settedici

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Cuando Amélie llega a su departamento, lo primero que hace es encerrarse en su habitación y pegar un grito, uno sórdido que le deja la garganta hecha trizas cuando ha sido lo suficientemente fuerte como para llegar a rasgársela ligeramente. Es un chillido bastante confuso, porque hay cierta alegría de por medio, así como también está todo este dolor que lleva por dentro.

Ha estado con el señor Rinaldi, han pasado una tarde espectacular y se han besado, realmente lo ha besado y él le ha correspondido, y justo cuando ella ha pensado en que nada de esto podría ser mucho más perfecto de lo que ya es, todo se ha derrumbado cuando sus dedos han hecho contacto con la repugnancia que Amélie cree que carga.

Se ha sentido increíblemente mal, y no puede evitar derrumbarse en su cama tan sólo para derramar todas esas lágrimas que ha estado conteniendo durante todo el trayecto de regreso, y piensa en cómo sería todo más sencillo si ella fuera más bonita, más delgada, más elegante y esbelta, con una figura de estrella porque así el fotógrafo la querría verdaderamente, la miraría con esos ojos enamorados y la apreciaría tantísimo que no sabría que hacer consigo mismo, y tal vez tendrían un futuro juntos si tan solo ella fuese como una de esas modelos con las que él trabaja, que tendrían todo este tiempo del mundo para dedicarlo a su amor y vivirían juntos y pasarían las tardes con Petunia y un sinnúmero de fantasías más que Amélie sabe que no van a pasar porque ella no es nada de lo que quiere ser.

Y es triste, terriblemente triste el sentirse de esa forma, y se levanta de la cama para caminar hacia el espejo de cuerpo completo que aún conserva. Se ve demacrada en su propio reflejo, el exceso de grasa en su cuerpo le parece repulsivo, el enrojecimiento en su nariz y sus mejillas es ridículo a más no poder y la forma en la que sus ojos se encuentran hinchados por el miserable llanto solo hacen que Amélie se odie un poco más.

—Estoy harta de ti— Dice, en un susurro, entre dientes, con la mandíbula apretada al igual que sus puños cuando esta rabia repentina se apodera de ella. El entrecejo se le ablanda cuando el nudo en su garganta crece y vuelve a hablar. —¿Por qué no puedes ser mejor? ¿Por qué no puede ser bonita, delgada? ¿Por qué, Amélie? ¿Por qué?

La voz se le rompe por el llanto, el corazón se le cae al suelo terminando hecho pedazos y solo puede pensar en cómo cualquier mujer es mucho más bonita que ella, mejor, relevante, increíblemente importante; todo lo que ella no es.

Un sollozo se le escapa sin que pueda controlarlo, y con la vista nublada y las gotas saladas corriendo por sus mejillas a una velocidad alucinante, Amélie vuelve a hablar.

—Si te mueres, nadie te echaría de menos.

Y es una mentira que siente como verdad en su pecho, y siente tanto coraje consigo misma, tanto enojo que no puede hacer nada más que salir del cuarto e ir a la cocina. Cegada por su propia furia, abre la nevera de un solo tirón, y como puede, busca con la mirada la botella de agua más grande que conserva allí adentro, esa que soporta dos litros completos y que se encuentra totalmente llena cuando días atrás la ha abastecido. La coge sin problemas, cierra la puerta y regresa a la habitación, yendo directo hacia el cuarto de baño tan solo para encerrarse allí dentro y sentarse en el suelo.

Empieza a tomar agua sin consciencia, su garganta se mueve con cada trago que da y se llena lo suficiente como para sentir cómo su estómago no soporta una sola gota más. Se aparta la boquilla de la botella, su respiración es temblorosa cuando la deja a un lado en el suelo, y las lágrimas siguen rodando por sus pómulos mientras es increíble lo rápido que ella puede estar triste, rota, casi moribunda.

Ha pasado una tarde tan buena y solo un pensamiento ha acabado con todo eso, un mísero tacto que no ha llegado a ningún lado ha destrozado todo en su interior.

Suelta un sollozo inevitablemente, y con pesar se acerca al inodoro para inclinarse sobre él. Se introduce dos dedos en la boca, hace una pequeña presión en la parte interna de su lengua y todo comienza.

Primera arcada; gorda asquerosa.

Segunda arcada; Nadie nunca va a quererla estando en esas disgustantes circunstancias.

Tercera arcada; él nunca va a amar una abominación como lo es ella.

Cuarta arcada; solo busca pasar el rato, no debe creer que en serio la quiere porque no es verdad.

En la quinta todo el líquido sale de ella en exceso, el agua en conjunto con la pasta se riegan en el interior del retrete y Amélie tose con fuerza mientras siente como los pulmones le queman cuando el vómito no la deja respirar. Un sollozo resuena en las cuatro paredes seguido de otra descarga, y cuando ya no tiene más nada que botar, se deja caer hacia atrás, pegada a la pared, sin dejar de llorar y abrazando sus piernas, queriendo callar su mente de una vez por todas porque le duele la cabeza, y el alma y está destrozada.

Y han sido tantos años de vida y de estudio, y nadie nunca ha podido enseñarle a Amélie cómo amarse a sí misma aunque sea un poco.

Tan solo un poco.

Body art [#2] | ✓Where stories live. Discover now