quarantadue

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Las lágrimas siguen cayendo de sus ojos incluso cuando ya no se mueve, sostiene a Petunia en sus brazos y mira a todas partes con un gesto ansioso. Cierra los ojos con fuerza y suelta un lloriqueo silencioso al no ver a su Vénus.

Su Vénus que ya no es tan suya después de todo.

Ha querido ir a buscarla, desea tanto haber corrido por las calles italianas hasta su casa y tocar su puerta, tal vez tirarla en cualquier caso y rogarle que regresara con él, a su vida, importándole muy poco si lucía patético, si llegaba hasta dar pena, haría todo para que Amélie volviera a ser suya, su amante, su soporte.

—Aquí tienes— Ashton regresa de la cocina con una vaso de agua en las manos, se lo extiende al fotógrafo, quien sacude la cabeza en una negación mientras las lágrimas abundan en sus mejillas. —No has parado de llorar, toma.

Agarra a Petunia con un solo brazo tanto como puede y toma el vaso casi medio ausente, evita hipar o sollozar mientras el líquido pasa por su garganta porque sabe que puede ahogarse y considera que si se muere no puede recuperar a Amélie. El solo pensar en ella le duele, recordar la tristeza abundante en sus ojos, su llanto dolorido proveniente de su garganta, su cuerpo encorvado y tembloroso por el sufrimiento que alguien le ha causado, y no ha podido protegerla de ningún mal.

Se siente tan inútil y allí sentado en el mueble de Ashton se percibe aún peor, porque cierra los ojos y la recordar desnuda esta vez, con una sonrisa cansada, con la piel tostada brillándole por el sudor, con el pelo rizado en toda la almohada y sus dedos hundidos en las hebras rubias que él posee.

Solloza en voz alta.

¿Ya no volvería a tenerla en sus brazos?

¿Ya no tendría la oportunidad de besar su alma?

¿Ya no sería suya de nuevo?

Deja a Petunia a un lado del mueble y se cubre el rostro con las manos, le duele la cabeza de tanto llorar, tiene la garganta reseca y la saliva espesa y escasa, y quiere tantísimo arrancarse el alma del cuerpo para no sentirse de esa forma.

—No puedo enviarte a casa así— Dice Ashton y suspira. —Te quedarás a dormir, Rinaldi. No venga a ser que te encuentre colgando del techo mañana.

El rizado no lo dice en broma ni mucho menos, realmente está preocupado de verdad, el fotógrafo ha perdido incluso el color del rostro de tanto llorar y teme que cometa una estupidez. Además, Petunia no puede quedarse con él estando así, sería como dejarla sola y aunque la perrita fuese lo suficientemente inteligente sigue siendo un animal que necesita cuidados.

Así que Ashton decide hacerse cargo de ambos por el tiempo que sea necesario para la recuperación de Rinaldi, aunque si lo mira bien, no cree ver algún atisbo de esperanza para aquello.

Es como si se estuviera cayendo por un abismo oscuro y siguiera sentado en aquel mueble al mismo tiempo. Ashton suspira de nuevo.

—Iré a preparar la cena. Ve y recuéstate en mi cama en lo que termino.

Se pone de pie, frunce los labios y siente tristeza profunda por él. Luke ni siquiera se mueve, su vista azulada va perdiendo el color y ni siquiera pestañea, solo sabe que sigue allí porque su pecho sube y baja con cada respiración agitada que da. Ashton chasquea la lengua y se pierde en la cocina.

El fotógrafo cierra los ojos, pero luego los abre, casi de inmediato cuando solo la ve a ella. Se encoge en el mueble sobre su costado, Petunia le lame la mejilla y un puchero se dibuja en sus labios.

No cena cuando Ashton le ayuda a sentarse en la mesa, simplemente da uno o dos bocados.

—No tengo hambre— Es la única excusa que le da.

Y así se queda, si mañana no come entonces ahí Ashton lo obligará a hacerlo, pero hasta entonces no lo presionará a nada.

Luke se queda en la mesa en lo que Ashton lava los platos, toma una ducha, prepara a Petunia para dormir y su propia cama para ambos. A duras penas se levanta y arrastrando los pies logra llegar a la habitación, se recuesta en el lado derecho, Ashton junto a él, no es la primera vez que duermen en el mismo lugar, por lo que para ellos no es incómodo o extraño.

—Vas a estar bien. Lo prometo— Murmura Ashton en algún instante.

Se hace muy tarde, el tiempo ha volado, aunque el fotógrafo no lo ha sentido. Ni siquiera se siente con sueño y se sorprende cuando no se percibe a sí mismo cansado físicamente, aun cuando el llanto de tantas horas ha tenido que dejarlo por lo menos adormecido. Sin embargo, no carga con ni una sola pizca de somnolencia encima.

Da varias vueltas en la cama, aunque no demasiadas cuando Ashton duerme a su lado y no quiere ser desconsiderado. No obstante, no encuentra una posición cómoda en la que pueda mantenerse para llorar el resto de la noche. De repente se harta, se levanta de la cama y con cuidado de no despertar a nadie, decide salir de la casa.

Las lágrimas aún le bajan por las mejillas de la manera más inevitable de todas y a esas alturas ni siquiera las siente. Camina con rapidez, lo que sus piernas largas le permiten en estas zancadas extensas que lo fatigan, y es que a duras penas respira, llorar lo ha sofocado y la distancia no ayuda cuando resulta ser lo suficientemente lejos de la de Amélie.

El viento nocturno le golpea el rostro y el pecho le quema, la garganta le arde en exceso por minuto y aun así no se detiene. Tiene que llegar, debe recuperarla.

No quiere seguir de brazos cruzados para dejar que dejar que el dolor lo abrazara, no va a permitir que la muerte le hiciera una visita cuando aún existe su luz y puede llegar a ella.

Respira ruidosamente al ver el edificio y las piernas le dan lo justo para subir las escaleras. Jadea, intenta cobrar el aliento y se seca el sudor que le corre por los costados de la frente, mojándole ligeramente el cabello que por esos lugares se encuentra.

Consigue llegar al piso de Amélie, toca la puerta con los puños, espera unos segundos, vuelve a golpear con insistencia, pero ningún sonido se escucha del otro lado de la madera. Llora en silencio, sus nudillos hacen contacto con la madera con más fuerza. Solloza en voz alta, la llama y en un momento de pura desesperación agarra la cerradura y la gira con más violencia de la que es necesaria.

Pero se abre.

El ceño se le frunce cuando se da cuenta de que se encuentra sin seguro, y por un segundo piensa en cómo ella nunca ha dejado la puerta desbloqueada de esa manera, que no es seguro.

La preocupación crece de repente, y entra rápidamente.

—¡Amélie!— La llama con la voz ahogada.

Nadie responde.

—Vénus— Vuelve a pronunciar, su mirada está por todas partes en la sala, y el silencio resulta ser tan agobiante que va velozmente a la habitación.

La puerta del baño está abierta, la bombilla se encuentra encendida y el fotógrafo entra a ver cómo su luz se extingue.

Grita, a todo pulmón.

Body art [#2] | ✓Where stories live. Discover now