trentadue

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Para el fotógrafo todo sucede en una especie de cámara lenta cuando siente el impacto de su cuerpo con mayor fuerza de la que es realmente ejercida, y aprecia como la anatomía de su amante cae al suelo con un pequeño rebote. Sus oídos se llenan con el quejido de dolor mezclado con una especie de sollozo que provoca que el estómago le dé un vuelco casi doloroso.

Y es que entonces la ve, aprecia como el rostro de la mujer que se ha adentrado en su alma se ha convertido en un río abundante de agua incesante que no parece querer detenerse, y a pesar de tener la piel tostada puede apreciar como sus mejillas y el puente de su nariz se encuentran enrojecidos por el inminente llanto que la aborda, en conjunto a unos cuantos mechones de cabello rizado que se le quieren colar por el rostro con la intención de ocultar aquellos hinchados párpados.

Siente el corazón en la garganta, latiendo tan rápido que por un segundo cree que, si tose, o siquiera habla, se le saldrá en cualquier instante.

La mira casi con estupefacción, Amélie solloza inevitablemente, y a Luke se le quiebra algo en el interior. Tan pronto como puede reaccionar, la ayuda a ponerse de pie.

—Santo cielo, Vénus. Lo lamento tanto, no te vi— Se excusa con la lengua medio enredada. La preocupación desborda de él como una especie de manantial. —¿Qué ha pasado? ¿Por qué lloras, amor mío?

Extiende los brazos con la intención de guardarla en su pecho, de protegerla, limpiarle las lágrimas a beso y averiguar qué ha sucedido. Sin embargo, Amélie da un paso hacia atrás, lejos de él.

—N-no. No— Se queja en un susurro, el llanto a duras penas dejándola articular las palabras.

Quiere irse, no desea que ninguna de aquellas chicas salga del baño y la vean en aquel estado y puedan tener algo más sobre lo cual cuchichear.

Se siente avergonzada, tan devaluada, repugnante y poca cosa que no puede permitir que el fotógrafo esté cerca de ella, porque la sola idea de que la toque, de que se dé cuenta de lo poco que vale; la hace sentir nauseabunda, y quiere irse a casa.

Luke frunce el ceño.

—Amélie. ¿Qué ha pasado?

Los labios le tiemblan cuando los separa con suavidad, y hace todo lo que puede para evitar que el agua salada siga corriendo por sus mejillas cuando alza la mirada hacia él y se encuentra con aquel par de orbes azules, envueltos en este gesto de preocupación en su atractivo rostro.

Piensa entonces en que ellas tienen razón, que él es demasiado para ella, que merece a alguien tantas veces mejor que no hay duda de que Amélie no encaja con aquella descripción absoluta. Y lo sabe, y no tiene las fuerzas suficientes para decirle lo mucho que no desea estar allí, lo mucho que le gustaría que la tierra se abriera y se la tragara para no expulsarla nunca más, que anhela convertirse en una estrella muerta que brillara solamente por los restos de su colisión.

Amélie quiere todo, menos estar viva.

—Amélie— Vuelve a llamarla.

La morena rompe a llorar.

—Quiero irme a casa, Luke— Pide en un sollozo roto, y se cubre el rostro con las manos al mismo tiempo en el que escucha unos tacones resonando en el suelo.

Tiene la sensación de que son las mismas mujeres que han acabado con ella en aquel baño, y Amélie se siente tan pequeña, minúscula cuando escucha a una de las modelos hablar.

—Señor Rinaldi, ¿todo bien?

Hay descaro de su parte por preguntar algo como eso, y Amélie se aparta las lágrimas con rapidez al mismo tiempo en el que da dos paso hacia atrás cuando las mira. Y es que son tan atractivas que ni siquiera es justo.

—Váyanse, ahora mismo— Ordena el fotógrafo, sin siquiera mirarlas mientras mantiene el ceño fruncido hasta el punto en el que parece incluso molesto con la presencia de cualquier persona además de ellos.

Amélie observa cómo se marchan sin decir absolutamente nada, pero se imagina que no tardarán en hablar de ella. Aquello la quebranta un poco más.

—Quiero ir a casa— Repite en un susurro.

Luke asiente con seriedad.

—Yo te llevo— Asegura.

La morena sacude la cabeza.

—No, no.

—Lo haré— Insiste, confundido por sobre todas las cosas. —Iremos a casa y te prepararé un té y podemos recostarnos un rato y...

—¡Quiero ir sola!— Exclama de repente.

No llega a reconocer su propia voz de esa manera, y traga saliva cuando ve la sorpresa en el rostro del fotógrafo. Sabe que lo ha hecho mal, que no ha debido de gritar, pero está tan rota ahora que no le queda lugar para nada que no sea su propia compasión.

—L-Lo siento— Susurra con arrepentimiento sincero, y se va de allí.

—Vénus, espera— Pide, lo suficientemente alto como para que pueda escucharla.

Amélie apresura el paso, hasta el punto en el que casi trota mientras baja las escaleras y consigue llegar al primer piso para salir del edificio. Es capaz de escucharlo detrás de ella, llamándola una y otra vez mientras recorren las calles, cada vez más lejos el uno del otro, y Amélie se siente tan sofocada ahora, asfixiada a medida en que aprieta el paso y se rehúsa a detenerse por nada del mundo.

Es impresionante cómo llega a su edificio con aquel dolor en el pecho, y solo se detiene cuando ha subido las escaleras hasta llegar a su piso. El señor Rinaldi casi le pisa los talones, pero Amélie logra cerrarle la puerta justo en la cara antes de que pueda impedirlo.

Un jadeo escapa de sus labios seguido de un sollozo que refleja toda la agonía que tiene dentro, y se permite a sí misma llorar con cierta desesperación cuando no sabe qué hacer consigo misma. Todo le duele, le arde el alma de una manera subliminal y no sabe cómo puede calmar el infierno que se desata dentro de ella. Se siente impotente, miserable, espantosa, tan destruida por las críticas ajenas que casi parece como si estuviera siendo torturada de la peor de las maneras.

—Amélie, abre por favor— Pide el fotógrafo al otro lado de la puerta, fuerte y claro, sin llegar a ser agresivo mientras golpea la madera con los nudillos. —Déjame entrar, habla conmigo.

La morena solloza.

No merecía tenerlo tocando su puerta con aquella insistencia.

No merece nada.

—Amélie... Mi amor, mi Vénus. Por favor, abre.

Sacude la cabeza como si pudiera verla, e ignora totalmente la agonía que el artista refleja en su voz. Se escucha tan quebrado como ella, pero Amélie no es capaz de oírlo cuando está ensordecida por sus propios pensamientos.

Se las arregla para arrastrarse hacia su habitación, y de una manera casi masoquista se coloca justo delante del espejo. Se desviste hasta quedar en ropa interior, y ve su propio reflejo tan solo para observar a alguien que no parece ser suficiente.

Body art [#2] | ✓Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt