Capítulo Seis

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Hanna no hace más que ver los pinceles.

Hace no más de cinco minutos que eché a andar el cronómetro, Hanna estaba preparada para ignorarme, pero todo cambió cuando vacié el bolso con todos los materiales de arte que pude comprar ayer por la tarde.

—Hoy haremos algo diferente, y no tendrás que hablar si no quieres —le digo mientras tomo asiento frente a ella.

—¿Qué es todo esto? —está confundida, pero también puedo ver la emoción en sus ojos.

—Es el material con el que trabajaremos hoy —explico—. Usa todos los materiales que quieras, compré pinturas, colores, estilógrafos, acuarelas, usa lo que tú quieras para dibujar una casa.

Ella pasa su mirada por todo el escritorio. Toma indecisa el cuadernillo y lo abre en una página al azar, toma un frasco de pintura roja y un pincel grueso.

—¿Sólo una casa?

—Así es, como tú quieras.

Después de unos segundos de absoluto silencio, donde parece que ambos incluso estamos conteniendo la respiración, ella sumerge las cerdas del pincel en el espeso acrílico, y con mano temblorosa hace cuatro únicos trazos, dos a los costados de la casa y otros dos formando las tejas.

Ella sonríe por un momento, pero quita la sonrisa de su rostro al momento de alzar la cara y encararme, aunque trata de lucir seria y desinteresada, sigue temblando, asumo que se trata de la emoción de tener una herramienta de arte en sus manos después de tantos meses.

—Listo.

—Perfecto —asiento, mientras le regalo una sonrisa.

—¿Y eso es todo?

—Sólo te pedí que dibujaras una casa ¿no es así?

—Cierto —su voz es un susurro decepcionado, limpia el pincel con un trozo de servilleta y lo deja a un lado suyo con suma lentitud—. ¿Puedo irme ya?

—No, tú misma estipulaste que la sesión debería durar una hora, y sólo han pasado 10 minutos.

—¿Y qué hago?

—Si gustas, puedes añadir más detalles a tu dibujo, y si no quieres, podemos intentar hablar un poco —me encojo de hombros y me hundo en la silla, intentando verme relajado, cuando en realidad estoy rogando que no salga corriendo de la oficina.

Un silencio incómodo vuelve a plantarse entre nosotros por lo que parece una eternidad.

Estoy atento a todo movimiento que hace la ojiazul, pero ella ni lo nota, está demasiado ocupada analizando todos los materiales frente a ella.

Finalmente, la adolescente vuelve a tomar el cuaderno y arranca la hoja donde la pintura fresca aún brilla, y extiende la hoja hacia mí—: Tómala.

Dudoso, me inclino hacia delante para tomar el papel, y lo analizo, no ha cambiado nada.

Cuando alzo la mirada nuevamente hacia ella, casi quiero saltar de felicidad cuando veo que ha tomado un lápiz y ha comenzado a dibujar una nueva casa.

Sus trazos son dudosos al inicio, pero aplica presión suficiente como para hacer una línea gruesa y oscura. Luce tan tranquila y feliz al dibujar que mi corazón da un vuelco de alegría.

Comienzo a escribir notas sobre lo que observo en la pequeña libreta que he traído conmigo, y alterno mi atención entre las acciones de Hanna y lo que anoto torpemente.

—¿De dónde eres, Ian?

—¿Disculpa?

—Ahora que estoy dibujando la casa, me di cuenta que no sé de dónde vienes, ¿vives lejos? —no deja de hacer trazos en la hoja, no voltea a verme, pero sé que quiere una respuesta.

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