Capítulo Treinta y Uno

251 65 116
                                    

—¿Te vas?

Su voz es débil, pero aun así se siente como si la pregunta estuviera danzando por toda la habitación, hasta terminar chocando contra mi oído.

Su mirada triste hace temblar mi alma, las decenas de emociones encontradas me vuelven aún más vulnerable en este momento y me reprocho mentalmente por no haber salido a tiempo.

No quiero enfrentarla, no cuando he comenzado a agrietarme y con el más suave movimiento podría quebrarme frente a ella.

Mi corazón me pide a gritos correr a abrazarla, y decirle lo mucho que la quiero, pero la parte sensata de mi cabeza me obliga tomar aire y responder a su pregunta—: Así es, me voy.

Un jadeo sale de sus labios, menea la cabeza ligeramente a un lado a otro, hasta que ve algo que capta su atención. Rápidamente las lágrimas se asoman por sus ojos, y es una tortura cuando los alza para encontrar mi mirada.

—Volviste a ponerte el anillo.

Mi mirada viaja hasta la alianza dorada que porto en mi mano, la acaricio con las yemas de mis dedos con suma lentitud mientras intento encontrar el valor de volver a abrir la boca.

—Lo siento mucho, Hanna.

Un par de brillantes lágrimas se deslizan por sus mejillas y cuelgan por su barbilla, alza sus manos para limpiarlas, pero hace una mueca de dolor al hacer uso de su mano herida.

—Deberías estar en cama descansando, pequeña, aun estás débil.

—¿Te importa?

—Claro que me importa —musito—. Tú me importas.

Coloco la última fotografía que me falta en el interior de una de las maletas, y una vez que compruebo que están cerradas, las pongo en el suelo.

Avanzo hasta donde está ella, y le ofrezco mi mano, pero ella duda en tomarla, una decena de emociones se instala en sus ojos, pero ninguna de ellas permanece demasiado tiempo.

—Ven conmigo, tienes que sentarte —insisto, pero no responde—, por favor...

Ella cede, acepta mi mano y la guio hasta la cama, donde le indico que se siente. Ella no reprocha nada, no se niega, sólo obedece.

Tomo una de las maletas y la pongo frente a ella para tomar asiento ahí. Pero una vez que lo hago un incómodo silencio nos envuelve.

Ninguno de los dos se atreve a levantar la mirada aún, nuestras rodillas casi chocan, y nuestras manos hacen los mismos movimientos nerviosos sobre nuestros muslos.

No sé precisamente que estamos haciendo, pareciera que tratamos de hacer tiempo, pero creo que más bien estamos reuniendo valor para afrontar lo que sea que se viene, para terminar con lo que nunca empezamos.

—No lo entiendo —es ella quien rompe el silencio, y me obligo a alzar la cabeza para encontrarme con sus hipnotizantes ojos celestes—. Estás haciendo todo esto, porque te confesé lo que siento por ti, y tú no sientes lo mismo ¿es eso?

—Hanna, por favor, no nos hagamos más daño.

—Es que necesito saber —la urgencia se filtra en su voz—. Dime la verdad, dime si te vas por lo que te dije en la clínica.

Su mirada suplicante me rompe, he intento evitar a toda costa el contacto de nuestras miradas, pero ella estira su brazo sano y toma mi mentón, obligándome a verla.

—Respóndeme.

—Si Hanna —mi voz flaquea, pero no me detengo—, me voy por lo que me confesaste.

Una Vez MásWhere stories live. Discover now