Capítulo Uno

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Parte I: Ian

Algo va mal, puedo sentirlo.

Un escalofrío se extiende por mi espina dorsal de una manera dolorosamente lenta, y deja un molesto cosquilleo bailando en mi pecho.

El micrófono parece arder en mi mano, y estoy seguro de que en cualquier momento lo lanzaré lo más lejos posible.

El nudo en mi garganta se ha hecho insoportable, y parece apretarse aún más conforme observo como la sala de conferencias de va llenando rápidamente.

—Ian, si no dejas de caminar en círculos ahora mismo, te ataré a una silla —amenaza Antonio Landeros, habla con seriedad, pero la sonrisa que lleva en su rostro me hace saber que se encuentra más que divertido con mi comportamiento.

—No ha llegado mi esposa, y tampoco Elías.

—No van a faltar —se cruza de brazos frente a mi—, te aseguro que Samantha, Elías y yo estaremos en primera fila aplaudiendo como locos, escuchando el asombroso discurso que tienes preparado.

No digo nada más. Quiero creer que lo que dice es cierto, pero la angustia en mi corazón me grita que algo malo está pasando, y tiene que ver justamente con que ambos no hayan llegado.

—Algo va mal, Antonio, lo siento, tenemos que volver a casa —su mueca divertida cambia bruscamente a una de preocupación, pero no hay ni un ápice de duda en él, me cree.

Mi celular vibra en el interior de mi bolsillo, y lo saco lo más rápido que puedo, el nombre de Elías adorna la pantalla y no puedo evitar soltar un suspiro de alivio.

—Es él —anuncio a Antonio, mientras me llevo el teléfono a la oreja—. Elías, ¿dónde están? Esto está a punto de comenzar.

—Hijo —su voz ronca no es buena señal—, lo siento mucho, pero tienes que irte de ahí.

—¿Qué ocurrió?

—Se trata de Samantha —lo escucho aclarar su voz antes de continuar—, perdió el control de su auto, tuvo un accidente.

Mi mundo se detiene. El micrófono resbala de mi mano e impacta contra el suelo.

Me siento aturdido, siento como si me hubiese gritado estas palabras al oído una y otra vez. Mi cuerpo ha comenzado a temblar ante la noticia, he dejado de respirar.

—¿En qué hospital está? —mis pies comienzan a andar en zancadas largas, rumbo a la salida.

Antonio viene detrás de mí, preguntándome de que estoy hablando, pero lo ignoro, ignoro todo lo que me rodea porque lo único que me interesa es estar dónde está mi esposa.

—Ian, ella no está en ningún hospital.

—¿Pero qué dices? ¡Por favor, déjate de rodeos y dime dónde está mi esposa!

No hay respuesta.

Los segundos que paso en la línea sin recibir palabra alguna se me hacen eternos, y de repente, soy capaz de escuchar un sollozo.

Me congelo en mi lugar, mis pies no pueden avanzar más.

—¿Elías?

—Lo siento mucho, muchacho.

El entendimiento me golpea bruscamente, mi corazón se estruja de golpe contra mi pecho y las lágrimas comienzan a calar en mi garganta.

—Ella murió ¿no es así?

—Así es, hijo mío, Samantha ya falleció, no hubo nada que se pudiera hacer por ella.

Niego con la cabeza incapaz de creer lo que me acaba de decir.

Una Vez MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora