trenta

613 37 2
                                    

Hay unas cuantas velas que flotan alrededor de ellos, iluminando sus cuerpos descubiertos y húmedos en la oscuridad de aquel cuarto de baño. La tina es acaparada por los dos al mismo tiempo, las piernas largas del fotógrafo llegan al otro extremo y sus delgados dedos recorren todo el contorno de las caderas de la morena, con la piel alumbrada que la hace lucir ligeramente más oscura y él no puede evitar adorarla con locura.

Sus labios trazan un camino de besos desde su hombro hasta la dulce curva de su cuello, dejando el rastro de su cariño y alguna que otra mordida que se pierde con el suave sonido que ella deja escapar cuando siente la presión contra su dermis, respirando profundamente cuando aquellas manos que la toman la aprietan lo suficiente como para hacerle creer que dejará una marca.

Los jadeos resuenan en el eco producido por el espacio en el reducido baño, y Amélie mueve las caderas lentamente, de adelante hacia atrás en una danza delicada cuando no puede hacer demasiado al momento de sentir como su interior se encuentra terriblemente pleno, en aquella posición estrecha en donde es capaz de sentirlo en cada esquina y lo único que puede hacer es dejar caer la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados mientras su anatomía se balancea contra la de su amante.

Ha sido un buen inicio de la noche, después de haber regresado del trabajo, el fotógrafo le ha pedido que se encontraran en el departamento de la muchacha, en donde la ha esperado con una deliciosa pasta recién hecha, y una botella de vino blanco y dulce, junto a aquel pastel de queso que ha sido un completo deleite y que incluso la ha puesto hasta de buen humor. Han charlado por horas, se han tomado varias fotografías que el señor Rinaldi guarda con recelo, han llevado a pasear a Petunia que los ha acompañado en aquella velada y han terminado en aquella bañera sin ningún otro remedio.

Al principio ha resultado ser algo vergonzoso para Amélie, pero en el segundo en el que el artista ha perdido el pudor y ha quedado desnudo delante de ella, es posible que una parte suya deseara su cercanía más de lo que fuese capaz de admitir en voz alta, y ha quedado medio hipnotizada en esos instantes en que aquel adonis divino se ha presentado ante ella, y para cuando se ha dado cuenta, ya ha estado sentada a horcajadas en sus piernas, con el agua cubriéndole más arriba de la curva de los senos, con los labios ocupados en una sincronía en donde sus lenguas se encuentran con pequeñas toques y todo les arde sin duda alguna.

Las manos del fotógrafo se mueven incesante, pasando por la extensión de su espalda, mojando su dermis, apretando en aquellos puntos en los que ha aprendido tantas cosas.

—Mi bella Vénus— Susurra el fotógrafo contra su cuello, sus dígitos aferrándose a sus caderas deteniendo sus movimientos. —De piel sedosa y corazón inmenso. Te he estado buscando en todas las mujeres, y al fin te he encontrado.

Un beso cae sobre su boca, y él mismo se dedica a alzar la pelvis, doblando las piernas para darse impulso, logrando sacarle un chillido a su amante, que se sostiene a sus hombros como si su vida se basara en ello y los párpados no le dieran para poder levantarlos.

Aquel par de orbes celestiales la observan con adoración, memorizando cada expresión facial producida por Amélie. Guarda en su memoria cada sonido que se escapa de aquellos gloriosos labios y se promete recordar el cosquilleo que queda en sus palmas con cada toque que le brinda. Un siseo escapa de sus labios cuando las sensaciones que se acumulan en la boca de su estómago resulta ser agonizante, y se da a sí mismo la oportunidad de ser un poco más agresivo, o quizás, demasiado, hundiendo el rostro en su cuello e inhalando el aroma de su Vénus hasta sentirse embriagado de ella, mientras el sonido que hacen sus cuerpos resulta un deleite para sus oídos y el agarre que ella mantiene en él es una delicia.

Lo goza por completo, desde el dolor que le provoca el fuerte movimiento que ejerce en su pelvis hasta la carne ardiente y apretada de su amante alrededor de él, desde los quejidos que ella suelta cuando sus palmas caen sobre la piel de sus nalgas con fuerza hasta los murmullos obscenos y sin demasiados sentidos que él mismo se encarga de susurrar cerca de su oído.

Un gruñido se le escapa, deja caer la frente en su clavícula y se estremece al percibir como Amélie le hunde los dedos entre los rizos, tirando de ellos con ligera insistencia. Gimotea casi con agonía, porque está tan cerca que lo único que puede hacer es moverse con cierta rabia y desesperación, tomándola con rudeza pero besándole la piel con cariño, hasta que es abrumador para ambos, y es que la mezcla entre lo exuberante y lo casi insoportable es tanta que las ansias de que el placer consuma sus cuerpo llegan a ser dolorosas.

Y el cielo tiene un poco de piedad de ellos, porque en su interior explota el amor y sus cuerpos se enredan el uno con el otro mientras la gloria los toca desde la punta de los dedos hasta la última hebra de cabello.

Cuando sus músculos dejan de vibrar por los espasmos, un jadeo resuena entre ellos con fuerza, y el fotógrafo se apoya sobre el hombro con agotamiento, acariciándole la espalda con delicadeza, buscando calmar su propia respiración.

Aspira con profundidad, el olor a vainilla que desprenden las velas le llenan las fosas nasales y se siente completo, justo allí, en ese momento tan íntimo con Amélie, su vida.

—Amarte es una de las sensaciones más suaves, gentiles y cálidas que he podido tener en la vida— Le susurra en una inevitable confesión.

Casi sonríe cuando escucha como a ella se le atora el aire al analizar sus palabras.

—¿Me amas?— Cuestiona en el mismo tono, y quizás aquella pregunta sobra, pero a él no le molesta tener que decirle miles de veces lo mucho que la adora, con cada entraña de su ser.

—Que la luna sea el único testigo de nuestros caprichos nocturnos, y que escuche con claridad qué te amaré hasta el fin de mis días, Amélie.

Amélie se aparta para llevar la mirada hacia él, y una vez más encuentra la sinceridad en ellos, aun cuando la luz es escasa, a pesar de que las velas no hacen un gran trabajo al iluminarlos; ella puede apreciar el brillo especial que habita en aquellos ojos y se siente repleta de aquel amor, o por lo menos eso es lo que cree cuando una buena sensación la recorre por completo.

—Te amo—  Le responde inevitablemente.

Ellos sellan sus palabras con un beso.

Body art [#2] | ✓Where stories live. Discover now