ventisette

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Amélie se encuentra sentada en el regazo del fotógrafo mientras revisa el correo electrónico que Samantha eventualmente le ha enviado. Ha estado haciendo todo lo que puede por no sentirse demasiado incómoda al respecto, por no preocuparse tanto por el peso que cree que está poniendo sobre el fotógrafo.

Es posible que sus esfuerzos sean algo así como en vano, pero cuenta con la suerte de que las caricias que el artista le brinda son lo suficientemente buenas como aplacar aquella insolente angustia.

El señor Rinaldi se deleita con ella en esos momentos de silencio, pasando las yemas de dos dedos por sus brazos descubiertos en un tacto casi imperceptible, pero que los nervios de la muchacha llegan a detectar por la manera en la que se le ponen los vellos de punta a su paso al mismo tiempo que le deja esta sensación cálida en alguna parte del pecho, como si él suave sol de un tranquilo invierno se hubiera instalado en el centro de su cuerpo y ahora se dedica a esparcir sus rayos por todo su interior.

Es agradable, a Amélie llega a gustarle y consigue respirar con tranquilidad cada vez que él se inclina sobre su espalda tan sólo para apoyar la mejilla en su hombro y descansar allí, con los rizos entrometidos y sedosos, con los ojos medio perdidos en la curva de su cuello y con los párpados caídos mientras hace no nada más que respirar.

Y por primera vez, para Amélie el silencio llega a ser algo agradable.

—¿Qué te parece si mañana nos saltamos la sesión de fotos?— Propone en una cuestión, tarareando de paso cuando apoya los labios en su hombro con brevedad. A Amélie le gusta su tono de voz, tan íntimo, bajo, tan sólo para sus oídos, como si le estuviera contando un secreto que nadie además de ella debería de saber. —Y te llevo a cenar a algún bonito lugar esta noche.  Podemos pasar por tu departamento en caso de que tengas que dejar algo o, no lo sé, como mejor te parezca. Quiero dedicarte el cielo nocturno.

Amélie se muerde el labio inferior para no sonreír demasiado, ya casi terminando de escribir unas cuantas notas en la edición para que Samantha las tenga en cuenta y poder autorizar el diseño de una buena vez.

—Eso suena como una buena idea— Murmura, porque el bochorno todavía sigue presente en sus tripas y la timidez sale a relucir más de lo que le gustaría aun cuando es un poco imposible evitarlo. —Pero, ¿el señor Milago no se molestará porque nos ausentemos? No me gustaría buscar ningún problema.

Una risa por parte del fotógrafo hace que Amélie despegara la vista de la pantalla y la dirigiera hacia él, pensando en lo precioso que resulta ser aquel sonido en conjunto a aquella impresionante sonrisa suya.

—Primero que nada, Ashton no es ningún señor— Le aclara, dejándole un beso en el hombro tan sólo para arrastrar los labios hacia su oreja y poder volver a murmurar. —Señor me llamas a mi cuando estemos en la cama, ¿de acuerdo?

El corazón se le detiene por un instante y el aliento también, y es capaz de percibir como el calor inunda su rostro cuando comprende a lo que se refiere. Se muerde el labio inferior sin poder evitarlo, y no consigue controlar el movimiento que produce su cabeza cuando asiente.

—De acuerdo— Susurra, afectada a más no poder.

Los párpados se le caen cuando el fotógrafo le deja un beso en la esquina de la mejilla.

—Bien, y en cuanto a Milago, a él no le tiene que molestar lo que hagamos o dejemos de hacer— Le explica, o casi, todavía pegado a su pómulo, con los labios acariciando la dermis caliente que allí se encuentra. —Además, haremos la sesión pasado mañana, no el próximo mes.

Amélie vuelve a sentir y respira antes de volver a intentar concentrarse en su trabajo. No pasa mucho hasta que termina y se lo reenvía a Samantha con las correcciones hechas para que pueda ver las mejoras y estar de acuerdo con ellas.

Body art [#2] | ✓Where stories live. Discover now