Nove

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Sorprendentemente a Amélie no le toma demasiado tiempo regresar a casa, y quizás tiene que ver mucho con el hecho de que se pasa todo el camino con la cabeza en cualquier otra parte menos en el presente. Piensa en lo que ha ocurrido en ese solo día, cómo ha sido elogiada por una belleza que ella no sé ha creído ni un poco, y cómo ha recibido una propuesta de trabajo que realmente no necesita y que ha sido hecha por nadie más y nadie menos que el famoso fotógrafo Luke Rinaldi.

Ni siquiera parece real, Amélie está tentada a creer que ha sido una especie de sueño y que tan pronto como cruce la puerta de su departamento se despertará en su cama con las sábanas hasta el cuello y la decepción clavada en el pecho como una daga que la asesine de una vez por todas.

Sin embargo, y cuando introduce la llave en la cerradura de su departamento, Amélie se da cuenta de que sigue en el allí y el ahora, y que nada de lo que ha pasado ha sido una invención de su subconsciente porque ella en serio tiene un contrato en su bolso y los recuerdos vivido en su mente.

Ha pasado.

Sí firma aquellos papeles se convertirá en una modelo de la revista Italiana más importante de todas.

Una mueca se le atraviesa en el rostro al considerarlo y cierra la puerta con cierto pesimismo mientras arrastra los pies hacia su habitación. Se quita el bolso del hombro y camina hacia la cama para dejarlo sobre la colcha.

Saca el contrato de trabajo, lo mira con los labios apretados y termina por suspirar cuando no tiene idea de qué es lo que va a hacer. Chasquea la lengua y se conduce a sí misma hacia el baño, cierra la puerta y abre el grifo de la tina para que empiece a llenarse.

Comienza a desvestirse, en silencio, con la mente en blanco, porque no considera que sea momento para perturbarse más con este tema y simplemente gira la llave cuando la bañera está llena. Se relame los labios, y en la incomodidad de su desnudez consigue uno de sus jabones líquidos.

Vierte la sustancia en el agua, un olor a primavera llena todo el espacio y Amélie recibe un diminuto consuelo al sentir el aroma de las flores llenar sus fosas nasales. Se hunde en la bañera y se recuesta del borde hasta que el agua le llega a la barbilla.

Alza la cabeza y mira al techo, insiste en bloquear cualquier pensamiento que pueda llegarle porque saber perfectamente que todos serán acerca del fotógrafo, de Luke Rinaldi.

Aquel hombre de estatura divina, de rasgos faciales gloriosos, de voz melodiosa y talento digno de los benditos por el mismo universo. Ese hombre de pelo dorado y mandíbula firme y bien trazada, de ojos azules como el cielo y piel tan tersa que se nota a simple vista. Amélie está segura de que si el sol llegara a golpear la carne del fotógrafo esta brillaría más que esa misma estrella, y...

No, no. Debe detenerse en esos instante, porque su cuerpo está empezando a sentirse ansioso, porque está comenzando a desear algo que está segura de que no puede obtener, porque lo más probable es que si sigue dejando a su mente correr por aquel camino en el que se dirige, no hay duda de que terminará cayendo a los pies de alguien que no la querría, porque si la dejan ser honesta no se quiere ni a sí misma.

Un largo suspiro se le escapa de los labios y cierra los ojos con fuerza antes de incorporarse y extender la mano hacia una esquina del suelo junto a la bañera. Se encuentra con la caja tejida que tiene en aquel espacio y la abre tan solo para sacar una barra de chocolate blanco.

Cree que comer la ayudará a no pensar en el fotógrafo, en cómo la ha llamado diosa, envía forma en la que le ha acercado los labios al oído y le ha acariciado el cartílago con suavidad, enviándole sensaciones que no ha sentido con nadie jamás porque nunca le han dado la oportunidad, en cómo ha puesto su mano cálida en la parte baja de su espalda y la forma en la que la ha sostenido, como si supiera que estaba a punto de derrumbarse en tantos pedazos que pudieran ahogarlo y él quisiera evitarlo.

Y Amélie está pensando en él ahora, permite  que su cabeza se guíe por sí sola e hiciera lo que se le dé la gana. Se queda mirando un punto fijo en la pared, tan solo para volver a apoyarse del borde de la bañera. La barra de chocolate queda en el suelo cuando su mano cae a una esquina, quedando en el inmenso olvido mientras su mano derecha traza un lento recorrido por su pecho, su abdomen lleno de excitación y deseo, hasta llegar a colocarse entre sus piernas.

Con la mano izquierda viaja por su propio costado, replicando la curva de cintura y caderas, apretando su piel con los párpados caídos en el instante en el que su otra mano comienza a ocuparse de sí misma.

Sus extremidades dejan de ser suyas, y sus dedos se convierten en unos ajenos, cálidos, familiares de ese mismo día que le erizan la piel y la ponen de los nervios. Las caderas se le erizan casi por inercia y ladea la cabeza al mismo tiempo en el que se le cierran los ojos.

Debajo de sus párpados puede ver como cierto fotógrafo se inclina sobre ella, y es capaz incluso de sentir cómo los labios del fotógrafo recorre la curva de su cuello, besándola, dejando mordidas y tantas caricias que no podría olvidar jamás.

Un pequeño gemido se escurre de sus labios entreabiertos cuando los dedos del placer se cuelan en su alma, en lo más profundo, y si el agua se está saliendo de la bañera es muy de menos, porque Amélie ahora está tan perdida en aquella idea fantasiosa en donde es la amante del fotógrafo que se olvida de todo menos de él,  de su tacto en su cuerpo, de sus labios en su cuello cerca de su oído susurrándole todas las cosas que le haría y que las chicas como ella no deberían saber.

Sus caderas se balancean al ritmo de sus dígitos, confunde su propia humedad con el agua que la rodea y tiene agarrarse al borde de la tina con la mano libre cuando siento que en cualquier momento el placer la succionará por completo y no la devolverá jamás, dejándola perdida en una dimensión en donde el fotógrafo está presente.

Pero Amélie no se deja llevar, y se toca a sí misma con entusiasmo, con el fotógrafo vivo en su cabeza mientras la reclama como suya, tal vez ansioso de dejar en su cuerpo todas las marcas posibles para que el mundo supiera que ella le pertenece, que es su diosa, su amor, a la única que necesita en aquella vida solitaria.

Y es justo ahí cuando siente que en alguna parte de su estómago se forma un tornado, uno que arrasa con cada célula de su cuerpo, que le tensa los músculos y la obliga a aguantar la respiración cuando resulta ser demasiado.. Amélie cierra los ojos con fuerza, lloriquea  un nombre en voz baja y tiembla ante el montón de espasmos que recibe su cuerpo al terminar.

Jadea profundamente y entonces se hace el silencio. Su cuerpo se mueve levemente por el agua, y cuando separa los párpados se da cuenta de que es probablemente la persona más  más patética del mundo al siquiera pensar que alguien como aquel increíble fotógrafo la reclamaría como suya.

Y es ridículo, Amélie sabe que lo es, pero de alguna forma quiere serlo, desea ser amada con todas sus fuerzas.

Pero ¿cómo va ella a conocer ese amor cuando el amor propio no está en sus definiciones?

Body art [#2] | ✓Where stories live. Discover now