trenta quattro

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Con los ojos apretados con todas las fuerzas que sus párpados le permiten y debajo del agua tibia de la tina en la que se encuentra, Amélie aguanta la respiración mientras hace todo lo que puede por acallar las voces que redundan en su cabeza una y otra vez, sin piedad alguna.

Las lágrimas se confunden con el agua y espera con poco paciencia a que sus pulmones ardan lo suficiente como para hacerle daño al privarse de aquel oxígeno que tanto necesita para seguir con vida.

Sucede bastante rápido cuando no tiene demasiada resistencia, y tiene que incorporarse con rapidez en aquella bañera al no ser capaz de soportar la falta de aire. Queda sentada y encorvada sobre sus propios muslos y un sollozo se escapa de sus labios mientras se quita las gotas húmedas que le quedan.

Es la cuarta vez que hace aquello, no tiene seguro de cuánto tiempo ha pasado en aquel sufrimiento y desde allí ya escucha como el timbre ha dejado de sonar desde hace unos momentos.

Amélie mira a su alrededor, el silencio es ensordecedor cuando en su mente sólo se encuentran las palabras de aquellas chicas, todos esos insultos, aquellos comentarios crueles que han hecho referencia a su cuerpo y su aspecto, las risas; todo. Está siendo atormentada y no importa cuantas veces se cubra los oídos con las palmas bajo la intención de dejar de escucharlas, es imposible, es inevitable.

Están ahí para acabar con ella sin la más mínima pizca de misericordia.

Se atrapa el labio inferior entre los dientes y con la vista nublada se echa un vistazo en las manos. Tiene la piel arrugada por la humedad que le ha causado estar allí metida tanto tiempo, y por alguna razón considera que ya es suficiente y que por más que lo intente no puede hacer nada para cambiar su situación.

Se pone de pie, quita el tapón del desagüe y el agua empieza a disminuir poco a poco hasta desvanecerse por completo. Extiende el brazo para agarrar una toalla, se seca el cuerpo con asco y se envuelve a sí misma en aquella tela para ir a su habitación.

Se detiene casi a medio camino cuando escucha como el timbre vuelve a sonar por milésima vez y deja caer los párpados con una profunda respiración al saber que se trata del fotógrafo, de su amante.

Luke Rinaldi, aquel hombre que merece más de lo que Amélie es capaz de ofrecerle, aquel que es tan bueno como nadie y no ha dejado de tocar la puerta incluso cuando Amélie ya le ha gritado que tiene que marcharse, a él, que no tiene ni la menor idea de lo que está ocurriendo realmente.

Un suspiro escapa de sus labios, siente los ojos hinchados y apenas puede abrirlos totalmente por la pesadez que cargan. Ha estado llorando tanto que debe de tener toda la piel de los párpados inflamada y enrojecida como nadie, y por alguna razón que no tiene explicación, decide colocarse delante de aquel espejo para poder mirarse a sí misma, cubierta por aquella toalla crema que contrasta un poco con el color de su piel.

Ladea la cabeza, se muerde el labio inferior sintiendo toda esta pena y vergüenza por sí misma y se aferra a la tela que la envuelve. Sabe que, si la suelta y deja al descubierto toda la abominación que cree que la compone, se le será increíblemente difícil el no regresar a la bañera para volver a hundirse y no salir a la superficie cuando sus pulmones se quejaran.

Así que se apresura a buscar ropa interior para cubrirse, y de casualidad se encuentra con una de las camisas del fotógrafo, de esas anchas que consiguen disimular la obesidad con la que cree cargar. El aire se le atasca en la garganta, se lleva la prenda de su amante al pecho y un nudo se le forma en el inicio de la garganta.

Piensa que lo ha hecho todo mal, pero lo cierto es que ni siquiera sabe qué hacer con exactitud. No quiere verlo porque estar en su presencia será como un recordatorio a gritos de todo lo que aquellas mujeres han dicho sobre ella, sin embargo, y al mismo tiempo, quiere tanto estar entre sus brazos, llorar en su pecho y decirle lo quebrada, lo hecha polvo que estaba su alma en esos momentos.

Se viste con aquella prenda ajena y unos panties sin siquiera prestar demasiada atención, la camisa es lo bastante larga como para llegarle a la mitad de los muslos, allí en donde Amélie puede ver el estiramiento en su piel morena, aquellas estrías que la adornan y la torturan. Otro suspiro escapa de sus labios, y casi con peso muerto arrastra los pies para salir de la habitación y caminar hacia la entrada de su departamento.

El pecho se le llena de un dolor profundo cuando observa por la mirilla de la puerta y algo se le rompe cuando ve a Petunia recostada al lado de un par de largas piernas en el suelo. Abre la madera de inmediato, y sostiene el cuerpo del fotógrafo para que no caiga al suelo por la repentina falta de soporte. El rubio se pone de pie de inmediato, y cuando sus ojos azules consiguen enfocarse, no tarda ni un poco instante en tomar el rostro de Amélie entre sus manos.

—Oh, Amélie, Dios mío, pero...

—Por favor— Interrumpe la morena, y hace esto de acariciarle el dorso de la mano que la sostiene mientras siente cómo las lágrimas se quieren volver a formar en sus cuencas oculares. —Vamos a la cama.

Desea poder explicarle, anhela ser capaz de contarle la causa de su dolor y tristeza, pero sinceramente no quiere recordarlo, y prefiere tantas veces el perderse en ese color azul brillante que ahora la miran fijamente, con la preocupación destellando en ellos. El fotógrafo no dice nada, sin embargo, y aun cuando es un poco obvio que necesita saber qué ha sucedido con ella, qué ha causado que su Vénus estuviera de esa forma.

No obstante, no quiere presionarla, y sencillamente se dedica a llevarse a Petunia y a Amélie al interior de la casa, cerrando la puerta detrás de sí para poder ir directo a la habitación. La mascota ocupa de inmediato el pequeño sillón que la morena tiene en la esquina del cuarto, y aquel par de amantes se escurre dentro de la cama, el artista tomando a su amor entre los brazos, hundiendo la nariz en su pelo húmedo y rizado, respirando con preocupación y cerrando los ojos aun cuando no tiene ganas de dormir.

El silencio es eterno entre ellos, mas no es una barrera entre sus cuerpos. Amelie mantiene el rostro oculto en el pecho de Luke, inhalando su aroma y escuchando el latir de su corazón, y pronto, aun cuando no quiere hacerlo, el rubio es arrastrado a los brazos de Morfeo mientras Amélie llora un poco más en silencio hasta quedar dormida.

Las dos de la mañana no es realmente para los amantes estar entre los brazos del otro, es para aquellos que están rotos y solos, como Amélie.

Body art [#2] | ✓Onde histórias criam vida. Descubra agora