Capítulo Treinta y Dos

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—¿Damián?

Me abro paso en el interior de la casa. No hay ruido alguno, aunque esa no es ninguna novedad, los últimos días han sido así.

Casi nadie se atreve a hablar animadamente, incluso el capataz de la hacienda ha cuidado sus palabras, pues a pesar de que todos sentimos cierta libertad al tener a Daniela lejos, el dolor es palpable en su esposo y también en su hija.

Hanna está ahora en la que es su última clase formal de preparatoria, y planeamos organizar una pequeña comida para celebrarlo. He sido yo quien salió a comprar todo lo necesario, pero hay algo mal en todo esto.

No puedo encontrar a nadie.

Entro en la cocina y dejo las pesadas bolsas sobre la barra, de nuevo, no soy capaz de ver a nadie, ni siquiera a Leonarda, que prometió estarme esperando aquí.

—¿Tita? ¿Dónde estás?

Un mal presentimiento se planta en mi pecho, lo siento oprimiendo mis pulmones y haciendo que la acción de respirar parezca casi imposible.

Me obligo a seguir caminando por los pasillos de la casa, pero el resultado sigue siendo el mismo. Subo pesadamente los escalones que me llevan a la segunda planta.

Entonces la veo. Un escalofrío pasa como rayo por mi espalda al ver su triunfante sonrisa pintada en su rostro, sus ojos celestes se clavan sobre mí como si se trataran de puñales.

Daniela Monroy luce más segura que ningún otro día, es la primera vez que la veo después del incidente, y pareciera que ha estado todo este tiempo en algún spa, no en los separos como nos aseguró su esposo.

No está sola, cuatro hombres exageradamente altos y fornidos están detrás de ella, y noto como las maletas que ni siquiera me molesté en desempacar, están a los pies de uno de ellos.

—¿Qué hace usted aquí?

—Es mi casa —responde con obviedad—, y a partir de hoy habrá cambios importantes.

—¿Dónde está el señor Eduardo? ¿Y los demás?

—Están bien, señor del Castillo —sus palabras no tiemblan, habla con tanta seguridad y fluidez que hasta parece que ha estado ensayando todo este tiempo—. Sólo los envíe fuera por un tiempo, quería estar totalmente a solas con usted.

Esto no es bueno, algo está a punto de pesar. Sus palabras parecen el más letal de los venenos y no estoy seguro de poder esquivarlas.

—Acompáñeme al despacho, por favor.

Con toda la elegancia que la distingue, comienza a caminar hacia mí, se engancha de mi brazo y me guía a las escaleras. Su falsa amabilidad en su rostro no logra cubrir el odio que danza en sus ojos.

Sus uñas se encajan en mi antebrazo, aunque cuando nota esto aparta los dedos y murmura una disculpa muy a duras penas.

Los pasos de los hombres que resguardan a la mujer se escuchan por detrás de nosotros, también puedo escuchar mi equipaje siendo arrastrado por el suelo.

Algo es seguro, y es que mi estadía en esta casa terminó.

Nos introducimos en la oficina, cerrando la puerta detrás de nosotros. El ambiente se siente tan pesado que estoy seguro de que si estiro la mano, podría tomar la tensión con mis dedos.

Ella toma asiento en su escritorio y entrelaza sus dedos por encima de la madera, mientras me regala una falsa sonrisa y me hace una seña con la cabeza, indicándome que quiere que tome asiento.

No protesto, simplemente obedezco a su orden, entonces comienza.

—Seré clara, así que no le robaré demasiado tiempo —abre uno de los cajones y saca un arrugado sobre de su interior, el cual no tardo en reconocer, pues tiene aquel peculiar destinatario escrito con la letra de Hanna—. Sé que usted le gusta a mi hija, ahora sé que es usted la raíz de todos mis problemas.

Una Vez MásOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz