Quattro

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Es un nuevo día, y Amélie se encuentra tomando un baño, porque finalmente ha decidido que irá a la compañía.

Después de ver a aquel hombre nuevamente en el restaurante, ha considerado que aquella es la señal que necesita para averiguar si todo aquel espectáculo que le están montando, o probablemente la broma más cruel de todas, es justamente eso. Piensa que si lo es, entonces por lo menos será consciente de que hay gente terrible en el mundo, y si resulta ser todo menos un chiste, entonces, bueno, entonces Amélie no tiene idea de lo que le espera.

Está nerviosa, casi muerta de ellos, de las ansias, del miedo que le provoca toda esta incertidumbre sin sentido. Pero se dice a sí misma que tiene que estar tranquila, y que debe respirar, y terminar su baño de una buena vez porque de lo contrario llegará tarde.

Se seca el cuerpo con una toalla, y se envuelve con ella para salir de la bañera. Se cepilla los dientes, usa enjuague bucal, se mira en el espejo con un nudo en el estómago y sale del cuarto de baño. El silencio del departamento es casi sepulcral, y Amélie piensa en lo ruidosa que solía ser su hogar cuando su madre estaba viva y se la pasaba con la radio encendida, llenando el ambiente, evitando que Amélie se quedara sola con aquellos pensamientos destructivos que nadie debería de tener.

Pero ahora es justamente en donde se encuentra, en ese camino solitario en donde la voz de su propia cabeza le llena los oídos de cosas que no merece, y que aun así cree con todas sus fuerzas. Es difícil estar así, y quizás es por eso que a Amélie le gusta tanto salir de casa, porque el ruido de Italia la entretiene, porque ir al trabajo en aquella agencia publicitaria la mantiene excesivamente ocupada y a veces ni siquiera le da la oportunidad de comerse la mente. Y es bueno, de verdad que sí, porque a veces no soporta pensar en lo poco atractiva que es, en lo mucho que le gustaría ser delgada y bonita, y que alguien se interesara en ella aunque sea por un mísero segundo.

Amélie suspira, se suelta el cabello castaño y rizado, y se lo acaricia deseando que fuera un poco diferente, tal vez mas brillante, mas bonito, manejable, como el de las modelos en las revistas que definitivamente no debe de ver. Se le forma una mueca en los labios al pensar en eso y se detiene delante del espejo de cuerpo completo que tiene en la esquina de la habitación.

Deja caer la toalla en el suelo, y el sol que se cuela desde el pequeño ventanal en la pared le acaricia la piel morena desde las mejillas a los pies. Ladea la cabeza y se mira con detenimiento. Un nudo le bloquea la garganta, se pasa las manos por el pecho, de talla más grande que el de cualquier otra mujer italiana divina, y realiza un recorrido por su abdomen, abultado, relleno. Sus dedos pellizcan la masa que sobra en exceso, y no puede evitar mirar sus muslos, y tiene que apartarse de su propio reflejo para no pensar en todo lo demás.

Busca su ropa interior, una vestimenta decente y uno de esos perfumes que usa de vez en cuando y para ocasiones que considera importantes. Le gustaría que esta no fuera una de ellas, pero al final no puede negar lo que puede llegar a ser. Se aplica unas cuantas cremas para la piel a pesar de que detesta cómo se siente toda aquella masa entre sus dígitos, y con ganas de quitarse el aborrecimiento de encima se viste de una buena vez más. Se viste, arregla la cama de paso, cuelga la toalla que ha usado, se asegura de regar las plantas que tiene pegadas al ventanal y mata un poco el tiempo dejando su departamento arreglado antes de salir.

Cuando ya no hay nada más que hacer, agarra sus llaves, un pequeño bolso, y sale de casa. Revisa la hora en un vistazo y se da cuenta de que faltan quince minutos para que el reloj marque las cuatro. Amélie empieza a caminar al edificio en donde ocurre Bella Donna, aquella revista que siempre mira y que logra hacerle encontrar el desprecio en sí misma. No le cuesta mucho llegar, en realidad lo hace bastante rápido, y cuando se encuentra delante de la puerta de entrada se da cuenta de que lo ha hecho justo a tiempo.

Entra en un aliento, y se detiene en medio de la recepción, a observar cada detalle del lugar, por si no vuelve nunca más. Se fija en las cornisas de piedra antiguas y ovaladas, nada parece ser rectangular y están estos pequeños diseños tallados en los muros con mucho cuidado. Hay unos cuantos muebles oscuros que combinan espléndidamente con el color de las piedras y un florero enorme bañado en lo que parecía ser oro, repleto de gardenias preciosas, lavandas lavandas y petunias. Amélie tiene intenciones de acercarse para ver si son reales y poder oler su aroma, pero de repente la mujer que está detrás del mostrador llama su atención.

—Posso aiutarla?— Le pregunta amablemente, pero dándole esta mirada disimulada de pies a cabeza que hace que Amélie se arrepienta de siquiera pisar el mismo suelo que ella. (Puedo ayudarla?)

La recepcionista es una mujer realmente guapa, joven, con mejillas finas y rojizas al igual que sus labios, y Amélie está segura de que si ella sonríe tendría a millones de italianos a sus pies.

Está a punto de responderle y sacar el papel que ha recibido con el perro del día anterior, pero un jadeo increíblemente alto la interrumpe y la hace girar. Entonces se encuentra con este hombre alto, con ropa negra, solo que esta vez no lleva ninguna gorra que cubre sus facciones ni nada por el estilo. Amélie lo mira lentamente, desde la ligera barba que tiene hasta sus ojos azules emocionados, desde la cámara que cuelga de su cuello hasta el cabello rubio y rizado, largo y aplastado hacia atrás por un par de lentes.

Es guapo, increíblemente, y la mira como nadie nunca la ha visto jamás.

El hombre se relame los labios.

—Lei è mia— Dice en voz alta, para que lo escuche desde su lugar. Su tono es grueso, alucinante, y Amélie siente como su cuerpo se calienta desde adentro y todos los vellos se le erizan sin razón aparente. El sujeto le hace una seña con la mano para que lo siga. —Venga con me, per favore. (Ella es mía. Ven conmigo, por favor)

Amélie se relame los labios nerviosa, y sigue a quien le ha tomado las fotografías del día anterior y la ha llevado hasta allí. Y Amélie lo conoce, en realidad, toda Italia y el mundo lo hace.

Y ella no puede creerlo.

Body art [#2] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora