Dodici

473 52 1
                                    

Amélie no tiene nada que ponerse, y piensa de manera furtiva que todo le queda horrendo, que nada le huele y que todo le hiede. Y es un espanto, tiene toda la ropa regada en cualquier parte, en la cama, en el espejo de cuerpo completo, encima de la lámpara de la mesita de noche y básicamente todo el cuarto.

Y piensa que nada le queda bien.

Se ha probado más prendas de las que puede contar, y está a punto de ponerse de llorar cuando cree que va a llegar tarde. Es su primer día de trabajo, y piensa que ya todo está saliendo mal, aunque en realidad todo está en su cabeza y el pesimismo simplemente le está comiendo las neuronas y la ciega ante todo lo bueno que tiene enfrente.

Amélie realmente tiene ropa bonita, y un excelente sentido de la combinación para ellas, el asunto está en que para ella todo simplemente apesta.

Se sienta en la cama, respira hondo y se prohíbe llorar. Sabe que está actuando como una niña pequeña en su primer día de clases, y se siente patética como nadie en el mundo, y es consciente de que se está haciendo tarde. Se dice a sí misma que buscará cualquier cosa, que tal vez de esa forma el señor Rinaldi se dé cuenta de que no está hecha para eso, que está cometiendo un error al contratarla y que todo esto es una pérdida.

Se viste con una blusa de hombros bajos color azul bebé, unos pantalones largos, el cabello suelto y unos zapatos bajos que no aportan ni quitan.

Se mira en el espejo de cuerpo completo, se encuentra todos los peros y los defectos y recoge sus cosas sin hacer nada más al respecto.

Se coloca el bolso en el hombro con el móvil dentro y sus documentos personales, agarra sus llaves y sale de su casa. Baja las escaleras con velocidad y se expone a las calles italianas como puede, evitando mirar a todo el que cruce junto a ella porque tiene por seguro que tienen que estar pensando cosas espantosas que no quiere saber.

Siente la ansiedad recorrer su cuerpo como una ráfaga de viento y piensa en que podría parar en algún local y comprar algo para desayunar. Tiene el estómago vacío, no ha ingerido nada desde el día anterior y se siente casi famélica, pero lo cierto es que no quiere comer, y tampoco quiere detenerse por que cada minuto que pasa es sordo minutos lejos del señor Rinaldi.

Amélie suspira, y ni siquiera se da cuenta de que llega a la compañía hasta que está frente a la puerta. Entra y da un paso hacia atrás cuando ve al señor Rinaldi esperando por ella en el lobby. Hay un alivio sincero reflejado en aquellos ojos azules, y una sonrisa deslumbrante se desliza por sus labios, y es tan guapo, tan atractivo que Amélie se siente tan perdida.

—Oh, Vénus mía. Qué bueno que llegas, estaba tan asustado— Se expresa con una mano en el pecho mientras se acerca a ella. Se inclina sobre Amélie y le deja un beso en la comisura del labio al mismo tiempo en que rodea su cintura y empieza a caminar. —Estamos retrasados, muy retrasados.

No le da tiempo a siquiera reaccionar ante el hecho de que él una vez más casi la ha besado en los labios, y se la lleva consigo en dirección a las escaleras. Suben hacia el piso que le pertenece exclusivamente al fotógrafo y por un momento Amélie recuerda como nadie, además de él, tiene permiso para estar allí.

Se siente un poco extraña al saber que ella aparentemente es una excepción a su regla, pero de inmediato se convence de que no debe sentirse ni un poco especial al respecto.

—Ya he preparado todo, solo tienes que vestirte con esto— Le dice con sencillez, como si este no fuese el primer día y ella llevara años modelando. Amélie le echa un vistazo rápido al estudio antes de observar el porta trajes que el señor Rinaldi le está ofreciendo.

Amélie lo agarra y se relame los labios medio desubicada.

—¿Y dónde me lo pongo?

—¡Oh, cierto!— Exclama con un chasquido de dedos, como si no recordara el hecho de que para cambiarse de ropa primero tiene que quitarse la que lleva puesta.

Al fotógrafo se le enrojecen las mejillas y suelta esta pequeña risa medio risueña, medio avergonzada mientras que se echaba el cabello hacia atrás pensando.

—La ropa no es la gran cosa así que puedes cambiarte aquí, yo saldré un momento ¿si?— Propone como una opción, la única en realidad. Continúa explicando. —Lamentablemente en este piso no hay baños ni nada por el estilo. Así que, espero que no tengas ningún problema.

Amélie sacude la cabeza en un asentimiento y aguarda a que Luke salga del estudio. Se asegura de que la puerta está cerrada y entonces se dispone a abrir el porta trajes revelando las prendas que esperan por ella.

Es una especie de enterizo que deja a la vista partes de su vientre y se conecta en la sección baja de su espalda, hay unos pantalones largos también, que de seguro llegan hasta el suelo y tienen una especie de estilo de campanilla que le gusta.

Es bonito, todo el conjunto, y Amélie queda lo suficientemente encantada como para que una sonrisa se deslice por sus labios. Sin embargo, su convencimiento flaquea tan pronto se da cuenta de que su abdomen, esa sección de su cuerpo que odia con todas sus fuerzas, quedará expuesto. Suspira con derrota, se trata el nudo en la garganta que le provocan los nervios y la inseguridad, y se viste con todo lo que necesita.

Deja su ropa en un mueble de piel terciopelo que hay en una solitaria esquina y el fotógrafo entra justo en ese momento.

A su atractivo rostro sube un color bermellón exquisito, sus pupilas se engrandecen hasta que el color azul de sus ojos queda en una especie de olvido y luce casi hipnotizado de repente cuando la mira con lo que lleva puesto. Luke se aclara la garganta antes de hablar, y aún así termina balbuceando sus palabras.

—Mio Dio, io sono debole per le tentazioni— Sacude la cabeza con pena. (Dios mío, yo soy débil para las tentaciones)

Amélie frunce las cejas al escucharlo, y no consigue interpretarlo porque está demasiado ocupada observando cómo el artista se muerde el labio inferior, agarra la cámara que cuelga de su cuello a través de la correa y le toma está repentina fotografía.

Amélie queda medio aturdida por el flash y por la impresión, y no lo comprende ni un solo instante.

—Luces bellísima, como la verdadera Vénus en persona— La elogia con encanto, sin vergüenza. Le hace un gesto con la mano para que se coloque debajo de las luces que ha puesto en algún instante. —Ven aquí, vamos a empezar a trabajar.

Y Amélie lo obedece, y lo intenta, ella en serio trata de no sentirse incómoda, de no percibir cómo el disgusto y los malos pensamientos sobre sí mismo la aborden en esos instantes. Pero no puede, porque cree que luce espantosa con aquella ropa, que no es la persona indicada para este trabajo, que el fotógrafo tan profesional como él solo, merece a una mujer más bonita, más delgada, elegante.

Alguien que no fuese Amélie.

Se muerde el interior de las mejillas con fuerza, la suficiente como para que llegue a sentir el sabor metálico de la sangre, y termina sacudiendo las pestañas cuando cae en cuenta de que él señor Rinaldi la está mirando fijamente a los ojos, como si quisiera averiguar y revelar el tormento que lleva dentro.

Y al parecer lo nota.

Amélie no tiene idea de cómo.

—Te noto tensa— Opina, soltando la cámara y acercándose a ella. Amélie desvía la mirada, y piensa que no lo está, que ella simplemente se encuentra siendo atacada por su propia mente. Tan ruidosa, tan caótica y dañina. —Penso tu avete bisogno di un bacio. (Creo que necesitas un beso)

Llega hacia ella en un instante, y ni siquiera le da tiempo a reaccionar al respecto cuando la ha tomado por las mejillas con ambas manos, y debajo de aquellas luces artificiales y en ese estudio privado, él la ha besado.

Body art [#2] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora