venti quattro

453 38 0
                                    

Cuando Amélie se despierta a la mañana siguiente, lo hace medio desorientada y todavía demasiado somnolienta, y le toma todo un minuto el darse cuenta de que los brazos que rodean sus hombros le pertenecen a cierto fotógrafo que está desnudo contra su espalda, con las piernas entrelazadas debajo de las sabanas en esta posición en donde consigue sentir absolutamente todo. Sacude las pestañas sin poder creerlo, y baja la mirada hacia Petunia cuando nota que ella también está allí, acurrucada contra la planta del pie de su dueño, igual de dormida en su propia burbuja.

Una sonrisa se dibuja en los labios de la morena al ver al animal tan tranquilo y casi de inmediato desvía la mirada hacia él fotógrafo. Se fija en él, que está con los párpados caídos y el vello facial de unas cuantas semanas, con el cabello rubio desparramado por todos lados y con algunos mechones que le cruzan el rostro con inocencia inconsciente, con los labios entreabiertos y este vaivén de marea apacible en el cuerpo cada vez que inhala y exhala.

Y luce tan guapo aún entre sueños, tan bueno en todos los sentidos, con un corazón inmenso y tanta fe en ella que no logra entenderlo. Para Amélie es casi imposible comprender cómo es que un hombre de su profesión, de su talla y reputación, puede estar siquiera interesado en querer a alguien como Amélie.

Para su cerebro es inconcebible, porque piensa que él tiene a todas estas modelos tan guapas a su alrededor, con tanto estilo y clase, elegancia abundante y delicadeza exquisita. Y vaya que ella no es nada de eso, se repite a sí misma que no es así ni siquiera en lo más mínimo y no entiende cómo es que el fotógrafo aun así desea estar con ella, hacerle el amor por primera vez aun cuando ella ha llegado a creer que algo como eso jamás sucedería teniendo en cuenta que ningún hombre podría fijarse en alguien como ella, y se ha mostrado tan amoroso que a Amélie se le ha roto un poco el corazón al tener todos estos pensamientos acerca de cómo todo es una especie de mentira cuyo propósito no es capaz de averiguar.

Suspira, y cierra los ojos diciéndose en silencio que lo más seguro es que el señor Rinaldi no quiera volver a estar con ella, que no quiera repetir lo que ha sucedido la noche anterior, qué tal vez esto es algo que hace con sus modelos; quererlas por un rato y luego seguir adelante como si nada ha pasado.

Está equivocada en aquella parte, por supuesto, pero eso es algo que no sabe, porqué tiene esta voz diminuta y susurrante en alguna parte de la cabeza que le grita hasta dejarla sorda, que le hace ser consciente de que él no va a quererla de verdad, nunca, que todo esto no es más que una casualidad, uno de esos sucesos cósmicos que solo ocurren una vez en la vida, o de vez en cuando, como un cometa que va de paso y que no regresa por nada del mundo. Y aquella voz le dice que no la quiere, que la encuentra desgraciadamente y que solo siente pena por ella, y nada más.

Se escurre fuera de los brazos del artista con cuidado de no despertarlo y se baja de la cama, tapando su desnudez con la prenda masculina que encuentra en el suelo y que logra que sus entrañas se revuelvan en la boca de su estómago al tener presente los sucesos de la noche anterior. Se pasa la lengua por los labios y busca su teléfono encima de la mesita de noche, revisa la hora y se da cuenta de que son las nueve y treinta y cuatro de la mañana.

Sabe que hoy tiene que ir a trabajar, que su día libre ha sido solamente ayer y que toda la fantasía del día pasado ya se ha terminado, inevitablemente. Arrastra los pies hacia el cuarto de baño y se encierra con cuidado, se retira la prenda de los hombros con cierto pesar y se mete en la bañera para correr la cortina y abrir el grifo de la ducha.

El agua le cae en la espalda con amabilidad, esa que su mente carece cuando desata esta batalla en donde Amélie está perdiendo por mucho. El ánimo se le va por el drenaje junto con la lluvia artificial y la espuma que produce el jabón, y cierra los ojos mientras se imagina lo que sería estar muerta.

No es intencional, prefiere tener cualquier otro tipo de pensamiento que no se trate de ese, pero no puede evitar tener presente que si ella muriera en ese instante, el universo no se daría cuenta porque no es indispensable, ni para él, ni para sí misma.

Deja escapar el aire con cierto temblor, y de repente escucha estos sonidos contra la puerta que la hacen fruncir las cejas cuando no consigue identificarlos. Termina de bañarse en ese instante, cierra la llave y abre la cortina para agarrar la toalla y  secarse el cuerpo. Se cubre con ella tan pronto como se encuentra lista y abre la madera tan solo para encontrarse con Petunia.

Respira con suavidad al verla y se agacha en sus cuclillas para darle una caricia en la cabeza. La mascota la recibe con cariño y ánimo, moviéndose con cierta energía de por medio, yendo hacia la puerta de la habitación y regresando a ella como si quisiera decirle que quiere que salga. Amélie se endereza, le echa un vistazo al fotógrafo que sigue dormido entre las sábanas y lo deja estar, porque tiene la creencia de que cuando regrese después del trabajo él no estará allí, y no se encontrará una vez más, de ninguna manera.

Se muerde el interior de las mejillas, y decide seguir a Petunia de una vez por todas, que corretea hacia la cocina y revolotea alrededor del bebedero que tiene en una esquina y que mantiene el agua fría sin la necesidad de utilizar la nevera. Alza las cejas cuando comprende que tiene sed.

—Eres muy inteligente— Le dice con una suave sonrisa y un gesto con el dedo, tan solo para buscar un tazón lo suficientemente grande como para almacenar una considerable cantidad de agua y lo llena con para dejarlo en el suelo.

Le pasa la mano por el lomo cuando cruza junto a ella, y la deja refrescarse al volver a su cuarto, en donde se viste en silencio pulcro mientras observa de vez en cuando al hombre que parece estar demasiado a gusto entre sus sueños y que no luce como si tuviera planes de despertar. Y lo cierto es que a ella le gustaría que lo hiciera, para despedirse, para preguntarle qué ha significado lo que ha sucedido anoche, para saber si se quedará o la dejará con el corazón hecho trizas.

En su cabeza suenan como muy buenas preguntas, pero la verdad es que aunque quisiera, no cuenta con el suficiente coraje para hacerlas, por lo que no se atreve por nada del mundo y termina de arreglarse para salir de su departamento porque tiene que entrar a trabajar a las once ese día y no puede permitirse estar tarde.

No se toma el tiempo de desayunar aun cuando está a tiempo, se dice que no lo necesita, que está demasiado gorda como para darse ese tipo de lujos y que se beberá un jugo o un vaso de agua tan pronto como llegue a la oficina y nada más.

Se queda con cierto malestar el resto de la mañana, aunque se niega a admitirlo o siquiera pensar en ello.

Body art [#2] | ✓Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora