ventidue

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La cena es estupenda, y aunque no son más que un par de lasañas de aquel restaurante al que Amélie casualmente frecuenta, la encuentra deliciosa. No llega a sentirse demasiado incómoda mientras come, porque el camisón que lleva puesta le permite esta ligera tranquilidad cuando sabe que el fotógrafo no tendría oportunidad de ver cómo su vientre se hincha al comer, convirtiéndose en algo repulsivo de ver.

Por supuesto, todo eso solo está en la cabeza de Amélie, porque en la del artista solo ronda el pensamiento de que aquella mujer que se deleita con aquel platillo y que suelta diminutas risas casi inaudibles por causa de Petunia, por el cariño constante que el animal le ha estado demostrando, justo como lo ha estado intentando hacer él.

Han terminado de cenar desde ya hace unos veinte minutos o algo por el estilo, y aunque ya no tienen las distracciones de sus platos de por medio, el ambiente es lo suficientemente cómodo como para no hacerle daño a ninguno de los presentes. Hay una sonrisa de por medio, y una conversación entre murmullos sobre cualquier cosa trivial que Amélie logra llevar sin tantos disturbios, y es tanto así que llegan a estar a gusto, tan satisfechos en la compañía del otro que posiblemente se refleja en el brillo que abarcan sus ojos y en sus cuerdas vocales cuando cantan todas estas palabras de agrado.

Y cualquiera que los viera en ese momento de verdad se daría cuenta de que el amor flota entre ellos, uno que se desborda y que aun así es suave, bueno, algo que no se encuentra con facilidad y que hace creer incluso al fotógrafo que debe guardarlo, protegerlo para siempre.

Petunia es su única y mayor testigo, recostada en el suelo luego de haber comido su cena también, con la mirada hacia arriba, atenta a la figura de ambos. Es un animal, pero incluso ella puede sentir las feromonas y esencias amorosas qué hay en el aire, y eso parece tenerla calmada, contenta incluso, y para su alegría, de vez en cuando Luke baja la mano y le acaricia detrás de las orejas, o la cabeza, o simplemente le roza el lomo con los dedos de una sola mano como hace en casa cuando tiene aquellas extremidades superiores ocupadas.

De repente, y como si Amélie hubiese recordado algo, le echa un vistazo al reloj que se encuentra en la pared que divide el comedor con la cocina y alza las cejas ligeramente cuando se da cuenta de que ya son pasadas las nueve y que debe tomar aquel baño que ha estado posponiendo con la presencia y la charla con el fotógrafo.

Se muerde el labio inferior con cierta angustia cuando regresa la mirada hacia él, y el señor Rinaldi parece comprenderlo de inmediato.

—¿Ya es hora de tu baño?— Le pregunta con el mismo tono de voz suave que ha estado usando todo este tiempo.

Amélie asiente con la vergüenza creciendo desde el interior de su cuerpo, con el sistema nervioso operando de manera inmediata sin demasiados motivos alarmante que consigan darle una razón para que su corazón para con la velocidad en la que lo hace.

El señor Rinaldi le dedica un movimiento ligero de cabeza y se pone de pie, recoge los platos sucios de lo que alguna vez ha sido la cena y los lleva al lavaplatos casi de inmediato, con sencillez conocedora, como si hubiese estado en su departamento tantas veces que podría cerrar los ojos y saberlo de memoria.

Amélie lo observa con cautela y por un momento cree que se va a marchar, que la dejará sola en su silencioso departamento para que las angustias y los suplicios se apoderen de ella de la manera en la que saben hacerlo. Sin embargo, un pequeño sentimiento de alivio le abarca el pecho cuando lo ve caminar hacia el interior del piso, yendo hacia la habitación.

Lo sigue con lentitud, Petunia junto a ella.

—No te demoro más, entonces— Le dice en un murmullo, y permite que Amélie se meta al cuarto de baño, cerrando él mismo la puerta.

Body art [#2] | ✓Where stories live. Discover now