Capítulo Catorce

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Estoy frente a la tumba mi esposa.

Es 14 de febrero, nuestro aniversario.

Las lágrimas no han dejado de salir desde que la encontré, como se lo pedí a Elías, se encargó de plantar coloridas flores en el pie del sepulcro, y no hay capullo alguno que permanezca cerrado, aunque aún hace frío.

Todas las flores están abiertas, relucientes, y sus colores son tan llamativos que cuesta dejar de ver su hermosura.

Hasta pareciera que en realidad Samantha está cuidando muy bien de su huerto.

—Ha sido tan difícil —mi voz se ha enronquecido por las emociones—. Hay días en los que todo parece ir de maravilla, pero en algunos otros me siento tan solo, no me encuentro si tú no estás aquí.

Riego agua en la tierra donde están las plantas, como recuerdo que ella lo hacía, lentamente para no dañar los tallos y las raíces.

—A veces siento que te llevarías tan bien con Hanna, que sería mucho más fácil trabajar con ella, aunque se ha abierto muchísimo conmigo —sonrío—. Y sin duda alguna amarías a Logan.

Me pongo de rodillas frente a ella, y paso mi vista por las brillantes letras doradas que forman su nombre.

Y aunque las lágrimas están quemando en mis ojos, ya no siento mi corazón ardiendo.

Un bálsamo ha llegado a aliviar el dolor en mi interior, se ha apiado de mi a pesar de todo lo que dije contra Él.

La gente dice que el tiempo sana toda herida, pero yo sé que no es el tiempo, es Dios quién lo hace.

—Feliz aniversario, amor.

Me pongo de pie, y después de limpiar los restos de polvo que quedaron pegados en mi pantalón, doy media vuelta y avanzo, caminando entre los sepelios hasta llegar afuera.

Mi auto está esperando fuera, y me introduzco en el. Pego mi frente al volante y me tomo una segundos para calmar los intensos latidos de mi corazón.

Enciendo el auto, y su motor ruge antes de echarlo a andar. Conduzco por la carretera, con el cielo azul cubriendo todo encima de mí, las copas de los árboles alzándose a mis costados.

El deseo de volver a la Iglesia nace en mi pecho de nuevo, como días anteriores lo ha hecho desde que les pedí permiso a los Mountaner pare venir al pueblo este día.

Mi espíritu pelea contra los deseos de mi alma.

Pero aun cuando creo que ganará mi comodidad y no me atreveré a presentarme en el altar, mis manos giran el volante, tomando el camino que me lleva directo a Jesús es Rey.

[...]

Hace aproximadamente quince minutos que llegué, y aún no me atrevo a entrar.

Sólo hay un auto aparte del mío, es el del padre de Antonio, como pastores, son los primeros en llegar y preparar todo para cuando los congregantes lleguen, y aún falta poco más de media hora para eso.

Un suspiro entrecortado abandona mis labios y aprieto mis puños cuando comienzo a dirigir mis pasos a las escaleras.

—¿Qué estoy haciendo? No puedo.

Me doy la media vuelta y cuando estoy a punto de abrir la puerta de mi vehículo para irme, lo escucho—: Ian.

Veo por encima de mi hombro, Pablo Landeros está frente a mí, vistiendo con la camisa blanca que le he visto puesta innumerables veces, sus ojos están cristalizados y su boca entreabierta.

—Estás aquí.

—Es bueno verlo de nuevo, pastor.

No se contiene más, camina hacia mi y me envuelve en un fuerte abrazo. Su gesto me toma por sorpresa, pero cuando esta pasa, se lo devuelvo.

Una Vez MásWhere stories live. Discover now