos ajenos recorren el punto de encuentro de sus pieles al mismo tiempo en el que parece que encajan como un par de piezas diseñadas para el mismo rompecabezas.

Y se tocan. Se tocan el uno al otro porque quererse y no tocarse también cuenta como uno de los actos más sádicos en todo el mundo, sobre todo cuando se trata de ellos, que necesitan del tacto, de aquella preciosa cercanía.

La figura del fotógrafo se encuentre encima de la de Amélie, su pelvis descansa contra la de ella mientras se halla a sí mismo refugiado en la ternura de sus piernas, con la boca ocupada en la curva vaga de su cuello, viajando por toda la extensión en dirección a su mentón, de vez en cuando yendo directo a hacia la línea de su hombro tan sólo para volver por el mismo trayecto hacia su rostro, hacia su boca. Sus respiraciones son el único sonido que resuena en las cuatro paredes, y hay un pequeño baile de caderas que resulta ser lo único que los mantiene cuerdos, conscientes en la presencia del otro mientras se entregan al cielo y al cariño.

Luego de haberla besado en la bañera, el artista la ha sacado de allí dentro al enterarse de que ya se ha aseado, le ha secado el cuerpo con premura y se ha enterrado en sus entrañas con tanta suavidad y calma que Amélie apenas lo ha sentido, tan solo para sacudir las pestañas ante la repentina sensación de llenura que la ha invadido antes de que pudiera hacer cualquier cosa. Y la ha dejado repleta, no sólo de manera carnal, sino también de esta forma tan espiritual que es casi como si su alma se hubiese sostenido a la suya para mantenerse con vida.

Y ella nunca antes se ha sentido de ese modo.

Esta resulta ser la primera vez que está con un hombre, y aunque ha hecho todo lo posible por soportar el ardor en sus tripas y el picor en su belleza íntima, los besos que el fotógrafo ha sabido dejar en su piel poco a poco han logrado calmar su molestia, hasta el punto en el que la comodidad y la sensación de hormigueo se han fusionado y ha estado preparada para el meneo suave que la incita a respirar con pesadez y a sostenerse a su desarrollada espalda y anchos hombros.

El señor Rinaldi encuentra su boca una vez más, con un jadeo de por medio, y la besa profundamente, mordiendo con lentitud su labio inferior tan solo para tomarla de lleno e invadir su cavidad bucal con la lengua. Se deja hacer, siguiendo el ritmo de la danza pasional que traza en el beso, tocando el músculo del rubio en una colisión universal que explota en sus entrañas, y eso, en conjunto al repentino impulso que el hombre toma en su contra, resulta ser una especie de perdición para ella.

Aprieta los ojos, y un gemido se pierde en aquella garganta ajena cuando el artista golpea sus puntos más sensibles, una y otra vez, con dulzura integrada, con presión y firmeza enloquecedora, haciéndola suya de la única manera que conoce; con amor. Sus bocas se deshacen sobre la otra, sus dedos navegan por las constelaciones que forman sus lunares y sus labios no consiguen acallar la consumación de sus almas entre todos esos balbuceos ardientes que son acompañados por el canto de sus espíritus que llena la habitación.

Luke se apoya sobre los codos al apartarse, su mirada se enfoca fijamente en el rostro de su nueva amante y piensa en que es suya, y la considera tan bella ahora en estas circunstancias, y en su cabeza la llama ángel una y otra vez. Es increíblemente abrumador para él, el placer que lo inunda al tenerla de esta manera es inmenso y piensa por un instante que no vivirá para contarlo. No obstante, se esfuerza por seguir con vida para poder ser parte de más momentos como estos, y aumenta el movimiento de sus caderas, y lo hace con tanta fuerza que la cama empieza a moverse con ellos, y a chirriar, y aunque eso es lo de menos, no puede evitar pensar en que no importa cuánto quiera moverse en su contra, jamás llegaría a sentirse lo suficientemente cerca de ella, de su amor.

La besa con pasión y demanda, incluso le sostiene el mentón con una mano para evitar que piense en siquiera abandonar sus labios, y se traga todo lo que tiene para ofrecerle mientras la toma, así tal cual, y Amélie se lo permite con gusto, olvidando por completo cualquier cosa que no tenga que ver con ellos.

De pronto, cuando el lívido los abarca y el placer se extiende por sus cuerpos hasta que no son capaces de soportar tanto, tienen la dicha de culminar juntos, de sostenerse de las manos y dar ese paso de confianza en aquel precipicio prometedor en donde nada les hace daño y solo la gloria parece esperarlos. Los músculos se le tensan, a Amélie se le atasca el aire en la garganta y Luke exhala con fuerza antes de caer devastado sobre su espalda sobre el colchón de la cama, no tarda ni un segundo en atraer el cuerpo de la morena, y se la pega al pecho antes de cubrir su desnudez con las sábanas.

Se relame los labios llenándose los pulmones de aire, y cierra los ojos mientras escucha cómo su corazón se esfuerza por encontrar la estabilidad.

—Hay cierta magia en las primeras veces, ¿no lo crees, Vénus?— Murmura en una pregunta agotada, apretándola un poco más contra él, cerca de donde su órgano vital late con calma.

Espera en silencio por una respuesta, pero cuando no llega arruga las cejas y baja la mirada tan solo para encontrarse con el hecho de que Amélie ha caído completamente dormida. Sonríe, le deja un beso en la esquina de la cara y suspira con alegría excesiva, y piensa en ella mientras acaricia el conjunto de constelaciones en sus hombros, y por un segundo la considera todo un universo.

Y oh, qué bonito es para él amar de una forma tan buena, tan sana y pura.

Qué bonito es todo antes del huracán.

Body art [#2] | ✓Where stories live. Discover now