Undici

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"No he podido dejar de pensar en ti"

"No he podido dejar de pensar en ti"

"No he podido dejar de..."

Amélie no sabe si es cosa suya, pero de alguna forma u otra es capaz de escuchar voces, y de sentir cómo su mejilla es suavemente golpeada. Los párpados le pesan por unos buenos instantes y es capaz de percibir cómo su cuerpo es mecido con levedad, la suficiente como para llevarla a recuperar la consciencia.

Abre los ojos de repente, casi con la tensión de un susto que la carcome hasta ese instante. Le toma unos segundos el enfocar la vista, y en cuanto lo hace se encuentra con que está entre los brazos del fotógrafo, quien la mira con preocupación infinita, con los mechones rizados y dorados colándose por su rostro.

Amélie tiene ganas de apartarlo, y de paso acariciar su mejilla con ternura, pero por supuesto se contiene y quizás se pierde un poco en aquellos orbes celestiales mientras el fotógrafo hace su intento por que ella recobre la completa consciencia.

—¡Oh, Amélie!— Exclama, logrando sentarse con ella entre sus piernas. La muchacha mira a su alrededor y cae en la cuenta de que está llamando la atención de todos los presentes en el restaurante. —Qué susto me has dado, ¿estás bien?

Amélie se muerde los labios, increíblemente nerviosa por ser observada de esa manera, por estar apoyada contra el pecho del hombre más famoso de Italia y tener a los demás como testigos.

—Yo, huh, lo siento muchísimo— Balbucea, y se apresura a ponerse de pie. El fotógrafo lo hace con ella. —No sé qué me pasó.

Luke se relame los labios.

—¿Quieres que te lleve a casa? Creo que deberías recostarte.

—Supongo que sí, pero, no hace falta que me acompañe. De verdad que lo siento, señor.

El artista arruga las cejas, como si no comprendiera lo que ella dice. Menea la cabeza en una negación.

—Por supuesto que es necesario. No puedo permitir que la noche pase más tiempo que yo contigo, Vénus.

Y bien, Amélie como que quiere llorar ahora, porque él está siendo tan bueno, tan coqueto, tan alucinante con todas esas insinuaciones románticas, y ella piensa que todo eso es tan falso, tan hipócrita de su parte que de seguro se lo dice a todas sus modelos y mencione la verdad a su espalda.

Y se siente asqueada, porque sabe que ella no se acerca ni de broma  a lo que esas magníficas mujeres italianas son. Se traga sus lágrimas, sin embargo, y piensa que cuando llegue a casa puede llorar toda la noche y martirizarse por algo que ni siquiera es su culpa.

Deja escapar un suspiro derrotado y asiente permitiendo que el fotógrafo la acompañe a su departamento junto a Petunia, quien revolotea a su alrededor como si estuviera preocupada. Caminan juntos en la noche, la mano del fotógrafo roza la de la muchacha de manera intencional y la tentación de ligar sus dedos con los suyos y de aferrarse a él como si la vida dependiera de ello, la invaden.

Pero se cohibe, porque ya están llegando a su casa, porque no está dispuesta a pasar por aquel bochorno.

En realidad, no tiene ganas de pasar por absolutamente nada, así que respira profundo, se tambalea levemente y decide ser honesta.

—¿Señor Rinaldi?— Le llama. El fotógrafo sonríe al escuchar su nombre. —Creo que no seré capaz de ser su modelo.

El artista se detiene abruptamente y Petunia suelta un pequeño gemido lastimado, como si hubiese entendido lo que Amélie acaba de decir.

La muchacha traga saliva, el rubio frunce el ceño.

—¿A qué te refieres?— Inquiere.

Incluso en la noche italiana, Amélie puede ver la decepción reflejándose en sus ojos.

—Es que, bueno, yo no soy como las modelos que usted fotografía— Empieza a explicar, con la mirada apartada de la suya porque no soporta el acoso que siente al verse reflejada en aquel azul profundo. Continúa hablando con un nudo en la garganta que se siente como una piedra. —Ni siquiera soy atractiva, y estoy segura de que si salgo en la temporada de Bella Donna tendrá muchos problemas. Nadie querría ver a alguien como yo.

Lo último le sale en un susurro cuando el peñón en su garganta se hace demasiado pesado y se llena los pulmones de aire en un gran respiro cuando la forma en la que el fotógrafo la mira se lo está robando. Petunia llama su atención de manera milagrosa al pegarse de ella y olisquear sus zapatos.

Un suspiro resuena en la oscuridad y el pecho de Amélie tiembla cuando él habla.

Chasquea la lengua como si de verdad lo lamentara.

—Oh, Vénus. ¿Quién te ha roto tanto para que no puedas ver lo que yo si?

Se queda callada y se muerde el interior de las mejillas para evitar que su boca formara aquella mueca de tristeza que la invade.

¿Quién la ha roto?

Todos.

Ella misma.

Se encoge de hombros cuando no tiene nada que decir y se dispone a simplemente seguir caminando con la esperanza de que el fotógrafo no se dé cuenta del poco aprecio que se tiene a sí misma. Él la sigue, Petunia también, y Amélie puede sentir su mirada en todo el trayecto a su departamento.

Amélie piensa que va a marcharse tan pronto llegan a su edificio, pero el rubio la acompaña hasta su piso y la lleva directo hacia su puerta. Amélie se saca las llaves de los bolsillos y juega con ellas entre sus manos en un gesto nervioso que no puede controlar. Alza los ojos hacia él, se topa con aquellos orbes divinos y decide no pensar en nada, no mirar su boca, ni prestar atención a la forma en la que se muerde el labio inferior con lentitud letal.

Amélie aprieta los suyos.

—Gracias por acompañarme, lamento haberme desmayado y todo lo demás— Murmura, introduciendo la llave por la cerradura y dándole una última mirada. —Qué tenga buena noche..

Entra a su piso y cuando está a punto de cerrar, se topa como el hombre mete el pie en el medio y evita que lo deje afuera. Amélie jadea sorprendida y cuando lo ve, lo encuentra con las mejillas enrojecidas y una expresión suplicante.

—Sé que es apresurado e inapropiado, y que no nos conocemos, pero ten una cita conmigo— Dice con esa voz profunda suya, con ese acento tan bonito que hace que Amélie se estremezca y se tenga que apoyar de la puerta para no caer. —Después de que hagamos la sesión de fotos, sal conmigo un día, y si no te gusta entonces seré capaz de mantener el profesionalismo por encima del deseo que sé que me va a consumir.

¿Ha escuchado bien?

¿En serio le ha pedido una cita?

Amélie nunca ha tenido una, ni de cerca y ahora el fotógrafo, aquel hombre famoso al que ella admira por el arte que él crea con su cámara y una persona y objeto, aquel que logra captar todas las esencias y transmite todas esas sensaciones en una sola imagen; le está pidiendo salir con él.

Sacude las pestañas con asombro.

Y no sabe qué decir, pero habla.

—Huh, yo... De acuerdo, si— Acepta, con el corazón en la boca.

El fotógrafo sonríe amplio, soltando una risita aliviada y asiente para sí mismo. Se acerca entonces, con velocidad, y le deja un beso prohibido en la comisura de los labios.

A Amélie no le da tiempo de reaccionar.

—Incredibile, bene. Ci vediamo domani, Vénus— Se despide y ella lo ve marcharse con Petunia junto a él.  (Increíble, bien, hasta mañana, Vénus.)

Los observa desaparecer por las escaleras y ella no puede creer lo que acaba de pasar.

Body art [#2] | ✓Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum