Capítulo Nueve

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Nada podría ser más incómodo que esto.

La cena transcurrió insoportablemente lenta. Se podía sentir la tensión en la mesa, estoy muy seguro de que incluso Daniela Monroy la sintió, pero la ha ignorado e intenta hacer que nosotros también lo hagamos.

Hanna no ha hecho ningún intento por disimular el disgusto de tener visitas, incluso se ha ganado varias llamadas de atención de parte de su madre por no contestar a lo que los pastores le preguntan, pero la verdad es que yo la apoyo, no quiero que responda.

No han dejado de acosarla, de preguntarle por qué intentó suicidarse, si sigue teniendo esos pensamientos.

La están acorralando y sólo Damián y yo —aunque probablemente también pueda incluir a Eduardo Mountaner— nos hemos dado cuenta de lo mal que la chica se siente.

Su piel está más pálida de lo habitual, pero de vez en cuando puedo notar un color verdoso en sus mejillas, como si en cualquier momento fuera a vomitar.

—Falta una hora para medianoche —anuncia el señor Mountaner con una voz aún más grave de lo normal.

—Deberíamos proceder a la sala —propone el regordete pastor—, y contar todo lo que el señor hizo por nosotros y nos dio en este año.

¿Qué me dio? A mí me quitó.

—Perfecto —concede Daniela—, ya volveremos al comedor cuando comience la cuenta regresiva.

Todos nos ponemos de pie, y mientras observo como todos los hombres, en compañía de la esposa del pastor, ya han comenzado a caminar a la sala, Miriam, Daniela y Hanna aún siguen aquí.

—Por favor, déjame subir a recostarme —le suplica a su madre.

—He dicho no, Hanna, entiende.

—Me siento mal, estoy mareada y...

—Excusas —alza la mano frente a la cara de su hija indicándole que guarde silencio.

Me extraña la actitud que está tomando justo ahora, si bien el tiempo que he estado viviendo aquí ha sido estricta con ella, el día de hoy está siendo cruel.

—Señora —interrumpo—, con todo el respeto que usted merece, le pido que la dije subir —los ojos de Hanna me encuentran, rogándome ayuda—, no se ve bien, cuando haya que reunirnos para el brindis, yo mismo subiré por ella.

No le ha gustado mi idea, sus ojos me lo dicen todo, es como si ahora se trataran de un hoyo negro que quiere succionarme y echarme lo más lejos que se pueda de ella. Aun así, asiente.

—De acuerdo, sube, cariño.

Hanna me regala una mirada llena de agradecimiento antes que comenzar a caminar, Miriam le ofrece acompañarla pero ella rechaza su ayuda de la manera más amable que puede.

—Tú ve a la sala, hermosa —Daniela le habla a la castaña que acaba de ser rechazada de una manera tan dulce que me asquea.

La morena no dice nada, pero obedece y sale del comedor directo a la sala, donde están sus padres y su hermano.

—Ian —me llama, sus labios son una línea recta y su voz es severa—, le voy a pedir que no vuelva a contradecirme frente a mis invitados.

—Lo siento, señora.

—Ya no importa —me susurra—. ¿Viene?

—Ayudaré a Damián a llevar esto a la cocina —le digo señalando los platos vacíos regados a lo largo del comedor.

Ella asiente y sigue el camino que han tomado todos los demás. Yo suspiro, y comienzo a apilar los platos sobre la mesa.

—Sólo a ti se te ocurre contradecir a Daniela Monroy delante de la familia Ríos —su burla Damián, entrando nuevamente al comedor y ayudándome a recoger los cubiertos.

Una Vez MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora